DEPORTES › CLAUDIO CANIGGIA, EN ESCOCIA

“Espero jugar el Mundial como si fuera un milagro”

A punto de regresar a la Selección Argentina, de la que falta desde las Eliminatorias de Francia 1998, el delantero del Rangers escocés habla de la ilusión de la convocatoria y explica por qué, a los 34 años, se siente entero físicamente para jugar la inminente Copa del Mundo.

El Pais
de Madrid

Por Diego Torres
Desde Glasgow

La lluvia parece fluir de la tierra y las nubes vuelan bajo en la vieja cuenca industrial del Clyde. Sólo a la luz difusa del mediodía el laberinto victoriano de Glasgow, la autoproclamada segunda ciudad del Imperio, parece menos espectral. En el distrito obrero de Govan se levanta el estadio de Ibrox. Ante la puerta 14, la estatua de John Greig -legendario capitán de los Rangers y de Escocia– rinde homenaje a los 92 hinchas muertos a causa de disturbios durante los clásicos contra el Celtic entre 1902 y 1971.
“Me podría haber refugiado –dice Claudio Caniggia frotándose los brazos, bajo una típica tormenta del Atlántico Norte– porque me ofrecían mucho dinero... Pero quise demostrar que no estoy acabado y por eso vine aquí.” Primero en el Dundee y ahora en el Rangers, el veterano internacional argentino al que todos suponían momificado eligió uno de los campeonatos más inhóspitos para probar su valor como futbolista. Y lo logró. A sus 35 años, Caniggia se convirtió en la estrella mejor paga del fútbol escocés –más de cinco millones de dólares en dos años– superando una década marcada por la indulgencia y por dos conflictos capaces de hundir por sí solos la carrera de cualquier deportista. Primero, una suspensión de 13 meses por consumo de cocaína cuando jugaba en el Roma, en 1993. Luego, un litigio con el dirigente más poderoso del fútbol argentino, el presidente de Boca, Mauricio Macri, que le empujó a abandonar la actividad durante 1998 y 1999.
Claudio Paul Caniggia, nacido en Henderson, una tachuela en medio de la pampa, irrumpió en el fútbol argentino con el impacto de los jugadores de época: se trataba de un delantero que no se parecía a ningún otro. Durante su niñez había compatibilizado el atletismo con el fútbol. Los partidos y las carreras de 100, 200 y 400 metros le llevaron a competir de pueblo en pueblo, a Daireaux, Pehuajó, Trenque Lauquen, Guaminí y otras localidades de la provincia de Buenos Aires. A los 14 años fichó para River y a los 18 debutó en un equipo plagado de figuras. La capacidad de volar con el balón controlado y su instinto definidor hicieron de su aparición la más espectacular desde la de Maradona. En el Mundial de Italia 90 sus dos goles a Brasil e Italia clasificaron a Argentina para la final y lo convirtieron en un héroe.
A los aficionados argentinos les resultó penoso contemplar su desvanecimiento. Tras reaparecer, en el Benfica y en Boca, el conflicto laboral con Macri le estampó el cartel de jugador sospechoso. El dirigente de Boca se empeñó en venderlo a cambio de embolsarse el 50 por ciento de la operación. Caniggia se negó, esgrimiendo su contrato, y Macri, como respuesta, lo obligó a entrenarse con la reserva. “Caniggia no ha tenido un encontronazo conmigo, ha tenido un encontronazo con la vida’, lo acusó.
Caniggia se exilió en su casa de Miami y allí esperó a quedar libre. “Consideré que tenía que defender mi derecho –dice– el contrato decía: el 70 por el ciento para el jugador y el 30 por ciento para Boca. Pero Macri quería más dinero y así nunca me podían contratar otros clubes. El decía: ‘Está en Miami’, como para confundir a la gente. Pero nunca se me pasó por la cabeza decirme: ‘Ufff..., después de tantos problemas, ¿para qué juego?’. Me podría haber refugiado. Me llamaron muchas veces del fútbol estadounidense. Me gusta América y no pagaban mal. Me ofrecieron ir a Japón, Arabia y México. Me ofrecían campeonatos de siete meses y contratos largos. Pero no me interesaba. Quería estar en Europa, quería estar en un fútbol que importe, un fútbol interesante. Pero esperar era difícil porque el tiempo pasaba y todos los días me levantaba solo y con la cabeza a mil por hora.”
“Hubo gente que me dijo: ‘Tratá de llegar a un arreglo, a nivel económico, aunque pierdas. No te conviene estar parado. La gente va adecir que sos un ex jugador’. Sí, para mí era difícil ser creíble ante los clubes. Se pensaba que yo era polémico. Que me importaba tres carajos. Que me iba a Miami a tomar sol... Yo estaba en Miami, pero no estaba bien. Me levantaba a la mañana y me iba a entrenarme solo. Sí, es muy lindo: la playa, el sol... Pero yo vivía nervioso porque quería seguir jugando al fútbol.”
