EL MUNDO › CAMILO MEJIA, OBJETOR DE CONCIENCIA

“Teníamos orden de torturar a los prisioneros”

Distanciado de su padre, el músico emblemático de los sandinistas, Camilo Mejía, fue a combatir a Irak y aprovechó una visita a su casa para desertar, cansado de “los abusos y el trato cruel a los iraquíes”.

Por Marco Vinicio
González *

La náusea se abre paso entre las tropas de Estados Unidos, aunque el malestar sea clandestino, pues un soldado activo que rehúsa ir a la guerra puede enfrentar una corte marcial, la degradación militar, la cárcel y la cancelación de prestaciones del Estado. Y debe recordarse que una inmensa mayoría de los 37 mil militares sin ciudadanía estadounidense, activos en las fuerzas armadas de este país, ven en el ejército la posibilidad de salir de la miseria o de seguir estudiando. Pero no todos aguantan. A mediados de marzo pasado, el sargento Camilo Mejía, de origen nicaragüense, decidió demandar ser considerado objetor de conciencia. Mejía llegó a este país hace una década, cuando tenía 18 años. Pertenece a la 53ª División de Infantería de la Guardia Nacional de la Florida y es hijo del compositor Carlos Mejía Godoy, autor de las piezas emblemáticas de la revolución sandinista.
Mejía se entregó al ejército poco más de cinco meses después de haber “desaparecido”, tras negarse a volver a Irak. Había pasado 14 días en su casa de la Florida, con permiso del ejército, luego de servir como líder de un pelotón en el llamado “triángulo sunnita”, donde se han dado los más encarnizados enfrentamientos, de octubre de 2003 a marzo del presente año. A los militares activos que “desaparecen” sin avisar se les llama AWOL (ausentes sin licencia), eufemismo que designa a los desertores. Actualmente la armada sólo reconoce a 600 de estos AWOL, porque aceptar una cantidad mayor desprestigia a la institución castrense, dice Tom Ensing, director de Citizen Soldier, una organización de veteranos de guerra con sede en Nueva York. Le Canard, el prestigioso semanario parisino, informó en diciembre del año pasado que hasta esa fecha mil 700 soldados de Estados Unidos habían desertado en Irak. Y añade que 7 mil soldados estadounidenses habían dejado ese país por problemas psicológicos y otras enfermedades.
Tras su entrega, el 16 de marzo ante el general Webster en la base militar Fort Stewart, de Georgia, Camilo Mejía hizo una petición para obtener la categoría de objetor de conciencia, convirtiéndose así en el primer militar de Estados Unidos que públicamente se rehúsa a ir a esta guerra “por los abusos y el trato cruel a la población iraquí”.
Cuando Camilo llegó a Irak, durante los primeros días de mayo del año pasado, fue asignado al frente de un pelotón, en la base aérea iraquí de Al Assad. Allí, los hangares, fuertes construcciones de concreto armado para proteger a los aviones de posibles ataque aéreos, fueron improvisados como campos de detención “para interrogar prisioneros”, explica Camilo por teléfono.
“Nos ordenaron torturarlos”, dice el sargento, con lo que contradice al Departamento de Defensa, que ha sostenido que las torturas comenzaron en diciembre pasado. Tras haberse revelado las dramáticas fotografías y videos de las torturas y humillaciones, “es ridículo seguir ocultando la verdad”, advierte Camilo.
Por lo menos desde julio de 2003, asegura, “teníamos orden de torturar a los prisioneros”, continúa el soldado de origen nicaragüense. Las torturas a los “infortunados iraquíes” fueron ejecutadas a muchos de los arrestados en las calles, “sin que realmente tuvieran algo que ver”, pues por las barreras del lenguaje “no pudieron expresar su inocencia”. Los castigos consistieron en “privarlos del sueño hasta por 48 horas”. O lo que es peor, abunda, “les vendábamos los ojos y simulábamos ejecutarlos frente a una pared”, disparándoles con armas de alto poder cerca de los oídos. “¿Te imaginás cómo se oía el eco de los disparos en esas enormes construcciones de concreto?”
“Estos soldados desde luego que merecen castigo”, dice Camilo, en referencia a los que han aparecido en las fotos. Pero le resulta injusto “hacer recaer en ellos toda la responsabilidad”, cuando se trata de “un mal sistémico del ejército de Estados Unidos”. Además, dice, en Irak reina el caos en los campos de detención, y en las calles, “y hasta han tenidoque contratar recién a uno de los más altos oficiales del ejército de Saddam Hussein” para combatir a la resistencia iraquí. “Ya nomás falta que saquen al propio Saddam, para que controle este desorden”, dice Camilo.
Con horror y hasta con un poco de asco, este soldado nica cuenta cómo un militar gringo disparó a un niño que portaba un rifle AK-47. Herido de muerte, el menor “clamaba espantosamente por su vida, en medio de un charco de sangre”. Un iraquí que pasaba por la escena detuvo su automóvil y recogió al niño, gravemente herido, para llevarlo a un hospital cercano. Pero un oficial de alto rango ordenó que se interceptara el vehículo y que se llevara al menor a un hospital militar. El niño fue rechazado de dos hospitales militares y finalmente fue devuelto al nosocomio civil. Al llegar, el menor había muerto, desangrado.
Camilo también menciona cómo vio decapitar a un soldado iraquí con la ráfaga de la metralla. “Estas y otras atrocidades deberían ser suficientes para apartarse de la guerra”, sostiene el sargento. Sin embargo, no es en el frente de batalla donde se opera la toma de conciencia de un objetor, dice Camilo. Cuando se está en la trinchera “uno no tiene tiempo para filosofar o reflexionar en cosas políticas”. Eso se hace “en la comodidad del hogar”, cuando regresan los soldados a casa, “y tiene uno tiempo de poner en orden las ideas”; o cuando los amigos y conocidos “comienzan a preguntarte sobre las experiencias de la guerra”.
Resulta por lo menos extraño que Camilo, siendo hijo de quien es, haya terminado uniéndose a las fuerzas armadas estadounidenses para arriesgar su vida por este país, que le abrió las puertas cuando tenía 18 años. Extraño porque Carlos Mejía Godoy es autor del himno sandinista que en una línea reza: “Luchamos contra el yanqui, enemigo de la humanidad”.
“Cuando tienes un padre tan fuerte y con tanta presencia terminas por alejarte de él, y buscas tu propia identidad, ¿no?”, dice el sargento. ¿Fue un acto de rebeldía unirte al ejército? “Más bien una necesidad, diría yo, de encontrar mi propio camino”, continúa, atribulado.
Por la notoriedad internacional que cobró su caso, “va a ser imposible que el ejército le otorgue el status de objetor de conciencia”, dice el abogado Louis Font, de Brookline, Massachusetts, quien encabeza su defensa. Y de ser hallado culpable de deserción, “le espera una corte marcial, que puede concluir con la degradación militar o la cárcel”. “Vamos a retar la validez de esta guerra”, dijo Font. Se trata de sentar un precedente, dice, “para volver el caso de Camilo un paradigma”, que servirá para abrir la puerta “a una enorme cantidad de soldados” que por diversas razones “quieren apartarse de la guerra”.
Carlos Mejía comenzará a ser juzgado en unos días. Además de su libertad, el sargento nicaragüense quiere lograr que el gobierno de Estados Unidos “acepte la naturaleza inmoral de esta guerra”.

* De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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