EL MUNDO › OPINION

La huelga general

 Por Boaventura de Sousa Santos *

Las huelgas generales eran comunes en Europa y en los Estados Unidos a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Provocaron grandes debates dentro del movimiento obrero y de los partidos y movimientos revolucionarios (anarquistas, comunistas, socialistas). Se discutía la importancia de la huelga general en las luchas sociales y políticas, las condiciones para su éxito, el papel de las fuerzas políticas en su organización. Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una de las más destacadas presencias en aquellos debates. La huelga general –que nunca dejó de estar presente en América latina y resurgió con fuerza en la Primavera del Norte de Africa– está de vuelta en Europa (Grecia, Italia, España y Portugal) y en los EE.UU. La ciudad de Oakland, en California, conocida por la huelga general de 1946, volvió a recurrir a esa medida el pasado 2 de noviembre, y a comienzos de este año los sindicatos del estado de Wisconsin aprobaron una huelga general cuando la ciudad de Madison se preparaba para ocupar el edificio del Parlamento estadual –lo que concretó con éxito– en lucha contra el gobernador y su propuesta de neutralizar a los sindicatos, eliminando la negociación colectiva en la administración pública. ¿Qué significa esta reaparición de la huelga general? Si bien es cierto que la historia no se repite, ¿qué paralelismos se pueden hacer con las condiciones y las luchas sociales del pasado?

En ámbitos diferentes (comunidades, ciudades, regiones, países), la huelga general siempre fue una manifestación de resistencia contra una condición gravosa e injusta de carácter general, o sea, una condición capaz de afectar a los trabajadores, a las clases populares o hasta a la sociedad en su conjunto, aun cuando algunos sectores sociales o profesionales fuesen afectados más directamente. Limitaciones de los derechos civiles y políticos, represión violenta de la protesta social, derrotas sindicales en cuestiones relacionadas con la protección social, la deslocalización de empresas con impacto directo en la vida de las comunidades, decisiones políticas contrarias al interés nacional o regional (“traiciones parlamentarias”, como la opción por la guerra o el militarismo): éstas fueron algunas de las condiciones que, en el pasado, llevaron a la decisión de realizar una huelga general. A principios del siglo XXI vivimos un tiempo diferente y las condiciones gravosas e injustas no son las mismas que en el pasado. Sin embargo, en el nivel de las lógicas sociales que las rigen hay paralelismos perturbadores que fluyen en las profundidades del movimiento por la huelga general y un ejemplo es la convocada el próximo 24 de noviembre en Portugal. Ayer fue la lucha por derechos de los que las clases populares se consideraban injustamente privadas; hoy es la lucha contra la pérdida injusta de derechos por los que tantas generaciones de trabajadores lucharon y que parecían una conquista irreversible. Ayer fue la lucha por un reparto más equitativo de la riqueza nacional que generaban el capital y el trabajo; hoy es la lucha contra un reparto cada vez más desigual de la riqueza (confiscación de salarios y jubilaciones, incremento de horarios y ritmos de trabajo, impuestos y rescates financieros a favor de los ricos –el “uno por ciento”, según los ocupantes de Wall Street– y una vida cotidiana de angustia e inseguridad, de colapso de las expectativas, de pérdida de la dignidad y la esperanza para el “99 por ciento”). Ayer fue la lucha por una democracia que representara los intereses de las mayorías sin voz; hoy es la lucha por una democracia que, después de ser parcialmente conquistada, fue destripada por la corrupción, por la mediocridad y la pusilanimidad de los dirigentes y por la tecnocracia en representación del capital financiero al que siempre sirvió. Ayer fue la lucha por alternativas (el socialismo) que las clases dirigentes reconocían como existentes y por eso reprimían brutalmente a quien las defendiera; hoy es la lucha contra el sentido común neoliberal, masivamente reproducido por los medios de comunicación al servicio del capital, que sostiene que no hay alternativas al empobrecimiento de las mayorías y al vaciamiento de las opciones democráticas.

En términos generales, podemos decir que la huelga general en la Europa de hoy es más defensiva que ofensiva, busca menos promover un avance de la civilización que impedir un retroceso. Es por eso que deja de ser una cuestión de los trabajadores en su conjunto para ser una cuestión de los ciudadanos empobrecidos en su conjunto, tanto de los que trabajan como de los que no encuentran trabajo, como también de los que trabajaron la vida entera y hoy ven amenazadas sus jubilaciones. En la calle, la única esfera pública que todavía no han ocupado los intereses financieros, se manifiestan los ciudadanos que mayoritariamente nunca participaron en sindicatos o en movimientos sociales, ni tampoco se imaginaron manifestándose a favor de causas ajenas. De repente, las causas ajenas son las propias.

* Doctor en Sociología del Derecho, profesor en las universidades de Coimbra (Portugal) y Wisconsin (EE.UU.).
Traducción: Javier Lorca.

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