EL MUNDO

12 monedas han muerto; viva el euro

Por Ian Black *
Desde Bruselas

Trescientos millones de europeos se despertaron ayer a un nuevo año y a una extraordinaria nueva realidad que constituye el experimento más osado jamás intentado para unir a la gente a través del dinero que utilizan. Anunciado desde el Círculo Polar Artico hasta la Costa Azul del Mediterráneo con fuegos de artificio, champagne y los acordes del “Himno a la Alegría” de Beethoven, el día E surge después de años de planeamientos meticulosos para el mayor cambio de monedas del mundo y décadas de debates sobre hasta dónde debían integrarse las naciones del continente. “El euro es su dinero, es nuestro dinero. Es nuestro futuro. Es un pedacito de Europa en nuestras manos”, dijo en Bruselas el presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi.
En medio de preocupaciones sobre aumentos de precio y falsificaciones, estalló la emoción del momento después de medianoche, cuando cajeros automáticos comenzaron a entregar flamantes billetes de euro, los primeros de más de 45 mil millones que entrarán en circulación. Helsinki y Atenas, con una hora de adelanto con respecto a los otros miembros de la eurozona, fueron los primeros en emitir la moneda, que tendrá la más amplia circulación en Europa desde el denario del Imperio Romano y ya es segunda después del dólar de Estados Unidos como moneda de reserva global. El ánimo era animado por igual en fiestas, espectáculos y ceremonias que le decían adiós a los alguna vez atesorados marcos, francos, pesetas y liras. “Nuestra cuenta regresiva nos conduce a una nueva era”, declaró en Frankfurt, Wim Duisenberg, el presidente holandés del Banco Central Europeo (BCE). “Al usar euros, estamos dando una señal de la confianza y la esperanza que tenemos en el mañana de Europa”.
En un día de alegrías, Gerhard Schroder, el canciller alemán, dio la nota más alta. “Estamos siendo testigos del principio de una era que la gente de Europa soñó durante siglos: viajes sin fronteras y pagos en una moneda común”, dijo en su mensaje de Año Nuevo. Prodi marcó el cambio al comprar flores en euros, no chelines austríacos, en una visita a Viena. Y en declaraciones que alarmarán al gobierno británico, que mira incómodo desde bambalinas, el ex primer ministro italiano prometió que la llegada del euro a los bolsillos de la gente llevaría “ineluctablemente” a una mayor coordinación económica, el gran temor de los euroescépticos.
Bruselas anoche festejaba con fuegos artificiales y bailes. Pero hubo antes momentos de incomodidad, cuando un euro gigante simbólico no pudo alzarse, como estaba previsto, frente a la fachada del edificio Charlemagne de la Comisión, generando comentarios irónicos sobre un mal comienzo. Cuando finalmente se alzó, fue un momento grandioso, un acto de transición en escena, un rito de pasaje a escala continental. Tanto se ha dicho sobre la muy esperada fecha de Europa que era difícil separar la hipérbole de la realidad. Para incontables personas comunes, desde Lisboa a Luxemburgo, eso podría significar días o semanas de luchas con cifras desconocidas, colas en los cajeros automáticos, temores a ser despojados, y de ser incapaces de descifrar cuentas o comprobantes de pago.
Pero también será la primera vez que la Unión Europea, vista por tantos como un burocracia sin rostro, tenga un significado tangible. Los funcionarios esperan que el impacto psicológico del euro ayudará a humanizar a instituciones remotas y a soplar vida a un debate sin precedentes que debe comenzar en marzo sobre el futuro constitucional de la Unión. Preguntas problemáticas surgen, sin embargo, sobre el estado de las economías eurozonales: la mayor, Alemania, ya está en una recesión económica y peligrosamente cerca de llegar a las restricciones presupuestarias establecidas por el BCE, cuya tasa de interés única puede ponerse a prueba en momentos más duros.
Amado u odiado –y es una predicción segura que para 2002 que las pasiones de Gran Bretaña se acercarán al punto de hervor–, el euro es unpaso gigante para la integración europea. Bajo las reglas establecidas en el Tratado de Maastricht de 1991, el euro comenzó su vida el 1º de enero de 1999 cuando 11 países, seguidos por Grecia, entregaron su derecho a devaluar la moneda o alterar las tasas de los préstamos. Las 12 viejas monedas estarán hasta ocho semanas en circulación antes de ser reemplazadas por billetes euro encarnando rasgos genéricos de arquitectura y cultura europea. Las monedas mantienen las imágenes nacionales en una cara –desde el arpa céltica de Irlanda al águila de dos cabezas de Alemania– y Gran Bretaña tendrá la cabeza del monarca si alguna vez se une al euro.
Los orígenes del euro se retrotraen al comienzo de la posguerra, pero el paso decisivo fue sellado por François Mitterrand, Helmut Kohl y Jacques Delors, el entonces presidente de la Comisión, después que cayera el Muro de Berlín. Suecia y Dinamarca son otros de los miembros de la Unión Europea que todavía deben decidirse con respecto al euro. Pero con hasta diez países más dispuestos a unirse a la Unión Europea en los próximos pocos años, 500 millones de personas podrían estar usando el euro dentro de una década. No a todos les gustó la retórica de ayer. El ministro de Economía de Italia, Giulio Tremonti, le dijo al diario La Stampa: “Me parece muy extraña la idea de que el euro traerá paz y finalizará las guerras. Las guerras terminan cuando triunfa el consumismo sobre el romanticismo”.
A medida que la cuenta regresiva llegaba a su fin anoche, seis mil millones de billetes de banco y 37 mil millones de monedas por valor de 144 mil millones de euros habían sido distribuidos. Lanzar la única moneda de Europa es, en general, un salto muy ambicioso y bien preparado en la oscuridad. Pero será juzgado al final si aprueba el examen más simple de los antiguos adagios: nada tiene tanto éxito como el éxito.

* De The Guardian de Gran Bretaña.
Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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Euros en la expendedora de tickets de la estación de tren de Frankfurt.
 
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