ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: POR QUé EL AJUSTE EN LAS CUENTAS PúBLICAS NO ES LA VíA PARA GENERAR CRECIMIENTO

La política fiscal en su laberinto

Los especialistas coinciden en que no es aceptable el argumento que considera al déficit fiscal un problema, como sucede con el desempleo, la desigualdad o la pobreza. Eventualmente podría ser cuestionable por impedir o dificultar algún objetivo social.

Producción: Javier Lewkowicz

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Ilusión del superávit

Por Eduardo Crespo *

El gasto público y los impuestos son motivos de agrias controversias tanto en el debate público como entre economistas profesionales. El saber convencional indica que el déficit fiscal es indeseable y la deuda pública un problema. Estas nociones parecen tan obvias que aquel que se atreve a ponerlas en discusión parece mentir a sus interlocutores. La mayoría de los analistas describen los déficit fiscales en términos peyorativos sin molestarse en explicar sus motivos. Aquí, a contracorriente, aprovechamos la ocasión para preguntarnos lo impreguntable: ¿por qué debería considerarse el déficit fiscal un problema? Plateado el asunto en estos términos, no es aceptable el argumento que lo considera un problema en sí mismo, como sucede con el desempleo, la desigualdad o la pobreza. Eventualmente podría ser cuestionable por sus consecuencias, es decir, por impedir o dificultar algún objetivo social compartido.

En primer lugar, debe recordarse una identidad contable elemental: descontadas las cuentas con el exterior por motivos expositivos, un superávit del sector público equivale a un déficit del sector privado y viceversa. Así, por ejemplo, quien aboga por el superávit fiscal como norma general, en forma tácita defiende el déficit –y el mayor endeudamiento– del sector privado como principio también universal. ¿Por qué sería deseable ésta última situación? Por otra parte, teniendo en cuenta que sólo el Estado tiene la potestad de emitir moneda, vale interrogarse: si los Estados efectivamente pudieran gastar menos de lo que recaudan en forma sistemática, ¿cómo se las ingeniarían los particulares para pagar impuestos si quien tiene el monopolio de la emisión de moneda demanda más liquidez de la que inyecta al mercado? La respuesta a este interrogante es que exceptuando períodos muy breves, los Estados siempre gastan más de lo que recaudan.

La ilusión del superávit fiscal, o incluso del “equilibrio fiscal”, se sustenta en un artilugio contable por el cual los números del Estado se separan en dos cuentas: las del tesoro y las del Banco Central. Así, si durante cierto tiempo el gobierno puede gastar menos de lo que recauda (como ocurrió en Argentina en la década pasada), normalmente el Banco Central compensa esta laguna monetaria inyectando liquidez mediante algún mecanismo extra presupuestario, por ejemplo, cuando compra dólares que se suman a las reservas. Que como compensación de este gasto se adquieran activos líquidos (dólares) como contraparte, no significa que no se trate de un gasto genuino. Como lo demuestra David Graeber en su monumental Deuda, fueron los Estados quienes engendraron los mercados al imponer impuestos y tributos, obligado así a los particulares a mercantilizar su producción a cambio de las monedas que los Estados emitían y reconocían en el pago de impuestos. En otras palabras, es necesario que los Estados –bancos centrales incluidos en las cuentas del Estado– gasten sistemáticamente más de lo que recaudan para que los particulares puedan pagar impuestos y los mercados se expandan, caso contrario observaríamos una tendencia explosiva al endeudamiento privado.

En países como los nuestros prevalece la genuina preocupación de que los déficit fiscales provoquen huidas hacia el dólar. Sin embargo, estas corridas pueden ocurrir tanto con déficit como con superávit fiscal. No existe la menor asociación entre el nivel del déficit fiscal y la frecuencia o intensidad de las corridas. El motivo es que la opción entre apostar por el dólar o la moneda doméstica no depende del porcentaje de déficit (o superávit) fiscal, sino de la mayor o menor rentabilidad que se espera obtener de cada opción. Otro dato que suele pasar desapercibido por quienes consideran que las ‘finanzas sanas’ deben ser un objetivo de política económica, es que el nivel de déficit (o superávit) depende del desempeño económico agregado. Parafraseando a Michal Kalecki, los Estados pueden establecer cuánto van a gastar, pero no pueden decidir cuánto van a recaudar. En una economía en recesión la recaudación disminuye, y a la inversa, aumenta cuando la economía crece. Casi siempre observamos que los países con problemas económicos registran elevados déficit fiscales y viceversa, lo que suele alimentar la falacia de que el crecimiento del déficit es la causa de los problemas y no su mera consecuencia. Es por este motivo que los ajustes fiscales además de contractivos tienden a generar más déficit del que combaten.

* Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.


