EL MUNDO › OPINION

Ahora los chiítas esperan su turno

Por Alejandro Nadal *

La destrucción del ejército iraquí o lo que quedaba de él no debe sorprender. Los dados estaban fuertemente cargados en contra de las unidades de la Guardia Republicana. Así, a pesar de los focos aislados de resistencia que aún quedan en Bagdad y de los ataques de fuerzas irregulares cada vez más esporádicos, en unos cuantos días Estados Unidos reivindicará el triunfo de sus fuerzas armadas y tendrá otro episodio para adornar su cultura militar.
Sólo que la victoria no será tan fácil. El fardo de la ilegitimidad pesará mucho. La ilegal invasión tenía como principal pretexto el desarme de Irak: es decir, la eliminación de sus armas de destrucción masiva (ADM). Pero luego de un mes, no hay rastros de ADM en Irak.
El 23 de marzo los noticiarios anunciaron que se habían encontrado ADM en Najaf, pero el anuncio fue desmentido pocas horas después. El 6 de abril, en Latifiyah, a 30 kilómetros de Bagdad, las tropas estadunidenses encontraron polvo blanco, algunas máscaras para gases y hasta “documentos sospechosos”. Pero el polvo era para explosivos y no tenía nada que ver con armas químicas.
El lunes 7 de abril se informó que en Hindiyah, a 100 kilómetros de Bagdad, se había encontrado un depósito de sustancias químicas sospechosas. Las primeras pruebas de campo arrojaron resultados positivos y en unos cuantos minutos las cadenas CNN y BBC informaban al mundo entero sobre el “hallazgo”. Pero la planta de Hindiyah era una pequeña fábrica de plaguicidas. En resumen, el fiasco sobre la presencia de AMD en Irak es completo.
Pero la falta de legitimidad de la invasión no es lo peor. El problema más importante para las fuerzas de ocupación está en Teherán, en donde se encuentra exiliado desde hace 20 años el ayatola iraquí Muhammad Bakr al-Hakim, la figura chiíta más importante en el exilio y líder del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak. Este personaje cuenta con fuerte apoyo entre los chiítas que representan alrededor de 60 por ciento de la población total de Irak. Desde hace siete décadas, los chiítas resienten y sufren el gobierno de la minoría sunnita. Ahora puede haber llegado el momento de ajustar cuentas.
Hace varias semanas el ayatola al-Hakim instruyó a sus células clandestinas en Nasiriyah, Basora, Najaf y Karbala no rebelarse en contra de las fuerzas del régimen de Hussein al llegar la invasión angloestadunidense. Se ha dicho que eso se debe a la desconfianza de la población chiíta porque al sublevarse en 1991 no recibió apoyo de Estados Unidos y el levantamiento fue sofocado violentamente por Bagdad. La realidad es más compleja: Estados Unidos no apoyó la rebelión por temor a ver una segunda república islámica surgir de las ruinas del gobierno de Saddam. Prefirió dejar al dictador el trabajo sucio de neutralizar a la jerarquía chiíta de Irak. Ahora las cosas han cambiado.
El ayatola al-Hakim controla directamente la llamada “brigada Badr” de unos 9 mil combatientes, veteranos de una larga guerra de guerrillas contra Hussein, entrenados y armados por Irán. Y al-Hakim ha anunciado claramente que una ocupación militar después del derrocamiento de Hussein provocará una revuelta popular. El choque entre Estados Unidos y el ayatola al-Hakim es sólo cuestión de tiempo.
La confrontación es inevitable porque la ocupación no será corta, entre otras razones porque las restricciones económicas son muy severas. Para comenzar, ni siquiera existe una unidad monetaria en Irak. Antes de la guerra había dos monedas: el dinar suizo, que circulaba en el norte, y el dinar “de Saddam” en el sur y casi sin valor. Hoy ninguna de estas monedaspuede considerarse como el medio de cambio único, así que por el momento no habrá nada que se pueda parecer a una política monetaria.
Tampoco hay una política fiscal. No hay estructuras de recaudación y las instituciones por las que puede canalizarse el gasto público han desaparecido. Persisten muchas dudas: ¿la deuda iraquí será repudiada por la nueva autoridad interina? ¿Qué va a pasar con los contratos con empresas francesas, alemanas y rusas? Además, el costo de la “reconstrucción” será mucho mayor que el valor de las exportaciones petroleras durante los próximos 20 años, así que tampoco por ese lado se puede ser optimista.
Las fuerzas de ocupación van a tener que comenzar desde cero. En un país en el que la crisis humanitaria se intensifica cada día y en el que la infraestructura ha sufrido intensos daños, esto puede traducirse en una ocupación demasiado larga. Y eso es precisamente lo que la jerarquía chiíta parece no estar dispuesta a tolerar. Decididamente, ganar la paz será más difícil que ganar la guerra.
* De La Jornada, de México, especial para Página/12.

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