EL MUNDO › EL CRECIENTE DESPRESTIGIO INTERNACIONAL DESVELA A LOS OPOSITORES GOLPISTAS

Una republiqueta a lo Carmen Miranda

En el Palacio del Planalto confían en hacer valer en el plano internacional la legitimidad de Rousseff, votada por 54 millones de electores, ante el anómalo proceso destituyente que puede llevar al gobierno a Temer.

 Por Darío Pignotti

Desde Brasilia

El fantasma de Carmen Miranda vive. En Estados Unidos la presidenta brasileña acusó de golpista a su vice Michel Temer, sin mencionarlo directamente, al que prometió denunciar ante el Mercosur si avanza el “impeachment” que comenzará a ser tramitado esta semana en el Senado tras ser aprobado por amplia –y circense– mayoría en Diputados el domingo pasado (ver aparte).

En el Palacio del Planalto confían en hacer valer en el plano internacional la legitimidad de Rousseff, votada por 54 millones de electores, ante el anómalo proceso destituyente que puede llevar al gobierno a Temer, quien la última vez que fue candidato por las suyas –en 2006– obtuvo menos de 100 mil votos y en encuestas recientes recogió menos del 2 por ciento de aprobación. Sin olvidar que la mandataria ya recibió el respaldo de la OEA, Unasur, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Comisión Económica para América Latina, dependiente de la ONU.

La sorpresiva visita a la ONU fue atacada por la oposición que denunció una “campaña” del oficialista Partido de los Trabajadores y Dilma para desprestigiar al país mientras fuentes próximas a Temer admitieron la “preocupación” ante la mala imagen del impeachment en los medios estadounidenses y europeos.

Alarmado ante el bochorno internacional, el diario O Globo comparó las denuncias presidenciales con la propaganda nazi y el columnista Merval Pereira exclamó en una radio “Dilma nos hace quedar mal. ¡Qué irresponsable!”. El periodista del mayor grupo de comunicación latinoamericano añadió: “que en Naciones Unidas se hable de golpe nos pone a la altura de un país tercermundista, africano. Nos hace quedar como si fuéramos una republiqueta bananera”. El viernes a la tarde, desde Nueva York, la presidenta contraatacó. “Dijeron que yo vine a la ONU para hablar mal de Brasil, y vine a decir la verdad, creo que tengo derecho a defenderme...la precipitación de ellos (opositores) demuestra cuánto temen ser tachados como golpistas. ¿Y saben por qué lo temen? Porque lo son”.

Ocurre que mientras el plan destituyente progresa a paso firme, prácticamente irreversible, las evidencias de que se trata de un proceso anómalo son omitidas por la prensa local, la cual procura construir un consenso forzado según el cual el juicio político se ajusta a derecho. Es decir, disfrazar al golpe para volverlo aceptable, repitiendo la fórmula que esa misma cadena aplicó con la dictadura militar, a la que siempre denominó “revolución”, mientras a los dictadores los nombraba como “presidentes”.

Pero ese muro de silencio, eficaz para persuadir a la mayoría de los televidentes y consumidores de noticias brasileños, enfrenta problemas para ser exportado a la opinión pública internacional. Esto porque varios medios extranjeros, sin ser simpáticos con Dilma, han demostrado sus dudas sobre el modus operandi de Temer y su principal fiador político, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, procesado en la Corte por haber ocultado en Suiza cinco millones de dólares cobrados en presuntos sobornos para facilitar contratos en Petrobras.

Y no fue sólo Merval Pereira, el columnista de Globo, quien manifestó su temor a que Brasil sea visto como una republiqueta. El senador Aloísio Nunes Ferreira también habló en esos términos durante su visita a Washington la semana pasada a donde fue enviado por Temer para ejecutar una “contraofensiva” en la Casa Blanca, el Congreso y entidades no gubernamentales.

Según parece, el fantasma de Carmen Miranda asola a los adversarios de Dilma. La cantante brasileña (aunque nació en Portugal) triunfó en Hollywood en los años 40 y 50 con sus canciones alegres y su conocido tocado con flores y frutas en la cabeza. A veces en sus fotos se la decoró con bananas, para agradar el estereotipo brasileño consumido por el gran público norteamericano.

Dilma retornó en la mañana del sábado a la residencia oficial de Alvorada, en Brasilia, y de inmediato reasumió a presidencia que estuvo a cargo de Temer interinamente en el Palacio Jaburu, residencia del vicepresidente, donde se realizan reuniones para la formación de un futuro gobierno de excepción, apoyado por el empresariado, los banqueros, sectores del poder judicial y el conjunto de los medios. Se estima que a mediados o fines de mayo Temer asumirá el gobierno y automáticamente la presidenta tendrá que licenciarse del cargo por hasta seis meses.

Si el “impeachment” fuera aprobado en el Senado, y probablemente así será, Rousseff va a solicitar al Mercosur que su eventual sucesor Temer reciba el mismo trato dado en 2012 al ex presidente paraguayo Federico Franco suspendido por haber derrocado al mandatario electo Fernando Lugo.

Prácticamente todo el mundo, salvo la dirigencia política y parte de la prensa paraguaya, entendió que Lugo fue expulsado del poder al que llegó por los votos a través de una conjura disimulada con ornamentos institucionales. “Soy víctima de la persecución, esto fue un golpe del Mercosur” decía Federico Franco el presidente de excepción que nunca pudo sobreponerse a su falta de legitimidad, apelando a un discurso que, a fuerza de repetirlo hasta la saturación, hizo pie en la opinión pública de su país pero no tuvo igual éxito en la internacional.

Franco alegó que su ascenso al poder respetó lo previsto en la ley una argumento similar al esgrimido actualmente por Temer, “Decir que el impeachment es golpe es algo perjudica la imagen del país” en el exterior.

“Decir que esto no es golpe es querer tapar el sol con un colador” rebatió Dilma en Nueva York.

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Diputados golpistas en la sesión circense en la que habilitaron el juicio a Dilma.
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