ECONOMíA › ENTREVISTA A VICTORIA BASUALDO, INVESTIGADORA DEL AREA DE ECONOMíA Y TECNOLOGíA DE LA FLACSO

Una base sindical con historia de lucha

En los últimos años, grandes empresas tuvieron conflictos encabezados por delegados de fábrica que redoblaron la presión sobre la patronal y la cúpula sindical. Basualdo destaca en su nuevo libro que no son hechos aislados sino que tienen una larga tradición.

 Por Fernando Krakowiak

En los últimos años, algunas grandes empresas tuvieron conflictos laborales encabezados por delegados de fábrica que no sólo redoblaron la presión sobre la patronal sino también sobre la cúpula sindical. La investigadora de Flacso, Victoria Basualdo acaba de publicar el libro La industria y el sindicalismo de base en la Argentina (de editorial Cara o Ceca) donde analiza la historia de esas experiencias gremiales desde el peronismo hasta la actualidad. “El objetivo es tratar de sintetizar algunas tendencias en términos de organización sindical para mostrar que esos estallidos tienen una larga tradición nacional”, afirma en diálogo con Página/12.

–¿Por qué considera a los delegados de base como un elemento clave dentro de la estructura sindical?

–La existencia de una organización nacional centralizada de gremios industriales como la CGT es fundamental para la fortaleza del sindicalismo argentino, pero el grado de penetración y alcance a nivel de los establecimientos laborales también es clave. La negociación nacional unificada tiene fuerza porque está respaldada no sólo por dirigentes de seccionales sino también por representantes en las fábricas.

–En el libro afirma que las instancias de representación directa otorgaron al sindicalismo local un carácter original y pionero en América latina.

–La investigación se centró en el caso argentino, intentando delinear grandes tendencias de organización sindical desde 1943, en particular en fábricas siderúrgicas y textiles. La comparación sistemática con otras experiencias de América latina todavía está pendiente. Esa expresión con respecto a la originalidad argentina surge de observaciones informales. Por ejemplo, en Chile, la organización sindical en el lugar de trabajo es prácticamente inexistente, y en Brasil no se observa con la misma intensidad. Empresarios brasileños que compraron compañías argentinas quedaron impresionados al ver el grado de organización sindical en planta.

–¿Fue Perón quien respaldó la conformación de cuerpos de delegados de base?

–Hay trabajos recientes que muestran que los delegados en comisiones internas se habían desarrollado incipientemente en forma previa y que la etapa peronista es de consolidación y extensión. Esa expansión revela un aspecto nuevo de la acción sindical en ese período porque siempre se había destacado el proceso de burocratización y consolidación de una estructura muy vinculada con el Estado. Durante el peronismo, las comisiones internas tuvieron una enorme importancia y se adquirió el fuero sindical en el lugar de trabajo.

–Perón se caracterizó por ejercer un fuerte control sobre los sindicatos. ¿Cómo fue la relación con esos cuerpos de delegados?

–Lo que se ve es un permanente conflicto dentro de las organizaciones sindicales. En el periódico de la CGT es muy evidente la preocupación por los desbordes. Perón, por su parte, habla en varias ocasiones sobre la necesidad de controlar a la “masa anárquica”, y al mismo tiempo el Congreso de la Productividad de 1955 es un intento de imponer mayor disciplina y subir los ritmos de producción que se consideraba que se habían deteriorado durante el decenio peronista. Sin embargo, las recomendaciones consensuadas no pueden aplicarse cabalmente. Hay muchos testimonios de empresarios que al final de la década peronista resaltan la existencia de un enorme poder obrero en el seno de las fábricas.

–¿Qué cambia a partir de la caída del peronismo?

–Después del interregno de Lonardi, las primeras medidas del gobierno de Aramburu tienen a desmantelar la organización sindical de base. Luego hay un proceso de consolidación de las cúpulas, pero a partir de los años ’60 se observa una reorganización de la base y esto surge de manera visible a fines de los ’60 con el Cordobazo. En los procesos de radicalización obrera que van desde fines de los ’60 hasta los ’70, la organización sindical de base tiene mucho que ver.

–¿Cómo fue posible esa reorganización durante gobiernos militares o gobiernos civiles condicionados fuertemente por los militares?

–Uno podría pensar que las bases son necesariamente el primer objetivo de la política represiva, pero esto no siempre fue así. La tendencia a la descentralización fue otra forma de pelear contra una estructura sindical centralizada y vertical asociada al peronismo.

–A partir de 1976 pareciera invertirse el criterio, porque la represión se concentró en las bases y se negoció con sectores de la cúpula sindical.

