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La guerra que no se ve

 Por Martín Granovsky

Robin Cook es un veterano político laborista. No es un pacifista sino un ex secretario del Foreign Office. Desde la cancillería británica condujo, por ejemplo, la guerra de Kosovo. Tampoco pertenece a la izquierda laborista sino al centro del partido, la corriente mayoritaria que convirtió a Tony Blair en líder y luego en primer ministro del Reino Unido. Ayer, Cook renunció nada menos que a la jefatura del Parlamento por desacuerdo con Blair. Los yeah de aprobación de los diputados, que se escuchaban con el fondo de cuero verde y madera de la Cámara de los Comunes, quedaron como una imagen de la resistencia de la opinión pública europea a una guerra que no comparte.
Robert Fisk es un conocido periodista británico. Escribe en The Independent de Londres. En una de sus últimas columnas derrumbó la tesis de las bombas que no matan ni ensucian. Contó las imágenes que tiene grabadas como enviado especial. Dice la nota: “Recuerdo a un iraní herido, con un trozo de hierro incrustado en la frente, que aullaba como animal —cosa que desde luego es lo que somos todos– antes de morir; a un niño palestino que simplemente se derrumbó delante de mí cuando un soldado israelí le disparó a matar –deliberada y fríamente, con intención asesina– porque arrojó una piedra. Y recuerdo a una israelí con la pata de una mesa clavada en el abdomen afuera de la pizzería Sbarro de Jerusalén, después de que un atacante palestino decidió ejecutar a las familias que comían allí. También están los montones de iraquíes muertos en la batalla de Dezful, en la guerra Irán-Irak. La pestilencia de esos cadáveres invadió nuestro helicóptero hasta que vomitamos”.
La conclusión de Fisk es que, como eso no se ve, “nuestros líderes todavía pueden convencernos de que vayamos a la guerra”.
El discurso que George Bush pronunció anoche completa la simplificación que denuncia el periodista. Fue un típico ejercicio de propaganda mañosa, el clásico mensaje que precede a la guerra, pero esta vez la decisión de la guerra imperial es tan fuerte que Bush ni siquiera se permitió construir un argumento con apariencia sólida. Así, el ataque a Irak no sería el comienzo de la guerra más salvajemente unilateral de las últimas décadas sino la continuidad de las maniobras para desalojar Kuwait, hace 12 años. También interrumpiría, según Bush, el proceso de desarrollo de armas de destrucción masiva y eliminaría un santuario del terrorismo.
Irak es una dictadura de la que el pueblo iraquí ojalá se desprendiera. Sin embargo, el cerebro del atentado a las Torres Gemelas no fue detenido en Bagdad sino en Pakistán, país que por cierto tiene la bomba atómica. Y, sobre todo, el bombardeo no es la forma de terminar con una dictadura sino el modo de convertir la represión desde el interior en masacre por aire, mar y tierra. Así será desde mañana a las 22, hora argentina.

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