Inflación y déficit

Por Ernesto Mattos *

En distintos medios se asocia al déficit fiscal del Gobierno como un problema serio y que puede generar situaciones de crisis económica: una de ellas es la inflación. Hagamos un ejercicio comparativo para repensar esta situación. Preguntémonos cómo evolucionó el superávit/déficit del Gobierno y planteemos un paralelismo para comparar las situaciones utilizando dos variables: déficit/superávit del Gobierno y desempleo. Si el déficit tiene relación con el nivel de inflación, como dicen tantos economistas y/o periodistas, utilicemos el caso de la Unión Europea para pensar este postulado cuasi universal.

Los datos del informe del Ciges sobre “Déficit en Argentina y la Unión Europea 2014” y del CESO-Scalabrini Ortiz “Coyuntura mensual junio/15”, contribuyen a evidenciar que un persistente déficit del gobierno ha influido poco en los niveles de inflación de la Unión Europea. Hasta la crisis de 2008, el déficit fiscal no superó el promedio del -3,5 por ciento, la tasa de inflación fue del promedio 2,3 por ciento, sin grandes alteraciones. El año emblemático de 2008 la tasa de inflación anual alcanzó un 3,7 por ciento.

El déficit fiscal en porcentajes del PIB, entre 2009 y 2013, fue del 7 y 4 por ciento pero ante este amplio déficit la tasa de inflación anual no se disparó. No obstante, no podemos dejar de observar que entre 2008 y 2009 la reducción de la tasa de inflación cayó del 3,7 por ciento al 1 por ciento; en paralelo, el déficit fiscal creció a su máximo histórico del 7 por ciento. Entonces, a mayor déficit del gobierno –en la UE– le sigue un periodo de desaceleración de los precios o dicho de otra forma, deflación, lo cual pone en cuestionamiento la cuasi científica frase: maquinita, déficit e inflación.

Si uno continua e insiste con el postulado de déficit/inflación, entre 2009-2012 la reducción del déficit fiscal tendría que haber influido en la reducción de la tasa anual de inflación. ¿Se redujo? No, sino que pasó de 1 a 2,6 por ciento. Como resultado de este proceso, de altas tasas de inflación y déficit fiscal estable, la tasa de desempleo fue del 12,1 por ciento en 2013.

Los principales países de la Unión Europea han experimentado fuertes procesos deficitarios (medido como porcentaje del PIB). Tanto Alemania, Grecia, España, Francia, Holanda como Reino Unido, a partir del 2009 profundizaron sus déficit a un promedio del 7,5 por ciento del PIB. Las tres economías críticas son Reino Unido, Grecia y España. Aunque haya una reducción del déficit fiscal, los niveles de desempleo siguen siendo crecientes, como lo expresan los países.

El caso argentino plantea un panorama que sirve para comparar. En el periodo 2003-2012, hubo un superávit promedio del 2 por ciento como porcentaje del PIB. El superávit fiscal se mantuvo entre 2003 y 2010; recién entre los años 2011 y 2013 se pasó de un déficit fiscal de 2,6 a 1,7 por ciento del PIB, respectivamente. En este contexto, los niveles de precios se mantuvieron estables y no descendieron.

En la zona europea es aceptable un déficit del 3 por ciento del PIB; este dato confirmaría que estamos dentro de los estándares internacionales, no así los casos de Francia o Inglaterra. Además, la contracara de la economía argentina es que mantuvo una tasa de desocupación del 7 por ciento mientras que la zona europea alcanza el 11,1 por ciento en 2015.

En síntesis, podríamos decir que la inflación no tiene relación con el déficit fiscal o la maquinita, acá ni en Europa. La explicación de la inflación debe buscarse en otras teorías y los nuevos aportes sobre cuáles son las causas de la inflación en una economía periférica y con una estructura productiva diferente. Para el caso argentino, podemos decir que los niveles de déficit fiscal están dentro de los estándares internacionales que estipula la UE. Este déficit fiscal en el caso argentino a partir de 2009, en tal caso, estuvo sustentado por una política macroeconómica de desendeudamiento y una tasa de desocupación alrededor del 7 por ciento. Esto fue posible en tanto el Estado logró reactivar la economía en dos momentos, uno interno en el 2001 y en el contexto internacional a partir del 2008.

No se puede decir abiertamente que la inversión social que ha realizado el Estado sea la variable de ajuste ante una desaceleración económica. Cuando el consumo privado, entre 2008-2015, pasó del 66 al 73 por ciento del PIB, sosteniendo la demanda agregada y evitando los fuertes efectos del contexto internacional. Un punto frágil es la transferencia de recursos al exterior durante el periodo 2008 y 2015, que ante un consumo creciente exista un retroceso en la inversión, alcanzando niveles del 20 por ciento del PIB, cuando el periodo 2003 y 2008 fue de un 25 por ciento. Por ello fue clave en el periodo posterior al 2008 la inversión social y pública para mantener los niveles de ingresos, bajas tasas de desocupación y distribución del ingreso, como se viene haciendo desde el año 2003.

* Investigador del Ciges y del Centro Cultural de la Cooperación.

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