Cuando quedó libre de su contrato con Boca, pasó unos meses en el Atalanta, de la Segunda División de Italia. Y a finales de 2000 saltó al Dundee, un equipo pequeño a cargo de un ex compañero del Verona, Ivano Bonatti. Entonces descubrió Dundee, una ciudad mediana y sombría, azotada por la lluvia del Mar del Norte. “Cuando vi el lugar sentí una depresión -recuerda– no era fácil estar ahí. La decisión fue... ¡ufff, Escocia! Nunca pensé venir a jugar a Escocia. No habría querido nunca, en ningún momento de mi carrera, ni siquiera de viejo, ni con 38 años. Jamás se me cruzó por la cabeza. Siempre uno quiere ir a los lugares latinos. Uno que estuvo tantos años en Italia iría a Argentina, Portugal o España. En algún momento podría haber ido al Marsella. Era el sur de Francia, el Mediterráneo... Así que en Dundee creo que firmé el contrato más corto que ha hecho un jugador... Lleno de cláusulas. Me podía librar en cualquier momento. No era que tuviera temores. Era totalmente diferente. Pero después de haber pasado por tantas... ¿Qué me iba a sorprender? No era que Escocia fuera raro: No era muy raro. Era raro, pero... Bueno, tomé la decisión y dije: ‘Allá vamos y veremos lo que pasa, día por día’. Quería recuperar mi forma física, jugar y ver cómo era el campeonato. Y quería que vieran que todavía estaba bien físicamente, que no estaba arruinado, que no era un ex jugador. Sabía que era un lugar en el que podía trabajar en un ambiente tranquilo –quizá demasiado tranquilo–. Al principio, mi mujer se quedó en Italia, con mis tres hijos, que iban al colegio allí. Ahora alquilé una casa. Pero a mi mujer no le gusta el fútbol. Ella ve menos fútbol que Stevie Wonder”.
En contra de la lógica, a los 34 años y después de dos sin competir, el cuerpo de Caniggia respondió. Marcó 11 goles en 17 partidos con el Dundee y exhibió grandes condiciones para el último pase. A los cinco meses, el manager del Rangers, Dick Advocaat, le ofreció un contrato millonario. Para completar su redención, en diciembre pasado la Justicia argentina sentenció a Boca a pagarle alrededor de tres millones de dólares en concepto de sueldos atrasados e indemnizaciones.
Caniggia acude al entrenamiento en una furgoneta salpicada de trozos de galleta, juguetes de sus hijos y cajas de jugo por donde asoma un disco de los Rolling Stones. Su pulover de lana raído y sus vaqueros ajustados recuerdan a su ídolo, el despreocupado Keith Richards. La forma aerodinámica de la cabeza, que culmina una nariz aguileña, hace pensar en la génesis del mote que le impusieron hace años: Pájaro.
¿En qué ha cambiado como jugador? “Cuando era chico jugaba en el medio, de ocho –explica– porque así agarraba más pelotas y gambeteaba mucho. En el Rangers, al principio, jugué como segunda punta. Después Advocaat quiso jugar con tres delanteros y entonces me volqué a la derecha, como en River, como un wing bien abierto. Pero me gusta jugar más sobre la izquierda o en el medio. De chico me acostumbré a jugar mucho sobre la izquierda porque veo mejor el juego. Con la izquierda centreo bien, pero si arranco desde la izquierda puedo enganchar con la derecha también y tirar el centro con la derecha”.
“Antes pensaba menos cuando encaraba –continúa–, ahora busco los apoyos un poco más. A lo mejor, en vez de hacer 40 hago 30 piques por partido. Quiero más la pelota al pie y antes, quizás, habría ido más veces a buscarla. Uno se guarda un poquito en algunas cosas durante los 45 minutos iniciales porque quiere tener resto para los 90. El defensor puede manejarse un poquito mejor. Un atacante lo tiene más difícil. Como atacante, no podés regularte tanto. Lo otro es físico. Hay jugadores que a los 30, 31, les cuesta mucho. Yo no me puedo quejar de mi carrera, másallá de que estuve dos o tres años sin jugar. Cuando un deportista se para, es difícil que vuelva. Además, yo soy bastante viejo. No sé cuántos jugadores parando así podrían haber mantenido un nivel de juego.”
Hay que rascar poco para adivinar que Caniggia esconde un anhelo, el verdadero motor de su aventura. ¿Se ve jugando el próximo Mundial con Argentina? “Me veo jugando un Mundial, y no sólo por una cuestión de experiencia –responde, con los ojos brillantes– yo estoy bien físicamente y lo espero como si fuera un milagro... Ojalá... Pero no lo sé. Es difícil. Yo tengo una pequeña esperanza. Pero no me imagino nada. Es como un deseo de... ¿Cómo podría explicarlo? Ojalá se le ilumine al técnico [Marcelo Bielsa]. Que diga ‘tengo una C, una A, una N, una I, una G, otra G...’ En este momento comprendo el valor de un Mundial. Cuando jugué mi primer Mundial era más inconsciente. A los 20, 21, 22... No me importaba con quién jugaba. Si delante estaba Alemania o Italia. No me interesaba. Siempre me gustó jugar los partidos importantes. Me gusta que haya 70.000 espectadores porque sé que el contrario también está ahí, con la adrenalina a full, y quiere ganar. En un Brasil-Argentina, en un Italia-Argentina, vos te decís: ‘¡Le tengo que ganar a este hijo de puta...!”.
Estremecido ante sus propias palabras, Caniggia se frota el pulover raído por donde se filtra el viento.

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