ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: ALTERNATIVAS PARA FINANCIAR EL CRECIMIENTO EN PAíSES SUBDESARROLLADOS

La vía del superávit comercial

¿Es indispensable tener una balanza comercial superavitaria para financiar el desarrollo o alcanza con una política de altas tasas de interés que permita absorber la liquidez del mercado internacional? Los riesgos del atajo financiero.

Producción: Javier Lewkowicz

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El caso de Brasil

Por Juan Matías De Lucchi *

Con frecuencia se critica a la economía brasileña por su desaceleración (cada vez menos coyuntural) y la estructura de su balanza de pagos. Las dudas sobre la política económica que parecían diluirse retornaron la semana pasada cuando se anunció que la producción industrial en el mes de febrero cayó un 3,2 por ciento interanual, muy por debajo de las expectativas del sector privado y del propio gobierno. Ahora, la mayoría de los analistas ya proyectan preocupantes indicadores de actividad para el primer trimestre de 2013.

La salida de Brasil de la crisis de 2009 había sido muy rápida y con un crecimiento significativo. La inversión pública y la intervención del Bndes (Banco de Desarrollo) impulsaron la demanda autónoma empujando al resto de la economía. A pesar de haber tenido “precios macroeconómicos” en la dirección contraria (como usualmente se supone), esto es, aumentos en la tasa de interés y consecuente apreciación cambiaria, la economía había recuperado el sendero del crecimiento.

Sin embargo, la lectura oficial parece haber alcanzado conclusiones diferentes. A partir de 2011 el gobierno encara un nuevo esquema macroeconómico basado en devaluación real con ajuste fiscal y desgravaciones impositivas. El objetivo podría ser resumido de la siguiente manera: mientras la devaluación y las desgravaciones aumentarían la competitividad, el ajuste fiscal contribuiría a mantener la inflación dentro de la meta. Lo que se desprende de este planteo es básicamente lo siguiente: la inflación sería un fenómeno monetario, las exportaciones netas serían altamente sensibles al tipo de cambio, y la inversión estaría determinada por sus márgenes de ganancia.

A la luz de lo ocurrido entre 2011-2012 estos planteos parecen refutarse. La devaluación real del 12 por ciento en 2012 fue acompañada por una variación negativa del 34,8 por ciento de las exportaciones netas. Asimismo, pese a las reducciones en la tasa básica Selic y a los incentivos impositivos, la producción industrial tuvo una variación negativa de 0,82 por ciento y el PIB creció sólo 0,87 por ciento. Por lo tanto, lejos de tratarse de un problema de competitividad, no ha sido la “guerra de monedas” en el plano internacional sino la ortodoxia fiscal la que ha contribuido a desacelerar fuertemente el crecimiento.

El otro aspecto criticado con frecuencia es la estructura de la balanza de pagos. La crítica habitual es que Brasil sería un país de “cuenta capital” similar a las experiencias latinoamericanas de los años ‘90. Efectivamente, la cuenta corriente brasileña es negativa desde 2008 y ésta ha sido compensada por persistentes entradas de capital de corto (inversión de cartera) y largo plazo (IED). A su vez, el saldo comercial que había sido positivo en los últimos años arrojó valores negativos en enero y febrero de 2013 (sin por ello dejar de considerar la estacionalidad correspondiente).

Sin embargo, una diferencia cualitativa central se omite muchas veces en estos análisis comparativos. La apertura de la cuenta capital en los 90 era acompañada de un proceso de fragilidad financiera asociada a un creciente endeudamiento en moneda extranjera. Por otro lado, los términos de intercambio no eran favorables como en los 2000.

El desafío analítico que plantea Brasil es que, a pesar de la volatilidad estructural que conlleva para esta economía periférica una inserción internacional basada fuertemente en los flujos de capitales, parece tener una solidez financiera debido a la gran disponibilidad de reservas internacionales y al bajo y decreciente endeudamiento en moneda extranjera. Para tener una dimensión, en 2012 las reservas internacionales en términos de la deuda total en moneda extranjera fueron de 119,5 por ciento, en términos de la deuda pública en moneda extranjera fueron de 305 por ciento, y en términos de la deuda total de corto plazo en moneda extranjera fueron de 955 por ciento. Asimismo, en el último trimestre de 2012 los servicios de la deuda en moneda extranjera representaron sólo 22,3 por ciento de las exportaciones y a marzo de 2013 el banco central lleva acumulado 376.934 millones de dólares en reservas internacionales.

Entre otras variables, la persistente política de altas tasas de interés (discutible, por cierto) creó en Brasil un mercado financiero en moneda doméstica que absorbe liquidez de un mercado internacional ya líquido por la política monetaria de los países centrales. Por lo tanto, la cuestión a debatir radica en que ningún Estado quiebra en su propia moneda aún teniendo una gran apertura financiera. En este sentido, un país de “cuenta corriente” podría presentar peores indicadores de fragilidad financiera en relación con un país de “cuenta capital” si sus indicadores de sustentabilidad de la deuda en moneda extranjera fuesen peores en términos relativos.

