EL MUNDO › LA LUPA

Disonancias

 Por J. M. Pasquini Durán

Gastados los primeros cien días de gobierno, tiempo de “luna de miel” entre los flamantes gobiernos y los votantes, Barack Obama salió bastante lucido de su primer encuentro colectivo con América latina y el Caribe, pese a que pudo notificarse que la región considera injustificado el bloqueo de cuatro décadas contra Cuba. A sabiendas por anticipado de esa demanda, varios días antes de la cumbre en Trinidad y Tobago, el presidente de Estados Unidos anuló restricciones que afectaban a la relación entre los cubanos que viven afuera y los que permanecen en la isla. Desde esa movida Obama dio por sentado que la pelota quedaba en cancha cubana, por lo que el presidente Raúl Castro anunció, desde Caracas y a pocas horas de la reunión en Trinidad, de la que la isla estaba excluida, que su gobierno estaba dispuesto al diálogo, en igualdad de condiciones, sobre cualquier “issue” de la agenda que le reclaman muchos demócratas de Occidente (permisos para viajar, presos políticos, derechos humanos y otros).

Bastaron un par de días para que Fidel saliera de puño y letra a desmentir a su hermano y sucesor, “no lo comprendieron” escribió, aunque ese desafío político pudo verlo cualquier televidente interesado en estas cuestiones, y volvió a cerrarse sobre las posiciones tradicionales (no sé de qué me hablan porque en la isla todo es libertad por mutuo consentimiento del gobierno y el pueblo). Semejante desmentido, asentado en la autoridad política y la “pureza” revolucionaria del octogenario, es el golpe más fuerte que sufrió el período de Raúl, cuyas posiciones mostraban signos de alguna apertura a los temas mundanos, es decir los que preocupan a la gente real.

Demostró además que, mientras viva, Fidel no está dispuesto a ceder ni una puntita del poder que ganó hace medio siglo. Como está próximo el debate en la OEA sobre la reincorporación de Cuba, a lo mejor no quiere que nadie piense que está pagando el precio de la conciliación para facilitar el reingreso. Acostumbrado a medir la política en términos de confrontación entre David y Goliat, a lo mejor Fidel dejó de lado los sentimientos ciudadanos. Aun los que todavía aman la Revolución de los barbudos y el mismo liderazgo –una tachuela en el asiento del imperio– son más liberales que revolucionarios a la vieja usanza. La democracia es un valor más extendido que la Revolución. Con su enorme talento, ¿Fidel podrá ingresar al siglo XXI?

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