ECONOMíA › EL GRUPO FENIX Y LOS ARGUMENTOS EN SU FAVOR

El debate por las retenciones

El ministro Roberto Lavagna cerró el camino a cualquier posibilidad de eliminarlas. Los empresarios del campo y el Fondo Monetario Internacional insisten en que se trata de un tributo distorsivo y sugieren numerosas alternativas para diluirlas. Se trata de las retenciones a las exportaciones, que ayer volvieron a ser debatidas en el marco del Foro Permanente del Complejo Agroindustrial Alimentario que impulsa el Plan Fénix.
La potente acción de lobby de los empresarios del campo y la actitud “culposa” del Gobierno al establecerlas provocaron que en la sociedad sean más conocidos los argumentos contrarios a las retenciones que aquellos que las sustentan, coincidieron los economistas Jorge Gaggero y Alberto Müller. Las exposiciones de ambos especialistas recogieron los argumentos más tradicionales que justifican el tributo, entre ellos los vinculados a las bajas inducidas a los precios internos de los productos gravados, muchas veces “bienes salario”, y a la satisfacción de necesidades fiscales en plena recesión. También recordaron las cuestiones vinculadas a la urgencia de captar parte de “la graciosa renta extraordinaria” generada por el cambio de precios relativos tras la devaluación. Pero más allá de este repaso, ambos economistas intentaron definir en qué medida los factores que determinaron su aplicación estuvieron circunscriptos a una situación de crisis o si su naturaleza es más permanente. En este sentido, los argumentos se centraron en dos conceptos, el del carácter de tributo “distorsivo” que tendrían las retenciones y el más controvertido y complejo de gravar “rentas naturales”.
Gaggero recordó primero que, en realidad, para la teoría marginalista todos los impuestos, en tanto interfieren en la libre circulación de la retribución a los factores, son distorsivos. A la vez, el hecho de que asuman la forma de un gravamen al comercio exterior da pábulo a que el FMI afirme que interfiere en el libre comercio y apoye así el reclamo por su eliminación, aun a contrapelo de que las retenciones y el impuesto al cheque superan el 4 por ciento del PIB, un símil del superávit que se destinará al pago de deuda. Gaggero se preguntó qué resulta más distorsivo, si un tributo de carácter progresivo sobre la distribución del ingreso, o el IVA, que afecta más a quienes más consumen en relación a su ingreso, es decir, a los más pobres. La peor distorsión en el sistema tributario local, razonó, es el escaso alcance del impuesto a las ganancias, que excluye, por ejemplo, la renta financiera y las ganancias de capital. “Tener un impuesto a las ganancias mutilado es una distorsión mayúscula”, concluyó.
Por su parte, Müller planteó si, dado que “sociológicamente se trata de un impuesto de emergencia asociado a ganancias extraordinarias”, las retenciones deberían eliminarse. El argumento que justifica su permanencia –dijo– se basa en que gravan una “renta de recursos naturales” que resulta lógico sea captada por un impuesto. En esta línea puso como ejemplo al sector petrolero: la ganancia de un pozo debería ser la media, y el tributo es el instrumento para eliminarla.
Por supuesto, de las exposiciones no estuvo ausente el argumento de la “estructura económica desequilibrada”, que justifica la transferencia de este “exceso de renta captado por la retención” al desarrollo del sector industrial, con menor productividad estructural. Más cuando la productividad agropecuaria depende “de Dios y, en su momento de (Julio Argentino) Roca”.
En esta oportunidad, el grupo Fénix decidió invitar al debate a las entidades del campo, que unánime y cerradamente se oponen a las retenciones. El grueso de ellas no aceptó el convite, argumentando, entre otras razones, cuestiones de cartel. Sin embargo, algunas como Aapresid, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, y la FAA recogieron el guante y defendieron su visión en terreno “enemigo”. Pero el debate no pudo ser fructífero, no solo por el escaso tiempo que los empresarios dispusieron para exponer, sino también por las dificultades propias de yuxtaponer el análisis macroeconómico a las ecuaciones de costos desde las que suelen argumentar los empresarios.

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