ECONOMíA › OPINION

Economía global exagerada

 Por Mark Weisbrot *

“Este es el día en que el mundo se unió para combatir la recesión global. No con palabras, sino con un plan de recuperación global y de reforma y con una agenda clara”, dijo el primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, al final de la Cumbre del G-20 la semana pasada.

Pero sus palabras fueron algo exageradas. No hubo ningún plan para la recuperación global o siquiera un compromiso para incrementar un estímulo fiscal. Falta ver qué tipo de reformas realmente se materializarán. Pero la recuperación y las reformas no dependerán necesariamente de lo que decida hacer el G-20. Retrocedamos a la última gran crisis económica: la que comenzó en Asia en 1997 y se propagó por Rusia, Brasil, Argentina y otros países. En septiembre de 1998, el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, advirtió que “simplemente no es creíble que Estados Unidos pueda seguir siendo un oasis de prosperidad inafectado por un mundo que está sufriendo grandes tensiones.” Pero la economía de EE.UU. siguió creciendo durante la crisis, como resultado del consumo impulsado por la burbuja en la bolsa de valores. Esto continuó hasta que reventó, llevando a la economía de EE.UU. a la recesión en 2001.

La actual recesión global es mucho peor y más extendida que la crisis de fines de los noventa. Los países de altos ingresos que constituyen la mayor parte de la economía del mundo están casi todos en recesión. Hay grandes desequilibrios, generados durante muchos años, que se están ajustando a un paso que es difícil predecir. Y hay grandes debilidades en la mayor parte del sistema financiero global. No obstante, EE.UU. es capaz de recuperarse por sí misma con un estímulo económico doméstico lo suficientemente grande y sin importar lo que otros gobiernos hagan. Al mismo tiempo, la recuperación de EE.UU. ayudará al resto del mundo. El hecho de que el dólar sea la moneda de reserva clave del mundo le da a EE.UU. todavía más libertad para actuar. Hay fuertes reclamos por parte de los conservadores sobre la manera de gastar frente a una recesión, pero hay inversionistas en todo el mundo que están dispuestos a prestarle dinero al gobierno de EE.UU. a una tasa de interés históricamente baja (tanto real y nominal) de 2,9 por ciento sobre los bonos del Tesoro a diez años. Esto no es señal de una crisis fiscal inminente.

Es bueno que los líderes del G-20 por lo menos estén hablando sobre una cooperación internacional incrementada para enfrentar la desaceleración global. El carácter global de la “economía global” ha sido extremadamente exagerado, al igual que lo han sido sus implicaciones. El mundo hoy en día es aún mucho más una colección de economías nacionales. Y los gobiernos nacionales –especialmente en las economías más grandes– tienen el potencial de escoger la mayoría de sus políticas económicas así como lo hicieron hace treinta o cuarenta años. El gobierno de China, por ejemplo, por décadas ha controlado el movimiento de capital hacia dentro y fuera del país, ha regulado inversiones extranjeras de acuerdo con las necesidades y los planes de desarrollo nacionales, ha fijado su tasa de cambio y se ha adueñado de casi todo el sistema bancario. De esta manera pudo aprovecharse de la “globalización” –tanto en términos del comercio internacional como de inversiones extranjeras directas– para lograr el crecimiento económico más rápido en la historia del mundo.

La idea contemporánea de “economía global” está basada en una analogía mal aplicada al desarrollo histórico de economías nacionales. Por ejemplo, la economía de EE.UU. era mucho menos estable, con desaceleraciones más frecuentes y más duraderas, antes de la creación de instituciones reguladoras, incluyendo a la Reserva Federal (1913) y las reformas del New Deal de los años treinta. La crisis actual, la cual ha ocurrido después de décadas de reformas de desregulación, parece ser la excepción a la regla.

Así, se ha razonado, ahora vivimos en una “economía global”, y ésta también tiene que ser regulada para resolver algunas de las irracionalidades e inestabilidades inherentes en una economía de mercado.

Por supuesto que hay algo de verdad en este argumento. La idea de una moneda de reserva mundial para reemplazar el dólar, por ejemplo, presentada por China, es una reforma potencial que podría mejorar la estabilidad macroeconómica global. Pero el concepto de la “economía global” es muchas veces una exageración, que genera confusión y consecuencias políticas negativas. Reformas que son necesarias y además viables a nivel nacional son rechazadas como incompatibles con la “economía global”. Al mismo tiempo, los reformadores a menudo equivocadamente acuden a instituciones supranacionales que fomentan principalmente la desregulación, que no responden ante nadie y que son regresivas –FMI, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio– para resolver los problemas que estas mismas instituciones han ayudado a crear. Ciertamente, la “globalización” bajo reglas y políticas inapropiadas ha contribuido de manera importante a la crisis actual. Incluso la Unión Europea, un proyecto que se compara favorablemente al tipo de integración del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, está actualmente dificultando la recuperación de la Eurozona. Las restricciones a los déficit presupuestarios y la configuración ultraconservadora del banco central establecida por el acuerdo de Maastricht están haciendo más difícil que Europa pueda contrarrestar esta desaceleración.

Los esfuerzos para rediseñar las reglas del comercio global de una manera más equitativa y racional –esfuerzos como los de la comisión de las Naciones Unidas encabezada por Joseph Stiglitz, son una parte vital de la creación de un futuro mejor para las generaciones por venir.

* Codirector del Centro de Investigaciones Económica y de Políticas (Center for Economic and Policy Research) en Washington, D.C.

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