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Salir del corralito, el camino para ganar el corazón de la clase media

Ayer fue día de reuniones en la quinta de Olivos, preparando una semana crucial. No hubo anuncios, pero se profetizaron “muchas novedades”. El Gobierno “comprende” los cacerolazos, pero “no va a gobernar a su ritmo”.

El gobierno de Eduardo Duhalde ya sabe que cuenta con un margen muy estrecho de maniobra en la sociedad. Pero sueña con que, tal vez, lo peor del descontento haya quedado en el pasado. Por eso, ayer salió a admitir en público que “comprende y respeta” los límites que le impone la gente con los cacerolazos, al tiempo que indicó que las protestas no harán que altere sus planes. “No se puede gobernar al ritmo de las cacerolas”, justificó el vocero, Eduardo Amadeo. En la Rosada entienden que con las medidas de flexibilización al corralito podrá comenzar a cambiar el sentimiento de antipatía que provoca en sectores de la clase media y que con la convocatoria al diálogo conseguirán aquietar las turbulencias políticas. “Nadie está quieto, esta semana va a haber muchas novedades”, buscó entusiasmar el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, aunque la gente, más que novedades –que ya tuvo en abundancia– lo que espera a esta altura es alguna buena noticia.
El copyright de la frase “el corralito es una bomba de tiempo” quedó registrado por Duhalde en las entrevistas que dio el sábado en Olivos. El Presidente le dedicó también al corralito pergeñado por Domingo Cavallo calificativos como “maldito” o “dramático”, cuestión de no dejar dudas sobre su fastidio con el congelamiento de los depósitos. Ayer, sus funcionarios hicieron uso y abuso de los derechos de autor. La expresión estuvo en boca de todos y con ella buscaban dejar en claro la importancia que le da la administración duhaldista al problema que tanto angustia a buena parte de la población y se convirtió en el motor que motivo los cacerolazos.
A la explosiva frase, cada funcionario le agregó algo de su cosecha. Por ejemplo, Amadeo que hizo acordar de aquellas películas de acción en la que en el momento cúlmine el protagonista debe elegir entre dos cables para desactivar la bomba. “Si nos equivocamos, el mal va a ser mucho mayor”, sugirió el vocero. Mientras que Fernández advirtió que si la tan mentada bomba estalla “nadie va a cobrar nunca”.
Todos los funcionarios que salieron a hablar ayer, que fueron unos cuantos, lo hicieron con un mensaje que osciló sobre los mismos ítems: comprensión sobre la gravedad de la situación que debe sufrir la gente, convicción acerca de lo inalterable del camino emprendido y la promesa de un futuro un poco mejor, aunque no de inmediato. Y pese a que saben que la gente está hastiada de las excusas, no dejaron de recordar que la crisis la recibieron de arrastre y que ahora deben encontrar la mejor forma de desatar el paquete que les dejaron.
“Si se tiene políticas para llevar a cabo y se está convencido de que con esas políticas se llega al norte propuesto, el cacerolazo no deja de ser una manifestación a la que se tiene que prestar atención, y que en función de eso seguirá trabajando”, explicó Fernández. El funcionario prometió que si el Gobierno acierta con las políticas “los que ahora golpean las cacerolas después van a golpear las manos” al tiempo que anticipó que los días que se vienen serán “de permanentes tomas de decisiones”. Porque, vale agregar, otro de los puntos en los que el Gobierno buscó poner el acento fue en lo mucho que tienen pensado trabajar durante los áridos días de verano para sacar al país de la crisis.
El sábado a la mañana, la quinta de Olivos fue escenario de una reunión que convocó a la cúpula de la gestión duhaldista para hacer un balance la semana que pasó, y de cómo dar respuesta a los reclamos de la gente sobre el corralito, ahora que se va perfilando el nivel en el que cotizará el dólar. Lo que se consensuó fue que lo urgente era encontrar la forma de flexibilizar el corralito, de manera de revertir el descontento que ya devoró a un par de presidentes (ver nota principal). Ayer hubo más reuniones del mismo tenor en Olivos y también en la Casa Rosada. Las medidas se darán a conocer durante esta semana.
“Si un presidente no tiene políticas y tiene un cacerolazo, preocúpese severamente, porque cualquier manifestación popular no viene vacía de contenido, tiene una razón”, analizó el secretario general de laPresidencia. Que, obviamente, añadió que no es el caso, porque Duhalde tiene muy en claro qué debe hacer para salir de la crisis. Y que lo cumplirá sin aceptar presiones de ningún tipo, ni de las que se desprenden de las protestas populares ni las que reciben de los grandes grupos económicos ni de banqueros. “Ni se van a aceptar las presiones ni es obligatorio tener que ser un contumaz que no comprenda las realidades que va ofreciendo el mercado”, aseguró.
En tono parecido, el ministro de Trabajo Alfredo Atanasof explicó que “el Gobierno comparte el dolor y la angustia de la gente que está en esta situación. En una Argentina quebrada y en una realidad tan dura que todos tenemos que afrontar, la gente tiene derecho a expresar su desazón como quiera y el Estado sin ninguna dura está garantizando ese derecho”, agregó comprensivo, para enseguida marcar los límites de las protestas como la del jueves, con final violento: “El Estado no está dispuesto a tolerar que se ataquen las instituciones ni que a la propiedad privada”.
El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, también se mostró comprensivo con los cacerolazos. “Es entendible”, aceptó, pero le pidió a la gente que acepte que no existen las soluciones mágicas para salir de la crisis de un día para el otro. Capitanich reveló que el Gobierno monitorea permanentemente el humor de la sociedad y que, como era de prever, por estos días les da que “existe un alto nivel de propensión a manifestarse públicamente”. Una sensación que ya se conoce como “la cacerola debajo de la almohada”.
En esta estrategia comunicacional rebosante de sinceridad y comprensión, el vocero Amadeo llegó a contar que sus hijos participaron del cacerolazo, aunque no aclaró si se refería a los que provocaron la renuncia de Fernando de la Rúa, la de Adolfo Rodríguez Saá o el del jueves último contra la ampliación del corralito. Como todos, aclaró que lo que no podía aceptarse era la violencia. “El límite es el Cabildo en llamas del jueves pasado”, puntualizó.

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