Sin embargo, aun con estas particularidades no deberían abandonarse los esfuerzos de una economía periférica por sustituir importaciones y diversificar exportaciones. Siempre está el peligro de concluir que el desarrollo económico se puede alcanzar con atajos financieros.

* Economista Cefid-Ar.


Cuidar el empleo

Por Pablo Salvioli *

Los economistas que tratan los problemas del tipo de cambio y, en particular, aquellos que estudian esa temática en los países semiperiféricos y periféricos muy rara vez explicitan que, en relación con el nivel de empleo y la tasa de inflación bajo las políticas que proponen, el estado de la naturaleza es el déficit de cuenta corriente. El problema arrecia cuando se perfila la no refinanciación, puesto que por definición es imposible incurrir en tal déficit si no es financiado.

La abrumadora mayoría de los análisis no considera que las malarias que sobrevienen en los países periféricos por los ajustes a los que dan lugar las crisis de la balanza de pagos sencillamente no acontecerían si la situación fuera aquella que es natural en los países centrales, esto es el superávit permanente de cuenta corriente. Estos países también tienen problemas, pero una cosa es no tener para pagar el colectivo y otra muy diferente es sufrir ciertas dificultades para pagar el seguro de alta gama.

La excepción a esta regla, entre los países centrales, son los EE.UU., en tanto emisores de la moneda mundial. Para dotar de liquidez al sistema monetario internacional, los norteamericanos deben incurrir en déficit comercial y como un dólar que deja EE.UU. se convierte en un dólar financiero, el déficit comercial depende del déficit fiscal dado que éste se financia con bonos que son los comprados, en la parte que le corresponde, por el resto de los países, con los dólares con los que a su vez inundó el mundo su déficit comercial.

A escala mundial no luce muy prolijo buscar con insistencia el superávit comercial, que lleve a un superávit de cuenta corriente, tampoco racional. Al fin y al cabo, haga lo que se haga, a escala mundial las exportaciones son siempre iguales a las importaciones. Entonces, el sistema funciona bajando el nivel global de bienestar, por menor nivel de comercio. Sin embargo, considerar las consecuencias sobre el óptimo mundial no le compete a un país preocupado por su nivel de empleo.

Y es esa precisamente la cuestión, porque el objetivo que se persigue es el de vender afuera más de lo que se compra, para compensar un desequilibrio interno inverso, que surge de vender menos del poder de compra distribuido, diferencia de la cual surge, precisamente, el excedente exportable. Es un asunto profundo y estructural, que ciertamente expresa una contradicción entre el mayor crecimiento de la producción respecto al del consumo y la inversión interna. Dicha contradicción es posible de aplacar a través de superávits comerciales permanentes que llevan a superávits de cuenta corriente. Y no estamos hablando de una situación económica de estancamiento y desempleo, en donde tal contradicción se agrava, sino de una de pleno empleo.

Sería bastante chusco esgrimir que si todos juegan al superávit al final no hay superávit para nadie. Lo cual es cierto pero abstracto. No todos pueden y además los norteamericanos son deficitarios por definición. Basta con uno. Así es como los países acreedores, aquellos que cobran las deudas, son los que siempre y en mayor medida aplican el proteccionismo y que buscan en forma permanente obtener un superávit de balanza comercial. En pocas palabras, practican el arte de dar sin recibir. Entre nosotros, no sólo se trata de sustituir importaciones para poder lograr una balanza comercial positiva (por menores importaciones) que nos lleve al superávit de cuenta corriente y con ello preservar el nivel de empleo y al mismo tiempo aliviar la carga de la deuda externa. Esos serían los mínimos requisitos para atender la coyuntura. La industrialización en realidad sienta las bases de un comportamiento para siempre. Esto implica también hacernos duchos en el arte de dar sin recibir, o mejor dicho, dar bienes reales, a través de un intercambio comercial positivo, a cambio de papeles verdes estériles que se acumulan, al parecer, no menos infecundamente.

Este juego tiene sus bemoles. John B. Connally, el secretario del Tesoro norteamericano, que junto a Richard Nixon y Henry Kissinger en agosto de 1971 anunció el final de Bretton Woods, lo dijo claro: “El dólar es nuestra moneda, pero es su problema”. Los norteamericanos son los únicos que reciben sin dar, es decir dan papeles verdes, los cuales se acumulan en los bancos centrales de los países superavitarios, a cambio de bienes reales. Es “nuestro problema”, porque acumular dólares estériles en todos los países lleva a una revaluación de la moneda nacional. Cuestión más que densa en vista de la necesidad de lograr el superávit comercial, cuando se compite con bienes similares en el mercado mundial.

El nivel de empleo obliga a la búsqueda del superávit comercial por el superávit mismo. Esto choca en muchos casos con cierta porción de la dirigencia argentina, que suele soñar con un planeta librecambista, que desea fervientemente volver a endeudarse, y que lo hizo política de estado durante tres décadas.

* Economista, ex subsecretario de Programas con Financiamiento Externo.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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