CULTURA › OPINION

Una mañana en la Biblioteca

Por Eva Giberti

Era evidente que la gran sala –la principal– de la Biblioteca Nacional resultaría escasa para contener al público que se acumulaba mientras esperaba poder ingresar. Así fue: la gente colmó los pasillos laterales y se arremolinó en las escaleras que suben hacia las plateas altas.
Desde mi asiento pude mirar las caras de la gente, satisfechas, convivenciales. El escenario presentaba, como el protocolo indica, un ámbito central con micrófonos, jarras con agua y cuatro asientos, obviamente destinados a las autoridades y a los nuevos directores.
Acompañando, dos grupos de sillas: ocho de cada lado de la mesa central. ¿Quiénes las ocuparían? Habituada a los frisos masculinos presidiendo los actos oficiales, esperé la entrada de los acompañantes sin saber quiénes serían. Pero no. Las que ocuparon seis sillas fueron mujeres, a la que se añadía la presencia de la funcionaria en la mesa central, siete en total. Varones: tres presidían, el secretario nacional de Cultura y los dos directores que acababan de ser designados; otros cinco ocupaban las sillas laterales, o sea, ocho en total. (Claro, hubo dos que estuvieron ausentes por estar de viaje y un tercero, representante gremial, que no apareció.)
Cualquiera hubiese sido la invitación inicial, la escena, en un acto de esta índole, no es frecuente. Volví a contar, me faltaba sumar al locutor y a una joven que lo asistía, pero añadirlos no modificaba la proporción. Siete mujeres y ocho varones.
Allí estaban, distribuidos en el reconocimiento de sus calidades como investigadores/as y expertas, formando parte de los Comités ad honorem de Consulta, mujeres y hombres que acompañaban la gestión que Elvio Vitali y Horacio González iniciaban. Ignoro cuáles podrán ser los efectos de este paso hacia la equidad de los derechos en la vida pública, pero resultó esperanzador para la mirada de quienes esperamos que estas proporciones se instalen definitivamente –conforme a derecho– en las escenas oficiales.
Quienes protagonizaron esa sorprendente y estimulante novedad nos miraban desde el proscenio, espejándose en ese público que formábamos quienes estaban muy contentos y esperanzados en las próximas gestiones de este directorio, y quienes éramos memoria; quienes sabemos muy bien por qué estábamos aplaudiendo a González y a Vitali, en el ámbito de esta Biblioteca que se promete rara y popular al decir del propio González. Lo sabemos con tanta claridad como podía recordarlo, desde su pañuelo blanco en la primera fila, Norita Cortiñas.
Enhorabuena que la memoria y la pretensión de equidad ocupen los lugares merecidos que esta nueva dirección permite augurar.

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