EL MUNDO › OPINION

Un trabajo para Fracasator

 Por Claudio Uriarte

Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, inició ayer una gira de paz por Medio Oriente. La noticia, por repetida y estéril, apenas valdría más que la tinta requerida para imprimir su consignación, pero esta vez viene antecedida por el prestigio, el poder y la influencia conquistados a partir de una guerra que Powell no protagonizó –la de Irak–, por la superstición de que los desenlaces de las guerras logran paces –pueden hacerlo, pero rara vez esas paces se parecen a la idea que se tiene de ellas– y, not least, por el hecho de que el presidente George W. Bush, al menos por el momento y de cara a su reelección en noviembre del año próximo, está apostando una vez más a su secretario de Estado. Pero la gira de Powell, pese a toda la anticipación que ha generado, parece destinada a convertirse en un nuevo fracaso, ya que se basa en una ilusión generada sobre presunciones falsas por parte de una entidad cuya tangibilidad práctica es tan poco firme como la de la Santísima Trinidad. Empecemos por esto último.
1 El “Cuarteto”. Este vocablo, de connotaciones tan musicales, define a una especie de confusa cacofonía diplomática, de cuyos integrantes se espera que ejerzan una suerte de mediación en Medio Oriente, sin que nadie aclare quién mediará entre ellos en primer lugar. También está el problema de la superposición. Para decirlo de golpe, el “Cuarteto” está integrado por: 1) Estados Unidos; 2) Rusia; 3); la Unión Europea y 4) las Naciones Unidas. Cualquiera ajeno a los arcanos del Departamento de Estado puede comprender que hay algo raro en este esquema, ya que Estados Unidos, Rusia, los 19 países de la Unión Europea y las mismas partes entre las que se está tratando conciliar –Israel, los palestinos, Líbano y Siria– son a su vez parte de las Naciones Unidas, que en este esquema viene a representar un papel tan enigmático como el del Espíritu Santo dentro de la Santísima Trinidad. Un teórico del Departamento de Estado diría que esto es para ampliar la base de representación mundial de los integrantes del grupo mediador, pero eso no nos lleva mucho más lejos que a una objeción razonable: que las distintas naciones del mundo tienen distintas políticas, basadas en distintos intereses, y en distintas culturas. La Unión Europea misma es políticamente una entelequia: como se vio antes y durante la reciente Guerra del Golfo, los países de la eurozona se quebraron violentamente en dos bloques, uno pro y otro antinorteamericano. Si esto fue así con Irak, no hay razones para suponer que no volverá a ocurrir en torno de Israel, un tema mucho más divisivo. Además, el rol de las Naciones Unidas no es claro. Tradicionalmente, la mayoría automática de la ONU votó contra Israel, y en los prolegómenos de la reciente Guerra del Golfo, EE.UU. la consignó a la irrelevancia, lo mismo que a Rusia, la Unión Europea, la OTAN y todas las entidades que no pudieran empardar el poder militar norteamericano. Por lo tanto, el Cuarteto es una construcción de preguerra pero que, además, por haber sido diseñada en pleno régimen unipolar estadounidense, ya había nacido muerta.
2 La “Hoja de ruta”. Es una nueva fórmula secuencial de paz parecida a la de los acuerdos de Oslo, pero acortada. La fórmula de los acuerdos de Oslo no tuvo éxito cuando fue lanzada en 1993; no se entiende por qué una versión acelerada podría tener éxito ahora. Oslo se basaba en una serie de medidas recíprocas mutuas de pacificación y “construcción de confianza” entre israelíes y palestinos que debía culminar en una solución de dos Estados. Pero, como dijo a este periodista hace unas semanas Shlomo Ben Ami, el último canciller israelí que negoció la paz con los palestinos, “el proceso por etapas genera una ilusión de avance muy engañosa, porque al principio se avanza en banalidades y, por consecuencia, de modo muy rápido; es cuando llegás a las cuestiones realmente importantes –como Jerusalén, los Lugares Santos, los refugiados, las fronteras definitivas– cuando las cosas se paran”.
