ECONOMíA

Disparidad de políticas internas, origen del mal

El apoyo institucional que brinda el gobierno de Brasil a sus empresas, además del tamaño de los mercados, es señalado por sus pares argentinas como causa principal de desnivel en la capacidad de competencia de unos y otros.

Las cumbres internacionales son siempre una oportunidad para reflexionar sobre los problemas de la integración. En el Mercosur, estas dificultades siguen estando signadas por algunas diferencias sensibles entre las economías. Y como lo demuestran los recientes escarceos entre la Argentina y Brasil por las licencias automáticas, la verdadera integración, aunque sea solamente aduanera, demandará trabajar sobre las asimetrías. A diferencia de lo que ocurría en los últimos años de la convertibilidad, las constantes rencillas comerciales sectoriales que tiñen la relación bilateral se explican más por las disparidades entre las políticas internas de cada país que por las diferencias intrínsecas de competitividad intersectorial.
Cuando, tímidamente, se les pregunta a algunos de los empresarios argentinos que suelen quejarse por la “invasión de productos brasileños” por qué no compiten vía precios, se obtienen respuestas coincidentes en parte corroboradas por la realidad. El común denominador son los subsidios que recibe la producción industrial brasileña. A ello se suma el apoyo institucional que brinda el BNDES, el Banco Nacional de Desarrollo, que, por ejemplo, otorga créditos a los exportadores a 180 días y a tasas internacionales.
Otro dato es la colocación con origen Mercosur de productos armados con piezas ingresadas por la zona franca de Manaos. Puede citarse, a modo de ejemplo, que Brasil le exporta a la Argentina alrededor de 1500 millones de dólares en productos de informática y telecomunicaciones. Tierra del Fuego está lejos de cumplir el rol de contrapeso alguna vez imaginado por los negociadores internacionales. La otra diferencia, más obvia, es el tamaño de los mercados, cuya mayor extensión es una de las causas que, según Adam Smith, explicaban (y explican) la riqueza de las naciones. Pero lo concreto es que la unión aduanera se impulso dejando de lado la situación real de muchos sectores.
Las similitudes entre los dos países provienen, en cambio, de una probable confusión. Su origen es el peligroso endeudamiento público brasileño, signado por las crecientes necesidades de financiamiento, y su consecuente vulnerabilidad a la salida de capitales, un contexto en el que resulta difícil no pensar en la Argentina del 2001. El discurso de los economistas de Brasilia, con las conocidas apelaciones a recuperar la “confianza” de los inversores y la esperanza en un “círculo virtuoso” desatado por la “baja del riesgo”, refuerzan esta percepción. Sin embargo, más allá del discurso y de la posibilidad que el final del juego sea el mismo, el default o una reestructuración forzada de la deuda, las similitudes terminan aquí.
La primera diferencia entre el Brasil actual y la Argentina del 2001 es el contexto internacional favorable, con persistencia de bajas tasas de interés y excelentes precios para las exportaciones. Mirando esta evolución desde el Balance de Pagos, la consecuencia fue que en el último año el resultado de la cuenta corriente dejó de ser deficitario. Las exportaciones crecieron y se desaceleraron las importaciones. El aumento de las ventas al exterior permitió compensar el menor financiamiento externo, ya que se registró una fuerte caída de la Inversión Extranjera Directa (IED), de la que Brasil fue durante los ’90 el mayor receptor latinoamericano.
La segunda diferencia es un sistema financiero más sólido y sofisticado, con muchas posibilidades de cubrirse del riesgo cambiario. Además, no se observan corridas sobre los depósitos que muestren signos de una desconfianza generalizada. La existencia de un tipo de cambio flexible reduce las expectativas de un golpe devaluatorio. A ello se suma la relativamente baja constitución de depósitos en moneda extranjera. También que las empresas no están endeudadas en dólares sin cobertura. El hecho de contar con un tipo de cambio flexible no es una diferencia menor, dado que la Argentina no pudo utilizar los instrumentos de política monetaria y quedó más atada que Brasil al ingreso de capitales. Además, cuando comenzó a ser evidente la insustentabilidad de la deuda, estos capitales salieron en masa del país y del sistema financiero. Por último, existe una actitud diferente de los organismos financieros internacionales, que no quieren otra crisis como la Argentina, y menos con el tamaño de Brasil.
El riesgo que persiste en Brasil es que se generalice la percepción de que la deuda pública, de poco más del 50 por ciento del PIB, es impagable. Que la siguiente presión sobre el tipo de cambio se traslade a precios y que esto fuerce al Banco Central a subir la tasa de interés de referencia (Selic), la que se utiliza para corregir más del 60 por ciento de la deuda.

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Presidente Luiz Inácio da Silva, continuador de una tradición de apoyo a la industria.
 
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