–Lo que estoy marcando es una oscilación entre negociar con las cúpulas para controlar a las bases o descentralizar las negociaciones para debilitar a esas cúpulas. Son dos estrategias que se van alternando entre 1955 y 1976. Lo que hay a partir de 1976 es una profundización de la ofensiva. Los delegados fueron víctimas de una represión ejemplificadora. Hubo casos de obreros colgados en la puerta de las fábricas. A su vez, el secuestro y la desaparición buscó generar terror en el lugar de trabajo. La represión también se extendió a los líderes sindicales. Hay sectores que pactan con la dictadura, pero existe un arco enorme de líderes sindicales que son desplazados, puestos en prisión o directamente desaparecidos, como es el caso del arco combativo.

–Pero las estadísticas de la Conadep evidencian que la gran mayoría de los desaparecidos fueron obreros de base.

–Las formas represivas fueron diferentes. La política de secuestro y desaparición, que empezó antes del golpe, se concentró en la base, mientras que frente a los dirigentes sindicales se tenían mayores cuidados debido a la presión internacional.

–Otra característica distintiva fue la complicidad de los empresarios que propiciaron la desaparición de sus propios trabajadores.

–Ese vínculo fue muy estrecho. En algunos casos surgió de las propias empresas que buscaron reinstaurar condiciones de trabajo que se habían perdido debido al grado de organización sindical, y en otros fue consecuencia de la presión del gobierno militar para el otorgamiento de información.

–Ese colaboracionismo parece haber quedado impune.

–Es muy difícil de juzgar. Hay varios casos en marcha, como los de Mercedes-Benz y Ford, pero es difícil conseguir condenas. Lo que está claro es que debe dejarse de lado la dicotomía militares-guerrilla porque el foco represivo en el lugar de trabajo y en los sindicatos evidencia que la dimensión central del conflicto fue la pelea por una distribución del ingreso más equitativa.

–¿Cuáles fueron los casos más emblemáticos de colaboración empresaria?

–Estudié los casos de Mercedes-Benz, Ford, Astilleros Astarsa, Ledesma, Dalmine-Siderca (Techint) y Acindar porque allí hay claras evidencias de distinto tipo de colaboración: financiamiento a las fuerzas represivas, entrega de listas de trabajadores, autorización del ingreso de las fuerzas represivas para secuestrar en los lugares de trabajo e incluso la instalación de centros de detención dentro de la fabrica, como ocurrió en Acindar y Ford, donde además se llegó a torturar a los trabajadores.

–¿Esos centros funcionaban dentro de las fábricas mientras el resto de los compañeros seguía trabajando?

–Sí, son fábricas con predios muy grandes. En el caso de Acindar funcionó en el albergue de solteros. Allí la represión fue brutal. Martínez de Hoz fue presidente de Acindar hasta que asumió como ministro de Economía de la dictadura; y luego lo reemplazó López Aufranc, que impuso un régimen militar dentro de la fábrica.

–¿En qué medida influyeron en el debilitamiento de la base sindical los cambios en la modalidad de organización del trabajo que trajeron la polivalencia y la tercerización?

–Una de las razones por las que decidí cortar mi trabajo de investigación en los ’80 fue porque es necesario realizar más estudios de casos antes que hacer generalizaciones sobre la década del ’90. Los estudios disponibles hasta ahora sobre la reconversión productiva muestran que los cambios en la organización de la producción tuvieron una enorme implicancia en la pérdida de poder de los delegados, pero hace falta seguir investigando.

–Su tesis de doctorado abarca el período 1943-1983, pero en el libro extiende el análisis hasta la actualidad.

–El libro incluye dos trabajos. Tanto el de Daniel Azpiazu y Martín Shorr sobre la industria en la post-convertibilidad como el mío fueron realizados a pedido de Fetia y la Fundación Ebert, y tienen el objetivo de proveer elementos de discusión en el ámbito sindical. Por ese motivo, me propuse vincular mi investigación histórica con la actualidad, sintetizar algunas tendencias en términos de organización sindical de base para mostrar que los estallidos recientes en varios establecimientos no surgen aislados sino que tienen una larga tradición nacional.

–Usted destaca el resurgimiento de los conflictos en las fábricas, pero al mismo tiempo cita un informe del Ministerio de Trabajo donde se destaca que el 87 por ciento de las fábricas no tienen delegados.

–Destaco la fortaleza en un período en el cual este fenómeno fue muy importante, y creo que de algún modo se mantuvo porque en las grandes empresas más del 50 por ciento tiene algún delegado. Eso garantiza mayor presión sobre los líderes sindicales, y a esos mismos líderes les brinda capacidad de movilización y presencia en los lugares de trabajo. Estar organizado en el lugar de trabajo te pone en otro lugar con respecto a la patronal, te permite negociar de otra manera.

–Esos líderes de base cuestionan el modelo de sindicato unificado y la CGT dice que una descentralización debilitaría al movimiento obrero.

–Es un tema complejo. Creo que hay que encontrar un equilibrio. Hay formas para democratizar más la representación sindical sin llegar a descentralizarla totalmente y debilitarla.

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“La negociación nacional unificada tiene fuerza porque está respaldada en las fábricas”, afirma Basualdo.
Imagen: Rafael Yohai
 
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