DIALOGOS › JIMMY BURNS, PERIODISTA INGLéS ESPECIALIZADO EN AMéRICA LATINA, CORRESPONSAL DURANTE LA GUERRA

“El gobierno británico veía a las Malvinas como unas islas que podía negociar con Argentina”

Trabajó para Financial Times, The Observer y la BBC, entre otros medios británicos. La dictadura lo acusó de espía y lo detuvo. En su opinión, después de la guerra, la actitud de Inglaterra se endureció en cuanto a la negociación por las islas.

 Por Gustavo Veiga

–Usted llegó a la Argentina como periodista por primera vez en 1981. ¿Cómo es esa historia por la cual la dictadura militar lo acusó de ser espía inglés?

–Yo lo cuento como una cosa atractiva, pero inconscientemente, en la guerra de las Malvinas, viví un momento profesional muy interesante. Mis teléfonos estaban todos intervenidos, me seguían, me arrestaron dos veces y fui amenazado de muerte por el Comando 2 de Abril que, supongo, era en ese momento parte de los servicios de la Marina. Porque con un nombre así, sólo podía venir de la Marina.

–¿Estuvo detenido aquí en qué momento?

–Me arrestaron en dos oportunidades, una más seriamente que la otra, durante el conflicto. Luego, después de la guerra, me amenazaron de muerte y tuve que irme del país. Me fui a Uruguay durante un cierto tiempo y regresé, aunque esas cosas casi no se cuentan porque los que vivían acá la pasaron peor. Tengo muchísimo respeto por mis colegas argentinos. Los que han sufrido situaciones más peligrosas que yo, un corresponsal extranjero que, en cierto modo, vivía circunstancias de privilegio. Cuando llegué a este país estaba muy consciente de eso, de los periodistas que habían desaparecido. Pero a mí me costó muchísimo como corresponsal estar en la Plaza de Mayo a finales de marzo del ’82 y ver una maquinaria represiva total, y a los dos días, esa misma plaza llenarse de gente y gritar: “Todos somos argentinos”, con Galtieri en el balcón. Por mi sensibilidad, como nieto de un abuelo liberal que fundó la República Democrática de España o por mi educación democrática en Inglaterra, me costó comprender eso. La imagen que daba el país al exterior en ese momento para mí era nefasta.

–¿Mantiene hoy el mismo enfoque de aquella época?

–Mi visión sobre el asunto no ha cambiado. Lo que fundamentalmente cambió fue la dinámica histórica y diplomática de lo que está pasando con las Malvinas. En el sentido de que, si uno puede revisar los papeles, todo lo que ha visto de documentos desclasificados –y ahora están saliendo más y más papeles–, no hay duda de que el gobierno británico veía a las Malvinas como unas islas que podía negociar con la Argentina. Algo que, en cierto modo, se emparienta con el tema de Gibraltar. El hecho de que se ocupó militarmente a las Malvinas contra el deseo de los isleños cambió todo totalmente. Se acaba de votar un nuevo consejo local en el que son más duros de lo que habían sido en años. Esto es una preocupación para el gobierno británico, pero también es una realidad. Los isleños se sienten más refractarios, y mientras exista eso, no habrá ningún gobierno británico, se lo garantizo, sea conservador o laborista, que entregue esas islas a los argentinos. No va a ocurrir.

–¿Para qué medio cubrió la guerra del Atlántico Sur?

–En el ’81, mi periódico, el Financial Times, me pidió si quería ser el corresponsal para el Cono Sur; para Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay, basado en Buenos Aires. Vine a finales de ese año y a los dos días que estaba aquí, ocurrió el golpe de palacio de Galtieri, que destituyó a Viola y ya me quedé. Me di cuenta de que ese golpe suponía la llegada de una junta con ambiciones políticas y diplomáticas internacionales que iban mucho más lejos de lo que se había visto hasta entonces. Y cuando estalló la guerra de Malvinas estaba aquí. Por razones diplomáticas no vamos a hablar de Malvinas. Yo normalmente las llamo Falkland, pero no me importa eso.

–En su página web define a la OTAN como víctima. Dice: “Agresión descarada a las fuerzas de la OTAN”. ¿No le parece que tergiversa los hechos?

