ECONOMíA › LAS PRESIONES QUE LLEVARON A BRASIL A LA CRISIS. CONDICIONAMIENTOS A LA HORA DE LA SALIDA

Disputas económicas con rasgos conocidos

Los grupos de poder pusieron a prueba a Dilma Rousseff al llegar al gobierno, empujándola a un ajuste que provocó una aguda desaceleración. Comienza a recuperarse, pero el lobby industrial busca condicionarla. Lo cuenta Adhemar Mineiro, economista.

 Por Raúl Dellatorre

La economía brasileña empieza a abandonar, lentamente, un período de peligroso estancamiento y se encamina a terminar el año recuperando la dinámica de tasas positivas de crecimiento, aunque en niveles más moderados. Peligroso, porque buena parte de la fuerte caída en la tasa de crecimiento estuvo relacionado con las políticas aplicadas por el gobierno de Dilma Rousseff en los primeros meses de su mandato, aceptando quizá con demasiada permisividad los diagnósticos y consejos de ciertos sectores que representan el poder económico. “Dilma asumió (en enero de 2011) con una oposición paralizada, pero enseguida debió enfrentar a un poder económico que la puso a prueba para tratar de limitar su capacidad de acción. La política fiscal se instaló en el centro del debate: el fantasma de una inflación que saldría de control, las críticas a un gasto público que se calificaba de explosivo, las previsiones de una posible crisis de balanza de pagos por fuga de capitales y fuerte déficit comercial eran los asuntos económicos que reflejaba la prensa. El mismo ajuste al que Dilma se había opuesto con firmeza siendo ministra de Lula, ahora la hacía dudar siendo presidenta. Se impuso una política restrictiva hasta fines de 2011. Ninguno de los pronósticos se cumplió, pero la política fiscal y monetaria dejó sin aliento el crecimiento, que cayó del 7,5 por ciento a menos de 2 por ciento en dos años. Ahora cambió la política y comienza la recuperación, pero los lobbies siguen operando.” Quien advierte esto es Adhemar Mineiro, economista brasileño, miembro del Departamento Intersindical de Estadísticas y Estudios Socioeconómicos e integrante del grupo de organizaciones sociales que monitorearon las negociaciones brasileñas con el ALCA, la OMC, el Brics y el G-20 en los últimos nueve años. Un relato con más de un dato para tomar en cuenta en Argentina.

Adhemar Mineiro se presentó el jueves último en Buenos Aires, en una charla organizada por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo, Cefid.Ar. Su relato no sólo acercó algunas realidades poco comentadas sobre la economía brasileña, sino que además dejó algunos interrogantes acerca de lo poco que se estaría haciendo en Argentina y Brasil para defender las políticas de desarrollo e inclusión frente a enemigos comunes.

“Apenas asumió Dilma, ya desde antes, los lobbies lograron imponer un escenario de tragedia para presionar al gobierno. Es lo que reflejaba la prensa con sus comentarios. Se advertía sobre una inflación fuera de control, un gasto público desbordado por las excesivas concesiones de transferencias durante la última etapa de Lula, se anunciaba una posible crisis de balanza de pagos por fuga de capitales, caída fuerte de exportaciones y suba de importaciones. Nada de esto se verificaba en las estadísticas, pero igual se impuso la idea de que era necesario frenar el crecimiento y controlar el gasto público”, explicó Mineiro ese fin de 2010 y comienzos de 2011.

“El Banco Central mantuvo una política de altas tasas de interés hasta septiembre, colocando la tasa de referencia en el 13 por ciento. Se produjo una entrada de capitales financieros que revalorizó el real. La caída del dólar provocó una entrada fuerte de productos importados principalmente de China: bienes de capital, calzados, muebles, línea blanca de electrodomésticos fueron los rubros industriales más afectados. La suba de las tasas redujo el margen de presupuesto para la inversión pública (N. del R: la mayor parte de la deuda pública brasileña es en reales y a tasa variable; si ésta sube, hay que pagar más intereses y quedan menos recursos para otros gastos). Pero la mayor liquidez por el ingreso de divisas no se volcó al crédito productivo, sino al crédito para consumo, por el que se siguió cobrando tasas exorbitantes: más del 100 por ciento en créditos personales y más del 200 por financiamiento con tarjetas de crédito.”

“No había inflación ni fuga de divisas, tampoco crisis en las cuentas fiscales, y sin embargo el panorama para 2011 es que, por la política aplicada, se le habían quitado todas las vías de aliento al crecimiento: en el consumo, el sector externo, el gasto público y las inversiones. El objetivo era bajar la tasa de crecimiento del 7,5 por ciento (último año de Lula), al 5 por ciento, pero bajó al dos y medio con un arrastre al 2012, que cerrará con 1,5 a 2 por ciento, pese a las medidas de reactivación que ahora se tomaron.”

El primer semestre de 2012 evidenció un crecimiento cercano a cero, el segundo semestre podría registrar un alza del producto interanual del cuatro, estima Mineiro. “A partir del último trimestre de 2011 cambió la política de tasas de interés, que empezaron a bajar. Se invirtió también la política cambiaria, con un dólar que subió a dos reales y se mantendrá ahí. Habrá una recuperación fuerte en la política de ingresos de los asalariados, que en 2011 prácticamente no tuvieron subas, provocando una tensión muy fuerte con los sindicatos y los perceptores de ingresos (por transferencias del Estado) que se mueven en función del salario mínimo.”

Sin embargo, el economista brasileño, fuertemente ligado a los sindicatos y a las organizaciones sociales en su labor, advierte algunos claroscuros de la política económica en esta etapa: “El gobierno está intentando bajar los costos de contratación laboral, bajando los aportes patronales. Uno de los más beneficiados por las medidas es el automotriz, que percibirá buena parte de los 20 mil millones de reales que tendrán como costo para el sector público. En esta última etapa, el discurso económico que se impuso fue el de la ‘desindustrialización’. Hubo mucho debate y un lobby muy fuerte, que termina obteniendo estos beneficios para las grandes empresas. Pero no hay evidencia alguna de destrucción de empresas, sí de desaceleración, porque crece menos que los servicios. O de desplazamiento regional, porque San Pablo tuvo baja de producción, pero Recife u otras regiones del Norte han crecido mucho, incluso Río. ¿Y eso es bueno o malo? No lo sé, pero no es desindustrialización”.

Tras preguntarse si estas políticas industriales habrán sido consultadas por Brasil con sus socios regionales, Adhemar Mineiro dejó una reflexión final. “Lo grave de la industria automotriz es que las multinacionales que la componen son más fuertes que los gobiernos que administran la política. ¿Cuántos esfuerzos fiscales se han hecho para que la industria automotriz se radique en nuestros países? ¿Cuántos serían necesarios para que en vez de armadurías, tengan mayor participación de productos y procesos hechos localmente? La matricería sigue siendo toda extranjera, y no veo cómo se puede hacer para que una multi que tiene un complejo industrial armado en otro lugar para proveer de ese proceso a todo el mundo, lo traslade en parte a nuestros países.”

“La pregunta es por qué, con tantos recursos que se destinaron, no se hizo una industria automotriz propia, regional. Claro, ahora preguntaríamos si es el momento, si es estratégico, si conviene poner tanta plata en una industria contaminante que no genera tanto empleo. Pero con el esquema actual, toda la plata que pueda poner el Bndes (Banco de Desarrollo de Brasil) es poco en relación con la capacidad de decisión de las casas matrices.”

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Mineiro en Cefid.Ar. Poder económico y presión de la prensa, aquí y allá.
Imagen: Rafael Yohai
 

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