ECONOMíA › UN FLORENTINO ENJUICIA EL PAPEL DE LOS BANCOS EXTRANJEROS

Importados, pero bastante truchos

Dirige el Departamento de Economía Política de la Universidad de Siena y estudió el saldo dejado por la banca internacional en la Argentina. Las conclusiones de Mario Tonveronachi son duras, pero más generales. Para él, este sistema bancario no le sirve a la economía.

 Por Julio Nudler

El florentino Mario Tonveronachi no utiliza en sus textos el estilo que los economistas anglosajones, y entre otros los argentinos miméticos, emplean en sus papers. Su lenguaje, elegante y por momentos literario, siempre sutil y cuidadoso, expresa con refinamiento sus hallazgos, que tampoco coinciden necesariamente con otras posiciones más habituales. Así, en un reciente estudio dedicado al caso argentino, llega a conclusiones críticas respecto del papel jugado por la banca extranjera. Dice, con su invariable delicadeza, que “la creciente presencia de los bancos extranjeros en el sistema financiero argentino no parece haber producido los resultados positivos esperados por gran parte de la literatura económica”.
Repasando lo sucedido, recuerda que “hasta el final, los bancos extranjeros han contribuido de modo relevante al sostenimiento político del régimen de convertibilidad, aun cuando se iba haciendo más evidente la imposibilidad de llevarlo adelante sin acumular una deuda externa excesiva, para la cual –apunta Tonveronachi, director del Departamento de Economía de la Universidad de Siena– todos los bancos habían aceitado engranajes no siempre transparentes de acumulación de posiciones netas en el exterior”. Aquí el italiano, actualmente de visita en el país, recomienda consultar el material de la Comisión Especial Investigadora sobre Fuga de Divisas (2003). “Era indudable –señala– que en algún momento todo esto habría llevado a una rendición de cuentas.”
Tonveronachi juzga “caótica”, con acumulación de “intervenciones públicas mal pensadas y peor realizadas”, la huida del régimen de convertibilidad, si bien “era de todos modos igualmente clara la necesidad de una salida rápida y radical de los mecanismos en vigencia”. Y refiere que “la huida precipitada del Credit Agricole, y aquella un poco más moderada del Bank of Nova Scotia (dueño del Quilmes), el claro rechazo a recapitalizar sus filiales por parte de las otras casas matrices y las noticias sobre el comportamiento de algunos bancos extranjeros, entre los cuales está el Citigroup, tienden a confirmar una historia secular de los bancos foráneos en la Argentina, que en períodos de serias dificultades no siguieron estrategias distintas de las adoptadas por los bancos nacionales”.
El académico toscano reconoce que la banca internacional tropieza, en países como la Argentina, con la existencia de muchas dificultades e incertidumbres derivadas del tener que operar en un ámbito signado por fuertes carencias en el cuadro legal, “que sin embargo los mismos sujetosdeberían denunciar cuando ellas tienden a producir efectos favorables para ellos mismos”. Se entiende: primero capitalizan las “deficiencias” de esta clase de países, pero luego, cuando sobrevienen las crisis, les sirven de coartada. La inseguridad jurídica serviría de ejemplo.
Y hablando de la Argentina, “muchos países emergentes –contabiliza el florentino– presentan una fuerte concentración de riqueza y una consistente cercanía entre riqueza real y financiera”. Vale decir que los dueños de los bancos nativos no son por lo común capitales específicamente dedicados al negocio financiero sino expandidos a través de diversos sectores, como podía ser el caso de Pérez Companc y el Río. “En estas condiciones –sostiene Tonveronachi–, una regulación basada sobre requisitos mínimos de capital no es eficaz, el sistema financiero es más frágil, porque se amplifican los efectos dominó (la caída de un negocio arrastra a otros negocios del grupo, incluyendo el bancario) y en situaciones de crisis general resulta arduo sostener la capitalización bancaria.”
Ante esta realidad, se concebía que “la presencia de bancos extranjeros podía cortar ese nexo, eliminando sus efectos negativos”. Pero, según este autor, para que ello sucediese habrían hecho falta incentivos rotundos y bien trazados, “capaces de inducir a los bancos extranjeros a recapitalizar sus operaciones locales y a no usar su posición dominante en el mercado local para imponer lógicas del tipo too big to fail (demasiado grande para fundirse)”.
Las crisis bancarias sentaron en la Argentina las condiciones para que fuesen removidas las barreras al ingreso y expansión de los bancos internacionales. Este economista destaca la relevancia que tuvieron en ese proceso de extranjerización del circuito bancario los altos requisitos de capitalización, la actitud acogedora de las autoridades a su entrada y crecimiento y la “propensión a vender por parte del capital nacional, atraído por el efecto riqueza derivado de la sobrevaluación del peso”. Y si no que lo digan De Santibañes o Goyo PC.
El trabajo resalta el “creciente extrañamiento de la asunción del riesgo de crédito (por parte de los bancos extranjeros), a favor de operaciones que generasen consistentes ingresos por servicios y que implicaran menos costos y menores riesgos. Se ha acentuado ya el rol desarrollado por muchos de estos bancos en la gestión del endeudamiento público y de los patrimonios de residentes, a menudo –consigna Tonveronachi– en otras filiales del mismo grupo.”
Dentro de esa lista de negocios incluye la gestión de los fondos jubilatorios, “que parece haber sido considerada por los bancos internacionales como una actividad de lo más prometedora”. De hecho, la banca multinacional construyó en la Argentina conglomerados financieros para explotar las diversas vertientes del negocio (AFJP, ART, Seguros, Bolsa, etc.), aprovechando la débil y dispersa regulación que los fiscaliza, posibilitando sinergias en otros países prohibidas.
Este agudo observador itálico piensa que “las autoridades del país huésped deben valorar cuidadosamente si una completa apertura financiera –como la que la Argentina produjo a comienzos de los ‘90– puede conducir a un rol dominante de los bancos extranjeros, y si el consiguiente empobrecimiento en la biodiversidad bancaria puede tener reflejos negativos sobre la dinámica de crecimiento y desarrollo”.
Para él, la decreciente atención de los bancos argentinos, tanto nacionales como extranjeros, al financiamiento de la economía (es decir, a las pyme) sería el resultado conjunto de las estrategias de los bancos internacionales y del régimen regulatorio argentino, extremadamente punitivo en términos de capital mínimo requerido para la financiación del sector privado no financiero (es decir, real). “Las intervenciones de las autoridades, que –aprecia– han conducido al debilitamiento de losmayores bancos del sector público, como el Nación, no han seguido ni siquiera una lógica, aunque fuera discutible, de rol residual pero funcional de los bancos públicos.” Esto, concluye, ha debilitado al sistema, privándolo de una heterogeneidad de estrategias que hubiese vuelto menos negativos los efectos de la imitación que muchos bancos privados locales hicieron de la conducta de los extranjeros.

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