–Soy consciente de la dificultad de dialogar sobre la base de cuestiones ideológicas cuando uno viene de Europa y otro vive acá. En el sentido de que, por formación histórica y cultural, por ejemplo, puedo tener una perspectiva –dejando a un lado cuestiones comunes como lo son el repudio a violaciones a los derechos humanos o dictaduras militares– que supone cuál es el papel de los Estados Unidos en el mundo. Los que hemos vivido en Europa, los que tuvimos padres o abuelos que murieron en campos de batalla durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, los que estuvieron a merced de los nazis, sabemos lo que le debemos a Estados Unidos. Si no fuera por ese país, tal vez Hitler hubiese dominado a Europa o al resto del mundo. Desde niño me implantaron eso en un colegio inglés. En un momento en que usted tenía más o menos mi misma edad de pibe, veía que las Malvinas son argentinas, mucha historia sobre ellas y el imperialismo británico. Sin presumir de arrogancia, los que estudiamos la historia latinoamericana en universidades europeas sabemos que la narrativa histórica en Argentina ha sido muy selectiva por momentos.

–¿Por qué lo dice?

–Es una realidad que la Guerra de la Independencia argentina surge de las invasiones británicas. Psicológicamente es un poco difícil de asumir. Como que la caída de la dictadura de Galtieri, se debió a Margaret Thatcher. No soy miembro del Partido Conservador, ni jamás lo he votado, pero en cierto modo, de no haber sido por la guerra de Malvinas, hubiesen tenido un régimen militar durante mucho tiempo. Imagínese si Gran Bretaña y Estados Unidos eran derrotados y humillados totalmente en Malvinas por la junta militar. Imagínese lo que hubiese supuesto eso en la situación política interna de este país. Un nacionalismo nefasto y muy equivocado para el futuro democrático de la Argentina.

–¿Es nuestro país con el que mantuvo la relación más estrecha de permanencia como corresponsal?

–Sí, en términos de permanencia y de cobertura profesional sí, aunque obviamente lo de Chile también me quedó, porque mientras estaba en Buenos Aires tenía que cubrir el régimen de Pinochet y también Uruguay. Me siento muy en mi casa en Montevideo, era el Buenos Aires que fue, como decía Borges.

–¿Cuánto tiempo vivió y trabajó en la Argentina?

–Estuve de corresponsal aquí desde el ’81 y me quedé hasta el ’86. Vi la crisis de la deuda, cubrí el juicio a las Juntas... Si me encuentro con el fiscal Moreno Ocampo recordamos viejos tiempos, tomamos un café, él me contaba lo que iba a ser el juicio de las Juntas. Conocí a Emilio Mignone del CELS, que en paz de descanse. A gente así conocí, que siempre se me clava en la memoria, gente con muchísima valentía. A partir del ’86 me fui de aquí, volví a Inglaterra y empecé a investigar para el libro La tierra que perdió a sus héroes, sobre la guerra de Malvinas y Argentina. Para eso hice muchas entrevistas y regresé. Luego se publicó la primera edición y para el vigésimo aniversario, en 2002, hice una reedición del libro. Le agregué más investigación y el tema de la operación Cóndor, no la de las violaciones a los derechos humanos, sino el del misil secreto que se desarrolló bajo el gobierno de Alfonsín.

–¿Por qué el libro se llama La tierra que perdió sus héroes?

–Buena pregunta. Quiero ser honesto: fue un título que le robé a un colega británico (sonríe). Es una historia curiosa, lógicamente. El primer aniversario después de la guerra de Malvinas yo trabajaba, además de en el Financial Times, para el Observer de Londres, y su magazine me pidió escribir la tapa sobre el primer aniversario de la guerra y escribí una historia con fantásticas fotos que se hicieron sobre todo con veteranos de las Malvinas. Ya había mandado las páginas, todas hechas con el título: La tierra que perdió sus héroes, y justamente ese fin de semana hubo una huelga de los gráficos en Inglaterra y jamás se publicó ese artículo. Pero lo que me quedó clavado fue el título. Me pareció buenísimo para una guerra que se basó en cierto modo en un fantasma. En un fantasma de una junta militar que se equivocó completamente de dónde estaba en el mundo o lo que era el sentido del heroísmo. Un ejército que piensa que un tipo como Astiz, que torturó y mató gente, es un héroe de batalla; y que luego, al final, se rinde antes que ninguno. Juega con las palabras de lo que son héroes y lo que no son héroes.

