CULTURA › CABRERA INFANTE

Tan lejos y tan cerca de Cuba

El escritor cubano murió ayer en Londres, donde vivía desde 1965. Anticastrista, dedicó su vida al cine y a la literatura.

 Por Silvina Friera

Era un ateo irredimible que supo flirtear con el comunismo a fines de la década del cincuenta para devenir en un furibundo anticastrista apenas una década después. Siempre negó formar parte del “Club del Boom” de la literatura latinoamericana porque decía que “era una institución creada en Londres a semejanza de los clubes de caballeros”. Cultivaba el juego de palabras, en la escritura y en sus polémicas declaraciones. Aunque sus libros circulaban de manera clandestina en su país –“algunos se vendían en el mercado negro por diez latas de conserva”, solía contar el escritor–, en ciertos círculos intelectuales se lo consideraba el autor cubano vivo más importante. Guillermo Cabrera Infante, Premio Cervantes de Literatura 1997, murió ayer en Londres, ciudad en la que residía desde 1965 cuando decidió exiliarse de la isla, luego de enfrentarse públicamente con el gobierno y la figura de Fidel Castro como funcionario del régimen. Tenía 75 años, y los últimos cuarenta años vivió en las tierras de Lawrence y Orwell, lejos de una de sus grandes pasiones: la ciudad de La Habana, que supo reflejar en muchos de sus libros como Tres tristes tigres y Así en la paz como en la guerra. Sus otras pasiones fueron el cine –fue autor de numerosos guiones y adaptaciones, y uno de los fundadores de la Cinemateca de Cuba– y la literatura.
Este cubano de gesto adusto y mirada melancólica, que nunca sonreía, había nacido el 22 de abril de 1929 en Gibara, pequeña ciudad de la provincia cubana de Oriente. Hijo de una pareja de activos militantes del Partido Comunista Cubano, Cabrera Infante se mudó de Gibara a La Habana a los 12 años. Empezó la carrera de medicina, aunque pronto la abandonó; el joven Cabrera Infante escribía en secreto: la ficción le permitía construir su puente hacia la libertad en un país sojuzgado por la dictadura de Fulgencio Batista. Mientras buscaba esa liberación en los mundos imaginarios, el escritor cubano, que por entonces tenía 20 años, había aceptado un puesto como corrector de estilo de la revista Vanidades. En 1950 ingresó en la Escuela de Periodismo y cuatro años después, con el seudónimo de G. Caín, comenzó a dedicarse a la crítica de cine en el semanario Carteles, en el que tres años más tarde sería nombrado redactor jefe. Durante la dictadura de Batista, el escritor cubano escribió Así en la paz como en la guerra, pero este volumen de relatos recién se publicó en 1960, cuando la revolución cubana ya había triunfado.
Cabrera Infante admiraba la literatura de James Joyce –tradujo con austeridad admirable Dublineses–, reconocible como marca fundacional en la escritura del cubano: la pasión por el lenguaje que se despliega incesantemente y la fidelidad obsesiva por una topografía urbana. La Habana fue para el escritor cubano lo mismo que Dublín para Joyce. Tan radical como perseverante por diferenciarse de sus compañeros de ruta del boom y particularmente de la estética del realismo mágico y sus secuelas de vacas voladoras, Cabrera Infante escribió Vista del amanecer en el Trópico (obra en la que confluyen La Habana nocturna con viñetas de la violencia de la época del general Batista, y con aspectos de la lucha de los revolucionarios castristas en Sierra Maestra). Pero su obra maestra (y la más polémica e irreverente) fue Tres tristes tigres, por la que fue finalista del Premio Formentor (1965) y ganador del premio Biblioteca Breve (1967). A estos títulos se sumaron La Habana para un infante difunto (1979), una reconstrucción de la ciudad y la mujer perdidas a través de la memoria, Cuerpos divinos (1985), Mea Cuba (1993) y Cine o sardina (1997), entre otros. El erotismo, una obsesión en su obra, aparecía siempre en “función de la parodia y la risa, cosa que un autor erótico no haría nunca”, aseguraba el escritor.
La literatura es una sola, decía, para rechazar de plano a quienes pretendían dividir la cultura bajo el maniqueísmo de la “alta” y “baja” cultura. Cabrera Infante confesó en varias oportunidades que desde que había empezado a leer literatura como un arte posible, pudo distinguir ala literatura argentina como la “más creadora de América del Sur”. Entre las influencias decisivas en su formación, siempre mencionaba al trío Borges-Bioy Casares-Puig. El cine, uno de sus grandes amores, lo llevó a ser guionista de Punto de fuga, y fue el primer escritor latinoamericano que llegó a Hollywood. Una vez instalado en Londres, en donde adoptó la nacionalidad inglesa, trabajó como guionista y crítico cinematográfico. Quizá su adaptación más recordada sea la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, llevada a la pantalla por John Huston. Un oficio del siglo veinte y Arcadia todas las noches son dos libros en los que Cabrera Infante testimonia su pasión por la pantalla grande.
Las polémicas declaraciones que hizo en 1968 al por entonces periodista Tomás Eloy Martínez en la revista Primera Plana, en las que resumió su posición contraria respecto de la evolución de la revolución cubana, le ocasionaron el ostracismo en más de un sentido. Ya se había convertido en enemigo para el régimen, pero también fue vetado en determinados círculos intelectuales, amigos de Fidel, como la revista Libre. Por su convalecencia y las complicaciones que fue sufriendo su salud en los últimos meses, Cabrera Infante dejó inconcluso un libro que estaba escribiendo, una especie de memoria autobiográfica, La ninfa inconstante, “compuesta con mis recuerdos, pero más o menos ficcionalizados”, señalaba sobre este texto cuya escritura le demandó los últimos ocho años de su vida. Cabrera Infante se fue definitivamente ayer, tan lejos y tan cerca de su querido Malecón habanero.

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Guillermo Cabrera Infante, autor de Tres tristes tigres, obtuvo en 1997 el Premio Cervantes de Literatura.
 
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