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La reina de Wimbledon es tan linda como Kournikova, pero además gana

La bella rusa María Sharapova, comparada con su compatriota, escribió su historia al vencer a Serena Williams y obtener su primer Grand Slam.

Por Sebastián Fest
Desde Londres

De tanto en tanto, el tenis sacude con historias como las de María Sharapova, la jugadora que, huyendo de los peligros de Chernobyl, saltó hace una década a Florida para iniciar a los siete años el sueño que concretó ayer: Obtuvo el título de Wimbledon al vencer 6-1, 6-4 a la defensora del certamen, Serena Williams. “Es increíble, realmente. Nunca, nunca en mi vida esperé que esto sucediera tan rápido. Fue siempre mi sueño venir acá y ganar. Cuando miraba el trofeo decía: ‘Está en mis manos, no puedo creerlo, pero está en mis manos’”, confesó la rubia, delgada y espigada rusa (1,83 metro y 59 kilos), tras uno de los éxitos más fulminantes en la historia del tenis.
Hasta enero del año pasado, Sharapova no sabía lo que era jugar un torneo de Grand Slam. El 3 de julio de 2004 es la campeona del certamen más prestigioso y soñado del tenis mundial. Aunque todo fuera muy veloz en los últimos tiempos, para llegar a esa meta recorrió un largo camino. Galina, su abuela, estaba preocupada en 1987. Sólo había pasado un año desde el accidente nuclear de Chernobyl, y María estaba a punto de llegar al mundo. Yuri y Yelena Sharapova vivían en Gomel, Bielorrusia, a escasos 300 kilómetros de la malograda central nuclear. “Estábamos tan preocupados por la niña que nacería que antes de que lo hiciera decidimos mudarnos”, dijo Galina al Daily Mail. Fue así que Sharapova nació en Nyagan, una ciudad siberiana en la que las temperaturas pueden caer en invierno a los 40 grados bajo cero. Bajo las leyes de la entonces Unión Soviética, era el único lugar al que podían mudarse, ya que allí había nacido Yelena, la madre de María.
A los tres años, María volvió a mudarse, esta vez a Sochi, sobre el Mar Negro, una zona de clima mucho más benigno y hogar de Yevgueni Kafelnikov, que llegaría a ser número uno del mundo en tenis. Con cuatro años llegó el primer contacto con la raqueta, impulsado por el entrenador Yuri Yatkin. “Ya a los seis pude ver el talento y determinación que había en María”, recuerda hoy Yatkin. Fue en 1992 que Martina Navratilova, en una exhibición en Moscú, vio por primera vez a Sharapova. Quedó impresionada, y hoy, tras el éxito, fue clara: “Es lo mejor que podía pasarle al tenis femenino”.
Yuri Sharapov, ingeniero en los pozos petrolíferos del Mar Negro, estaba obsesionado con hacer de su hija una campeona, y en 1994, siguiendo el consejo de Navratilova, reunió todos sus ahorros y compró dos pasajes de avión a Miami. La meta, la academia de Nick Bolletieri, conocida mundialmente por producir campeones precoces. Aquella noche que Yuri llegó con María, de siete años, a Miami, llevaba dos maletas y 700 dólares. Eso era todo. Nadie los esperaba en el aeropuerto, y pasaron la noche en un hotel barato. Al día siguiente, sin saber una palabra de inglés, tomaron un autobus y un tren a Bradenton. Al llegar a la academia, el padre de otra alumna intentó disuadirlo: “Usted sueña, ella es demasiado joven”.
Yuri conocía a una rusa que trabajaba allí como traductora, y no dejó de insistir hasta que María fue aceptada. Alquiló por cien dólares al mes un departamento de un ambiente en las cercanías y trabajó en la construcción. Comenzaba el sueño de María, que estaría dos años sin ver a su madre. “Fueron muchos sacrificios. Irme a los EE.UU. a los siete años, no poder ver a mi madre por dos años...”, recordaba ayer la nueva figura del tenis. “No puedo esperar a ver a mi madre, eso es lo primero ahora”, agregó. “Está volando hacia Londres, ¡pero ni siquiera sé si sabe que gané!” El abrazo con su padre en la tribuna fue uno de los más intensos y emotivos que se recuerden en años en un Grand Slam. “Pensaba sencillamente en todo lo que me pasó en la vida, en todos los momentos duros, en todo lo que hicimos”, explicó Sharapova.Aquel paso por lo de Bolletieri –descubridor de jugadores como Andre Agassi o Monica Seles– no fue sencillo: “Yo era muy joven, diez años, y estaba con chicas más grandes, de 16 o 17”. Algunas, lo admite, se burlaban de la pequeña María, que sólo quería jugar al tenis. La pequeña María es hoy toda una mujer, que ya tiene firmado un contrato con la división de modelos de la agencia IMG porque no quiere “estar sin hacer nada” una vez que deje el tenis. Es dura, asombrosamente dura para su edad, cuando se le pregunta por asuntos ajenos al tenis: “No voy a hablar de mi vida personal, ni decir si tengo un novio o no”. ¡Tan diferente a Anna Kournikova, con la que intento comparársela desde que surgió!
Hace poco Sharapova volvió a dejar claro cuánto le molesta esa comparación: “No soy la nueva nada, y sin dudas, no la nueva Kournikova. Soy la nueva María Sharapova. La gente parece olvidar que Anna ya no está en la foto. Es el tiempo de María ahora. No se nos puede comparar. Al fin y al cabo, ella nunca ganó un torneo individual. Yo espero, además, tener una carrera más larga que la de ella”. Kournikova respondió diciendo que “la copia nunca es tan buena como el original”. Pero Kournikova se equivocaba por partida doble: no es una copia, y es mejor.

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María Sharapova, con el trofeo de campeona de Wimbledon.
 
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