–¿Cómo definiría a los kelpers, actores insoslayables del conflicto, si hubiera que encuadrarlos en la política británica? ¿Qué son? ¿Conservadores?

–Yo diría que políticamente son casi autónomos, sociológicamente gente muy simplista y no son grandes mentes políticas. Gente de campo o pescadores, que han vivido muy aislados y que no tienen gran conocimiento del mundo. Pero que se sienten británicos.

–¿Qué impresión le ha causado la Argentina actual, tan distante de aquella que le tocó cubrir y analizar como corresponsal?

–Lo que pienso de este país, al que he venido un poco más de turista y no de corresponsal, lo capté en una experiencia supercuriosa el sábado, cuando pasaba por la Plaza de Mayo y vi que los turistas se encontraban en la Casa Rosada, la que como periodista había cubierto el 30 de marzo de 1982, mientras la Policía Federal le pegaba palos a todo el mundo. Me acuerdo que la única vez que realmente entré en la Casa Rosada fue para entrevistar a Menem cuando era presidente. Hacerlo hoy y ver a los granaderos hablar en varios idiomas, estar simpatiquísimos con los turistas, muy abiertos, y no como, por ejemplo, los soldados que en Gran Bretaña te meten una metralleta, donde por el terrorismo no puedes llegar a Downing Street. Pero la sensación, esa primera sensación de entrar y ver que estos chicos son muy amables con la gente, que culturalmente se han convertido en guías, demuestra que este país está entrando gracias a Dios en otra narrativa. Los que estaban en esa Casa Rosada en 1982 eran unos tipos muy diferentes. Ahora ves una sala de mujeres argentinas, no militares, y ves a Evita Perón. Tú y yo podemos discutir lo que fue Evita Perón, pero ves a las Madres de Plaza de Mayo, y cuando era corresponsal, recuerdo los palos que les pegaban y ahora están allí en un altar de reverencia justificada. Y en otra sala hay un homenaje a los científicos argentinos. Hemos estado años y años pensando que la historia argentina se basaba solamente en militares.

–¿Cómo nació su interés por los temas de nuestro país y de Latinoamérica?

–Bueno, depende por dónde quiera empezar. Escuchándome se dará cuenta de que tengo un acento, como dicen aquí, muy gallego. Yo nací en Madrid y por parte de mi madre soy nieto de un eminente hombre de letras y físico, el doctor Gregorio Marañón, que fue muy conocido en su época en Latinoamérica, porque fue parte de la generación del ’27. Vino aquí en los años ’30, fue muy amigo de Victoria Ocampo, de toda esa gente. Viajó con Ortega y Gasset y es así que yo nací en un entorno bastante intelectual, y al mismo tiempo muy ligado a todo el tema del mundo hispánico. Latinoamérica y Argentina, Uruguay sobre todo, representan bastante para mí. Yo después fui a Inglaterra, me educaron los jesuitas en el norte y luego pasé por la Universidad de Londres e hice estudios latinoamericanos y una tesis sobre ciencia política. Y ahí, bueno, mi generación coincidió con el interés por el tema político de esta parte del mundo que eran los golpes de Estado, los regímenes militares y nosotros, que estábamos en la Universidad, comenzamos a tener conocimientos de las violaciones a los derechos humanos, como de la realidad de los muchos latinoamericanos que se venían a Europa con pasaporte de las Naciones Unidas, exiliados de una forma u otra.

–¿Y cuándo comenzó a trabajar en el periodismo?

–Da la casualidad de que cuando me metí en el periodismo estuve en los primeros años ejerciendo la profesión de corresponsal en Portugal y España, con la transición democrática después de la muerte de Franco en Madrid. Cubriendo eso o la revolución en Lisboa, momentos muy interesantes. Y allí me hice muy amigo de periodistas argentinos, gente de mucho rango que había trabajado por ejemplo para La Opinión, periodistas muy profesionales pero que habían tenido la desgracia de vivir un golpe militar y lo que eso supone.

–El último de sus libros se llama Papá espía y lo sitúa nuevamente en España, pero duran-te la Segunda Guerra Mundial. ¿De qué se trata la investigación?

