EL MUNDO

Las “primeras damas” que aún no son están en pista

“Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, dice un viejo lugar común. Es inseguro que haya muchos grandes hombres en la interna demócrata, pero lo cierto es que sus esposas –y primeras damas prospectivas– pesan más y más.

Por Rupert Cornwell*
Desde Concord, New Hampshire

Teresa Heinz Kerry, nacida en Mozambique y heredera de una fortuna de 600 millones de dólares, se encontró que era la atracción estrella el domingo a la noche en una ocasión notoriamente inusual, en un escenario improvisado junto con miembros de sindicatos en un cuartel de bomberos de una pequeña ciudad en New Hampshire. Tales son los riesgos de ser la mujer de un candidato en la primera primaria presidencial.
En estos últimos días de campaña, las esposas también se han convertido en soportes vitales para sus maridos, no sólo para compartir el estrés de unas elecciones que pueden hacer o destrozar sus carreras políticas sino para mostrar el lado humano del candidato. Si la carrera por la Casa Blanca está en marcha, también lo está, aunque más sutilmente, la carrera para el puesto no elegible de primera dama.
Después de ser casi invisible durante los últimos 18 meses, Judith Steinberg Dean abandonó brevemente su práctica de clínica general para unirse a su marido Howard, mientras éste trata de dejar atrás sus recientes problemas. Si es electo presidente, promete el ex gobernador de Vermont, “Judy va a continuar trabajando como médica”. Si los servicios secretos permitirán tal cosa, es harina de otro costal. En este momento, sin embargo, ella está jugando un rol vital, asegurando que Dean no es el maníaco fuera de control que pareció ser en la aparición postvotación en Iowa. Las encuestas sugieren que el tratamiento de Judy puede estar comenzando a funcionar.
Elizabeth Edwards está más acostumbrada a la dinámica de la política, habiendo hecho campaña para su marido John, en Carolina del Norte. Pero en un acto de un fin de semana se encontró dirigiéndose a una multitud desbordada que no podía entrar a la sala en que Edwards, la atracción de la reunión, estaba hablando. “Es la primera vez que tuve que hacer esto, pero es muy divertido”, dijo galantemente.
La más fascinante de las esposas es Teresa Heinz Kerry, viuda del senador republicano John Heinz, cuyos hábitos de franqueza lograron tantos titulares que la campaña de Kerry asignó a un asesor de imagen para que no meta la pata. El domingo a la noche, sin embargo, sobresalió como una duquesa en un burdel, sentada en un escenario con los anteojos de sol levantados, estilo Jackie Kennedy, sobre su cabello, con un echarpe verde pálido flotando alrededor de su cuello. Estoicamente pretendía seguir una arenga política que debe haber escuchado mil veces, pero es improbable que jamás iguale a Laura Bush como la arrobada y devota esposa de un político, con su permanente sonrisa congelada. Cuando comenzó la reunión, casi una hora y media tarde, se levantó y saludó a la compacta audiencia mientras Kerry la presentaba como “una notable mujer que será una sobresaliente primera dama”. Y, podría haber agregado, también la más fascinante.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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Howard Dean (izq.) con su esposa Judith. Kerry con la suya, Teresa Heinz Kerry.
 
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