DEPORTES › UN LIBRO SOBRE LOS AÑOS ’70 EN EL CLUB LA PLATA

Cuando la memoria juega su partido

Maten al rugbier, de Sudamericana, profundiza sobre los casos de los veinte jugadores que desaparecieron o fueron asesinados durante la última dictadura, o incluso antes. Un trabajo sobre búsquedas e identidades.

 Por Gustavo Veiga

La mamá de Rodolfo Axat pagó la cuota social de su hijo desaparecido durante 25 años. Esperaba que algún día volviera a La Plata Rugby Club y a sus brazos. Josefina, ya adulta, cuenta en una carta cómo vio con sus ojos de niña el secuestro de Mariano Montequín, el capitán del equipo. A Hernán Rocca, antes de que lo asesinara la CNU con 21 balazos, la patota lo filmó desde un Torino en un entrenamiento. Luis Mattini, ex líder del ERP, confiesa que su compañero Eduardo Merbilhaá –otro de los rugbiers desaparecidos– le salvó la vida cuando lo instó a salir del país. El juez Julio Reboredo siempre buscó a su hijo Alfredo, un buen jugador, con dos coordenadas: una comisaría y una iglesia. Nunca lo encontró. Este puñado de historias, entre muchas otras, son revelaciones del libro Maten al rugbier, del periodista Claudio Gómez, una investigación sobre los 20 asesinados y desaparecidos que sufrió el club de Gonnet durante la última dictadura cívico-militar.

Publicado por Sudamericana, el trabajo acierta en recrear el necesario contexto de época. El autor lo ilustra con datos. Porque debe comprenderse primero qué pasó entre 1976 y los primeros años que siguieron al golpe en La Plata. Politizada, estudiantil, obrera, movilizada pero asimismo irrespirable, la ciudad tiene tantas muertes y centros clandestinos de detención que, en proporción a su población, abruman.

“El cruce con los resultados del censo de 1970 ubica a La Plata como la ciudad más golpeada del país: hubo una víctima cada 613 habitantes”, señala Gómez. Unos 766 asesinados o desaparecidos pasaron por la universidad platense, entre docentes, no docentes, graduados y estudiantes. Otros por el Colegio Nacional dependiente de aquélla.

Poco más de tres decenas de jóvenes jugaban al rugby. En rigor, 31. Veinte en LPRC, ocho en Universitario, dos en Los Tilos y uno en San Luis, los clubes con más tradición de la zona. La investigación se abre paso entre preguntas que tienen respuestas completas o a medias. Es complicado explicar por qué ocurrió lo que ocurrió en ese ambiente de deportividad, empuje en el scrum y tercer tiempo. Pero no tanto cuando se apoya la pelota ovalada en el ingoal y se sale de la cancha para sumergirse en una asamblea universitaria, o sentir la adrenalina de la militancia clandestina en los años ’70.

Raúl Barandarian es compañero de equipo de cuatro desaparecidos (Santiago Sánchez Viamonte, Pablo Balut, Mariano Montequín y Otilio Pascua) y de Hernán Rocca, acribillado por la fuerza paramilitar de ultraderecha CNU (Concentración Nacional Universitaria). El intenta responder qué pasó en Maten al rugbier: “Es complejo porque se conjugaron muchos factores. En esos años había mucha efervescencia política, la militancia era algo natural. Todos veníamos de escuelas públicas o estudiábamos en la UNLP y además éramos muy solidarios. También tenemos que tener en cuenta que La Plata era un club distinto, donde las libertades se llevaban al extremo”.

El autor le da la razón a su entrevistado. Escribe en el capítulo “Armas en los pupitres”: “Los jugadores desaparecidos de LPRC tienen un solo punto en común: de los 20, 16 cursaban carreras en la UNLP y dos habían egresado del Colegio Nacional. Definitivamente Raúl tenía razón: son el fruto de la escuela pública”. La narración en primera persona le da un tono intimista a los hechos que se describen. Gómez demuestra que se puede contar lo que cuenta con precisión periodística, pero sin dejar de transmitir emociones, confidencias, siempre en un lenguaje cuidadoso hacia los protagonistas. Los llama combatientes, guerrilleros. Nunca terroristas, extremistas o palabras sacadas del diccionario del Terrorismo de Estado.

Ciertos diálogos, como el que precede al epílogo del libro, reconstruyen cómo se discutía en los ’70, con la confitería del club como escenario. Participan Barandarian, Diego Sánchez Viamonte, hermano menor de Santiago, y Gonzalo “Nicha” Albarracín, el actual entrenador del plantel superior de La Plata. Los tres compartieron equipo con varios de los desaparecidos.

“A veces discutíamos con los compañeros que no militaban, nos decían que estábamos locos. Tampoco era que todos los jugadores del club participaban en política, pero sí lo hicieron tipos que deportivamente se destacaron”, cuenta Nicha. “A mí un dirigente me vio en un acto relámpago en 8 y 50...” recuerda Raúl. Y Diego lo chicanea: “¡Los actos relámpagos! Esa pelotudez que hacían ustedes. Estaban todo el tiempo en 8 y 50, iban un día y tiraban volantes o una molotov en la esquina, y después tomaban un café a media cuadra”.

El trabajo –basado en fuentes orales, documentales, bibliográficas, fílmicas y hasta audios o escritos de los mismos jugadores desaparecidos– describe una sucesión de homicidios, secuestros y cadáveres arrojados al Río de la Plata que terminaron con la muerte del último rugbier, el 28 de junio de 1978: Julio “Choclo” Alvarez. Tres días después de que la Selección Nacional de Fútbol ganara la Copa Mundial ante Holanda. También menciona el autor dónde militaba cada uno de los 20 jugadores: “Cinco integraban el ERP, cuatro el PCML y el resto era de la UES, JUP y Montoneros y además tenían distintos grados de compromiso dentro de las agrupaciones”.

Maten al rugbier se lee de un tirón. Cautiva desde el primer diálogo. Interpela sobre por qué la mayoría de los jugadores pasaron sin escalas del rugby a la militancia revolucionaria. Describe la caída en combate de Hugo “Pinino” Lavalle en el monte tucumano, un wing que apenas llegó a la cuarta división. También cómo quedó diezmada la familia de Marcelo Bettini. El, su papá, el cuñado y su abuela están desaparecidos. Ana Laura Mercader cuenta cómo se descubrieron los restos de sus padres: “Fue muy loco porque aparecieron los dos juntos. No los mataron juntos, no los enterraron juntos, pero los reconocieron juntos”. Es hija de Anahí y Mario, un jugador que no era muy dotado para el rugby, pero que al momento de su desaparición estudiaba psicología y periodismo en la UNLP.

El libro desgrana recuerdos de sobrevivientes, familiares y amigos. No pasa por alto traiciones y delaciones. Pero elige humanizar a los 20 canarios románticos de La Plata –como los bautizó en un poema Julián Axat, hijo de Rodolfo– antes que victimizarlos. Es una obra que cumple con la premisa básica del periodismo: se acerca a los hechos para investigarlos y toma la distancia suficiente para contarlos. Aunque su título parece sacado de una novela policial.

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