–En cierto modo, el concepto del libro se explica por los que, de mi generación, hemos tenido padres que estuvieron en la Segunda Guerra Mundial, que siempre quisimos saber lo que hicieron ellos. Para nosotros era casi un sueño ideal que la generación de nuestros padres pudiera combatir al fascismo, al nazismo, a Hitler y todo eso. Pero yo no sabía exactamente qué había hecho mi propio padre. Y me di cuenta de que no hablaba mucho sobre esa parte de su vida en la Segunda Guerra. Sabía que no había sido soldado, porque no estuvo en el ejército británico, pero también sabía que había estado en algún momento en la embajada británica en Madrid a partir de la Segunda Guerra Mundial y que, obviamente, había conocido a mi madre española, porque se casaron en 1944.

–¿Con qué se topó en esa búsqueda?

–A partir de la muerte de papá, en el ’95, me puse este reto de averiguar un poco su historia. Empecé como todos los periodistas investigadores, a buscar fuentes, a hablar con sobrevivientes de esa época, mirar documentos clasificados o desclasificados, estuve en el archivo de Pilar Franco, en Estados Unidos mirando varios archivos, en Gran Bretaña también... y realmente comprobé que mi padre estuvo en la embajada británica en Madrid, oficialmente como primer secretario y jefe de información y prensa, que realmente era un puesto encubierto para un trabajo muy intenso de propaganda antinazi y de espionaje. Era un enlace clave dentro de la embajada en el servicio secreto británico y también en un sistema clandestino que los británicos montaron para contrarrestar la propaganda nazi en España y Portugal. Y no sólo en estos países. Por ahí pasaba el espionaje a Latinoamérica y Argentina sobre todo. Y el libro se llama Papá espía, porque él era eso.

–¿Su padre era diplomático de carrera?

–El era un editor. Publicaba libros, era amigo de gente como Graham Greene, era un editor muy conocido. Católico, para entonces tenía 30 o 31 años, así que era demasiado viejo para meterse como soldado. Y lo captaron en el Ministerio de Información, como se llamaba en ese entonces. En cierto modo, era un sector de los servicios que tenía a cargo toda la contrapropaganda que los ingleses querían desarrollar, sobre todo Churchill, en respuesta a la propaganda muy sofisticada de Goebbels y los nazis.

–¿Y en qué circunstancias conoció a su madre en Madrid?

–Obviamente, vuelvo a la figura de Gregorio de Marañón, porque ella era su hija menor, que además era la más querida por mi abuelo. Mi madre Mabel conoció a mi padre Tom Burns cuando él trabajaba como diplomático en Madrid.

–Usted nació en Madrid en 1953 y su infancia empezó directamente a transcurrir en Inglaterra. ¿Se fue muy rápido de España?

–Sí, yo nací en Madrid por casualidad porque estaba mi mamá allí visitando a unas amigas y se había quedado más de un mes de vacaciones. Me tuvo ahí. Era el más pequeño de cuatro hermanos y luego nos vinimos a Inglaterra. Pero toda mi vida he ido, desde pequeño, de un país al otro. Yo no sé si es por esa cosa freudiana de imitar inconscientemente al padre, pero cuando vine por Malvinas a la Argentina, me acusaron de ser espía británico, me arrestaron...

–Sus libros tratan sobre Lady Dy, Diego Maradona, el fútbol español, los golpes de Estado, Malvinas, su padre espía... ¿Con cuál de esos temas que investigó se siente más representado?

(Piensa). –Vaya pregunta... Me siento representado por diferentes libros. Por ejemplo, el de la Argentina y las Malvinas para mí fue un trabajo de investigación histórica y política muy importante. Porque era una manera de explicarme a mí mismo y a mis lectores lo que yo había vivido en ese momento. El libro sobre viajes también lo fue, porque era un encuentro muy personal por el continente latinoamericano a nivel de gente muy humilde, que a menudo no reflejamos en las primeras páginas o páginas centrales de nuestro diarios. Y luego, los de fútbol, yo diría que de los tres de fútbol, que son crónicas de cultura y política también, el de Maradona, La mano de Dios, para mí es muy importante porque fue un desafío intentar comprender el mito del futbolista, lo que es y supone dentro del país. Ese y el de mi padre resultaron los más difíciles de escribir. El de Maradona por la dificultad de penetrar en su mundo más íntimo y el de mi padre porque es muy difícil para un hijo escribir sobre él. Igual me parece muy objetivo, porque no lo intento defender. Por ejemplo, relato que durante la Guerra Civil Española estuvo muy a favor de Franco... Y como espía, fue un espía a veces fallado. No era un 007.

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Imagen: Daniel Dabove
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