ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LAS CONSECUENCIAS DE UN ACUERDO MERCOSUR-UNIóN EUROPEA

Los riesgos de abrirle la puerta a Europa

El gobierno de Mauricio Macri busca acelerar las negociaciones con el Viejo Continente, proceso que ya lleva 20 años. Detrás de las supuestas ventajas del libre comercio se esconde una amenaza contra el incipiente desarrollo tecnológico local.

Producción: Javier Lewkowicz

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Nuevos caballos de Troya

Por Fernando Peirano *

Argentina apuesta por un rápido avance en las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea, proceso que se inició hace más de 20 años. Seguramente, se volverá a escuchar desde los despachos oficiales las bondades del libre comercio. Y, muy probablemente, con igual énfasis, se omitirá todo debate sobre los riesgos que este acuerdo encierra para sostener la trayectoria tecnológica que Argentina ha logrado afianzar en estos últimos años.

Bajo el paraguas de la lucha contra la piratería, el acuerdo EU-Mercosur conlleva un conjunto de estrictas definiciones en favor de las patentes industriales y las marcas comerciales. Asimismo, busca imponer condiciones comunes para el licenciamiento de tecnologías y las compras públicas, limitando el menú de instrumento para promover la innovación. También fija definiciones y procedimientos que luego influyen sobre los alcances de los bienes culturales o sobre el reconocimiento de variedades vegetales (incluyendo semillas) y actúan como referencias para futuras regulaciones sobre internet y telecomunicaciones. Aspectos y elementos que tienen gran importancia pero que excepcionalmente ganan espacio en la agenda pública. Una excepción elocuente fue el proceso por el cual Brasil y Argentina decidieron resistir las presiones y no adoptar ni la norma estadounidense ni europea de la televisión digital terrestre. Por eso, cabe aplicar el principio de precaución frente a un paquete de normas que, sin duda, tienen su influencia directa sobre actividades y mercados en los que Argentina ha incursionado con éxito en los últimos años y que, eventualmente, puede restringir a una mínima expresión la capacidad del Estado para promover el desarrollo basado en la ciencia y en la tecnología nacional.

Un buen acuerdo debe garantizar que se puede continuar avanzando en la producción de satélites y radares y asegurar que la inversión realizada en la red de fibra óptica sirva para potenciar servicios con amplia participación de operadores nacionales. También debe partir de reconocer que logramos un lugar importante en el mundo de la tecnología nuclear, compitiendo frente a grandes empresas europeas a partir de la experiencia ganada en proyectos destinados a atender las necesidades nacionales.

La negociación con Europa no puede soslayar que ahora contamos con una renovada capacidad científica y tecnológica, muy superior a la existente dos décadas atrás. Esquemas muy estrictos sobre los nuevos resultados de investigación pueden impedir que pequeñas empresas o emprendedores los utilicen en nuevas aplicaciones industriales o que instituciones públicas o cooperativas los apliquen a resolver problemas sociales. Brasil y sus litigios con empresas trasnacionales a causa de la producción pública de medicamentos es un caso conocido y emblemático. En materia energética, se ha creado una empresa YPF tecnología para que la inversión petrolera también incremente la I+D nacional. Y de igual manera podría ocurrir en relación a los recursos eólicos, solares o provenientes de la biomasa. También, al repensar las economías regionales, se comenzó a delinear una estrategia para la industrialización del litio. Todas estas iniciativas pueden verse obstaculizadas por un acuerdo ajustado a los intereses de los países desarrollados.

La matriz productiva argentina también encierra sectores que pueden verse afectados por este aspecto del acuerdo. El ámbito de la biotecnología, donde se están multiplicando las nuevas empresas, puede ser uno de ellos. Otro caso lo encontramos en el sector farmacéutico. Y han surgido conglomerados de pymes que exportan maquinaria agrícola, equipamiento médico, bienes de capital y componentes electrónicos, todos ellos también muy dependientes de la evolución de las normas técnicas. De igual manera, se destacan las productoras de contenidos para publicidad, cine y televisión y la industria de videos juegos. Y con mucha mayor visibilidad y reconocimiento, existe un amplio conjunto de empresas de software que encontraron en leyes de promoción el contexto adecuado para desarrollarse y venderle al mundo.

Muchos países, como reflejo de sus necesidades inmediatas, ceden y corren detrás de la posibilidad de colocar algunos de sus productos o servicios en los mercados de las economías centrales. A cambio, resignan la producción local de manufacturas y cierran toda posibilidad de protagonizar el desarrollo de actividades basadas en el conocimiento. En otros casos, esta conducta no obedece a la necesidad sino a la opción por el dogma liberal. En ambos casos, los acuerdos de comercio e inversiones terminan operando como modernos “caballos de Troya” a las puertas de los países en desarrollo: bajo el ropaje de un benévolo presente se invita a convalidar las asimetrías existentes y dejar de lado todo intento por construir otro futuro.