En este caso, la “Hoja de ruta” contempla tres fases: una, de “efecto inmediato”, es la inequívoca declaración palestina de un fin a laviolencia y el terrorismo, acompañada del congelamiento israelí de toda actividad colonizadora en los territorios palestinos; la segunda, de junio a diciembre, vería la creación de un Estado Palestino independiente con fronteras provisorias y la realización de una conferencia de paz regional que incluya conversaciones de Israel con Siria y Líbano; y la tercera, de 2004 a 2005, el acuerdo final para terminar el conflicto, la aceptación de relaciones plenas con Israel por todos los Estados árabes y un desempeño ejemplar de las operaciones palestinas de seguridad y antiterrorismo. Este cronograma es tan artificial que uno se pregunta por qué no incluye también una fecha para el lanzamiento de la primera misión espacial a Júpiter con una tripulación conjunta israelí-palestina, o el descubrimiento en la región de una medicina que pueda curar el SIDA y prevenir el SARS simultáneamente. Declaraciones hubo siempre, y siempre las habrá, pero son los hechos los que cuentan en una paz que rara vez coincide con sus representaciones idílicas: si las fronteras son poco más que líneas de cese del fuego consolidadas, la paz es menos un sustantivo que la medición de la distancia relativa de lo presente respecto del enfrentamiento entre las naciones.
3 Mahmud Abbas. También llamado Abu Mazen, éste es el funcionario palestino que negoció los acuerdos de Oslo, y que Estados Unidos ha decidido que es el líder e interlocutor palestino válido, en lugar de Yasser Arafat. Pero el líder e interlocutor de los palestinos es algo que deciden los palestinos, no Estados Unidos. Nuevamente estamos en presencia de una construcción artificial: entre los palestinos de la calle, Abbas tiene una popularidad de alrededor del 2 por ciento; Yasser Arafat es, para bien o para mal, el “Señor Palestina”.
La elección de Abbas por Estados Unidos tiene otro curioso presupuesto: que este funcionario logrará parar la violencia palestina, haga lo que haga Arafat. Pareciera haber algo de pensamiento mágico operando en las profundidades del Departamento de Estado: la idea de que, negando una realidad, se la podrá hacer desaparecer. En el caso de Medio Oriente, vale la pena recordar que en las negociaciones de finales de 2000, y con mediación norteamericana, Israel ofreció a Arafat el 100 por ciento de Gaza, un 95 por ciento de Cisjordania, un 5 por ciento compensatorio en territorio israelí y capital en Jerusalén Oriental. Arafat exigió el retorno a territorio israelí de cinco millones de refugiados palestinos –lo que hubiera alterado la actual mayoría judía de Israel a favor de los árabes– y lanzando la Intifada. Es decir, mostró que no quería un Estado Palestino, sino dos. Eso precipitó el ascenso al poder en Israel de la línea dura de Ariel Sharon y ayudó a desequilibrar la balanza del poder interno en Washington de personajes como el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, que detesta las negociaciones y se refiere a las zonas palestinas como a “los así llamados territorios ocupados”.
Pero Powell, claro, no es Rumsfeld. En su caso, habrá menos de acción y mucho más de dilación y juegos de florete diplomático hasta que pueda decirse que su misión nuevamente ha fracasado. Sin embargo, y en definitiva, un cuarto motivo por el cual su misión parece abortada de antemano es el altísimo riesgo que supone para un George W. Bush que ha limpiado su escritorio de cualquier papel que no se refiera a su reelección el año próximo. Bush no tiene nada que ganar y sí mucho que perder de un proceso de paz incierto, particularmente si el electorado judío –y las coaliciones de derecha cristiana que apoyan a Israel– perciben que una de sus herramientas decisivas consiste en extraer concesiones que puedan poner en peligro al Estado hebreo. Por todo esto, la reputación de fracaso reincidente del Secretario de Estado norteamericano no parece estar en peligro serio.

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Colin Powell con el canciller israelí Silvan Shalom.
 
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