EL MUNDO › OPINIóN

La primera crisis de Dilma

 Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

Luego de mantener un insoportable silencio a lo largo de largos 19 días, Antonio Palocci, jefe de gabinete de la presidenta Dilma Rousseff, decidió hablar. Y se enterró aún más en el lío en que ya se encontraba.

En la noche del viernes pasado concedió una entrevista exclusiva al Jornal Nacional, de la TV Globo, el de mayor audiencia en Brasil. Ha sido la más extensa entrevista jamás exhibida por el noticiero. Y ha sido todo un desastre: Palocci estaba visiblemente nervioso, tartamudeaba, sus respuestas evasivas giraban alrededor de dos únicos ejes –”todo lo que hice ha sido dentro de la ley” y “todo el dinero que gané fue declarado al fisco”– y cuando se extendió un poquito, ha sido peor. Llegó a afirmar que la ética está regida por normas y reglas, y que por lo tanto su actitud ha sido ética todo el tiempo. Una frase, una única, podría ser usada en su defensa: “Es imposible probar lo que uno no hizo”. Pero le faltó explicar lo principal: ¿cómo logró, en escasos cuatro años, multiplicar por veinte su patrimonio personal?

Con eso, su permanencia en el gobierno se transformó en algo prácticamente imposible. Durante el fin de semana, Dilma Rousseff conversó largamente con Lula da Silva, y hoy sabremos su decisión. Las explicaciones de su poderoso ministro, o mejor dicho, la falta de ellas, han sido quizá el punto final de una carrera construida a la sombra de Lula. Lo que se vio en la noche del viernes ha sido un náufrago de sí mismo intentando desesperadamente mostrar a todos que no pasaba nada, mientras se hundía cada vez más. Sus argumentos fueron, desde que explotaron las denuncias, el 15 de mayo, de una ingenuidad asombrosa: logró, solamente en 2010, ganar sonoros veinte millones de reales prestando consultoría a bancos y empresas. Eso significa unos trece millones de dólares. Más de un millón de dólares al mes. Para una empresa de un solo funcionario, el mismo Palocci, es muchísimo. Tanto que ninguna otra del sector, inclusive las que cuentan con decenas de funcionarios calificados, logra alcanzar esa marca.

Con una candidez muy cercana a la de los niños y a los dementes, Antonio Palocci, que ni siquiera es economista –es médico– dice que ese volumen expresivo se dio porque decidió cerrar la empresa al ser invitado para coordinar la transición entre los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff. De ser verdad, estaríamos frente a un caso singular, de empresa que al cerrar –y, por lo tanto, suspender los contratos vigentes– logra cobrar por anticipado servicios que no prestará jamás. Nadie cree en esa versión. Persiste, así, la fuerte desconfianza de que en realidad lo que Palocci hizo entre 2007 y 2010 –mientras fue diputado federal y luego coordinador de la campaña electoral de Dilma Rousseff, coordinador de la transición y asegurándose un puesto de gran influencia en el gobierno electo– fue tráfico de influencia. Palocci argumenta que no puede divulgar los nombres de las empresas que lo contrataron a raíz de “cláusulas de confidencialidad”. Sin embargo, dos de esas empresas admitieron haberlo contratado, la gigante de la construcción WTorres y el banco Santander. Dijeron que fueron contratos de poco menos de 30 mil dólares cada uno. Faltan explicaciones para los otros doce millones 940 mil que Palocci admitió haber cobrado por sus consultas.

Para Dilma Rousseff ha sido un trastorno grave enfrentar una crisis a los cinco meses de su gobierno. Palocci le fue impuesto, literalmente, por Lula, con el argumento de que sería una especie de garantía de continuidad de la política económica. Era el nombre que daría serenidad al mercado y al empresariado. Los tropiezos del pasado (Palocci renunció al Ministerio de Hacienda de Lula al ser flagrado en una serie de irregularidades) parecían ya no pesar.

Muy posiblemente la pesada artillería contra el más poderoso ministro del flamante gobierno haya partido del mismo Partido de los Trabajadores. A más de un interlocutor de su total confianza Dilma expresó esa sospecha tan pronto surgieron las primeras denuncias sobre el súbito y milagroso enriquecimiento de Antonio Palocci. Al mismo tiempo, empezó a presionarlo para que diese explicaciones convincentes de su enriquecimiento. Que explicara la compra de un piso de poco más de cuatro millones de dólares, pagados al contado (a lo largo de cuatro años, el sueldo acumulado de un diputado brasileño, incluidos los beneficios todos, no llega a 700 mil dólares).

Solo entonces Palocci aceptó hablar y pidió a la Globo que le abriese espacio. Y la verdad es que, más que espacio, lo que se le abrió fue su tumba política.

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