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Hay que decir que como cumbre, no podía ser más alta: cerca del Monte Everest, la montaña más alta del mundo. Pero así de alta parece ser de escasa eficacia. Los presidentes indio, Atal Bihari Vajpayee, y paquistaní, Pervez Musharraf, cenaron juntos ayer en Katmandú (Nepal), en ocasión de la cumbre para la Cooperación Regional de Asia del Sur (Saarc), pero ni cruzaron palabra ni apenas miradas. Pero la cuestión es que India y Pakistán, potencias nucleares, se dirigen a una guerra por la región del Kashmir, y la preocupación aumenta entre las potencias: Estados Unidos y Rusia está considerando nombrar un enviado a la región. El gobierno pakistaní arrestó unos 130 militantes islámicos, algunos pertenecientes a los presuntos responsables del atentado contra el Parlamento indio el 13 de diciembre pasado.
Las tres horas de retraso con la que llegó Musharraf a Nepal obligó a los funcionarios a posponer la conferencia del SAARC hasta hoy. Los funcionarios indios dijeron anoche que no contemplaban la posibilidad de que ambos líderes tuvieran un encuentro cara a cara, a pesar que ambos asistieron al banquete ofrecido por el nuevo rey de Nepal, Gyanendra. Musharraf insistió con que estaba listo para hablar con su par indio, a lo que dijo que “no se trata de un esfuerzo de un solo lado. Ambas partes deberían estar preparadas para dialogar, entonces habría diálogos”.
Sin embargo, India ayer dejó en claro que no tenía intenciones de hablar con Islamabad hasta que hubiera mayor represión a los grupos extremistas islamistas que operan en el Kashmir indio. Pakistán viene sosteniendo una política de arrestos contra los grupos islamistas en su país, pero el gobierno indio piensa que, por un lado, son medidas “cosméticas”, mientras por el otro reclama que una lista de 20 terroristas sean entregados por Islamabad a Nueva Delhi. El gobierno paquistaní no tiene intenciones de aflojar en este punto, por lo que la cuestión depende cada vez más de la mediación externa.