* Economista y profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires.


Recuperar el terreno perdido

Por Manuel Fitzpatrick *

El incremento sostenido de la participación de China en el comercio internacional de bienes durante el último cuarto de siglo dista de ser una cuestión novedosa. Como corolario de ese fenómeno, en la actualidad el gigante asiático es el primer exportador mundial y ocupa el segundo lugar como importador. Sudamérica experimentó en carne propia la irrupción china, lo cual se torna evidente al analizar las importaciones de manufacturas de la región (de intensidad tecnológica baja, media y alta) en las últimas dos décadas.

El crecimiento de las importaciones originarias de China tuvo como contracara una disminución muy relevante de la participación de Europa y de los Estados Unidos. Pero también, y especialmente a partir del estallido de la crisis internacional en 2008, se evidencia una caída –y en algunos casos, un estancamiento– de la participación de los propios países sudamericanos.

A modo de ejemplo, cabe señalar algunas tendencias generales.

–En el caso de las manufacturas de intensidad tecnológica baja el salto fue verdaderamente exponencial: China explica entre un cuarto y la mitad de las importaciones totales de los países de la región, tomando como referencia la participación promedio en el período 2009-2014; mientras entre 1998 y 2002 no superaba el 14 por ciento del total (con la excepción de Chile y Paraguay, donde ya alcanzaba el 23 por ciento).

–La participación china en las importaciones de manufacturas de intensidad tecnológica media alcanzó un rango del 11 al 21 por ciento en el período 20092014, al tiempo que explicaba entre el 1 y el 6 por ciento de las compras externas en el período 1998-2002.

–Respecto a las manufacturas de intensidad tecnológica alta, su participación aumentó pronunciadamente hasta convertirse en el primer proveedor regional –a partir de la crisis mundial–, desplazando de dicha posición a los Estados Unidos y a Europa en la mayoría de los países sudamericanos.

A partir de la asunción de la Administración Macrista se fijaron nuevas prioridades en la agenda de relacionamiento externo; entre ellas, el impulso a las negociaciones para la firma de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la UE, y el alineamiento del país a los Estados Unidos.

Estas iniciativas pueden ser de utilidad para que dichos socios comerciales recuperen parte del terreno perdido en manos chinas, y se garanticen un mejor posicionamiento no sólo en términos comerciales, sino también en otras materias relevantes (por caso, servicios, inversiones, compras públicas, patentes, indicaciones geográficas, etc.).

El cambio de orientación políticaeconómica propiciado por la nueva administración representa una verdadera oportunidad para el capital europeo y estadounidense. Sin embargo, lo que no resulta evidente en absoluto es qué tipo de beneficios podría tener nuestro país si como consecuencia de dichos “acuerdos” la industria nacional queda a merced de los designios del “mercado”.

En un marco de liberalización económica y comercial es esperable que se intensifique la pérdida de participación de las manufacturas argentinas en el mercado interno y regional, y se acentúe el perfil de especialización actual, que descansa en ventajas comparativas estáticas vinculadas a la explotación de recursos naturales o a su primera transformación. En este escenario, la mayor parte de la industria argentina –y en particular las pymes– sólo puede tener un rol de víctima, observando cómo las potencias mencionadas pugnan por su cuota del mercado.

La agenda en marcha parece avanzar en este camino, lo cual redundará en una reprimarización de la economía, y la validación y fortalecimiento del control del capital extranjero y de ciertos grupos económicos locales sobre la estructura productiva.

Esto no sólo es incompatible con la consigna electoralista de “pobreza cero”. Es el camino a una redistribución regresiva del ingreso y a una fuerte desarticulación del tejido productivo, con consecuencias sociales dramáticas.

Hay que tener en cuenta que sin una política industrial activa, orientada a la reducción de la dependencia tecnológica, la sustitución de importaciones, y la recomposición del tejido productivo, no es posible garantizar siquiera ciertos derechos básicos a toda la ciudadanía (como la vivienda, el trabajo, la educación, la salud, etc.).

En este sentido, el desafío es modificar el perfil de especialización, lo cual está vinculado, entre otras cuestiones, al fortalecimiento del proceso de reindustrialización experimentado en los últimos años que, a pesar de haber dejado en pie varios legados críticos del neoliberalismo, supuso un avance que no se debe desdeñar.

Renunciar o limitar varios de los instrumentos propios de la política comercial externa mediante la firma de nuevos tratados sería una dura derrota con consecuencias gravosas a mediano y largo plazo, dado que esto sólo puede dificultar (aún más) la posibilidad de construir un país industrializado.

* Grupo IDAR (Industria para el Desarrollo Argentino).

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Imagen: AFP
 
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