EL MUNDO › CAUTO OPTIMISMO POR EL REGRESO DE DANIEL ORTEGA A LA PRESIDENCIA DE NICARAGUA

La hora del sandinismo siglo XXI

El pragmatismo demostrado por el líder histórico del sandinismo, Daniel Ortega, para volver a la presidencia después de tres intentos fallidos, es a la vez motivo de esperanza y desazón en ese país. El difícil equilibrio entre Venezuela y EE.UU.

 Por Lucía Alvarez y Diego González
Desde Managua

Managua es una ciudad desolada, sin centro, transeúntes ni direcciones, pero con terrenos baldíos y una eterna brisa. En una de sus plazas, la de la Revolución, se levanta heroico el monumento de un combatiente que lleva un pico en su mano derecha y un fusil en la izquierda. “Sólo los obreros y los campesinos irán hasta el fin”, dice su placa firmada por el sandinista Frente Nacional de los Trabajadores. Exactamente enfrente, otro cartel rosado, celeste y amarillo, actualiza el debate: “En reconciliación somos paz y progreso. Con Daniel, Nicaragua triunfa”.

Es que el histórico comandante Daniel Ortega, el mismo que protagonizó la mítica revolución contra la dictadura de la dinastía Somoza en 1979, hoy es nuevamente el presidente de Nicaragua, pero en circunstancias muy distintas. “En los ’80, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) era un partido con un liderazgo colectivo y una visión transformadora. Actualmente es un instrumento de transmisión no deliberativo, un partido tradicional con una cuota de poder, con una retórica populista y un liderazgo caudillista basado en Ortega y su esposa, Rosario Murillo, que desde el nuevo y controvertido Consejo de Comunicación y Ciudadanía es percibida como copresidenta del país”, explicaba el ex sandinista Carlos Chamorro, hijo de Violeta Chamorro, quien en las elecciones de 1990 venció, con el apoyo de EE.UU. y la promesa de terminar con la guerra de ocho años, al FSLN.

Por la concentración de poder y el profundo silencio que en este mes y medio se mantuvo desde el Ejecutivo, el modelo económico-social de este nuevo gobierno es todavía confuso. Hasta ahora, la estrategia ha sido ubicar la izquierda del FSLN en el gabinete social y el sector agropecuario y a los empresarios del partido en las áreas de administración económica. Así, esta primera división ministerial en donde conviven empresarios, sindicalistas, intelectuales, activistas sociales y ex militares, no permite ninguna consistencia ideológica. “Lo que todos tienen en común es que son hombres de absoluta confianza de Ortega”, sostuvo el ex vicepresidente en 1985, Sergio Ramírez.

Y esto se explica porque el modelo político que fue expuesto se basa en una concentración del poder en manos de Ortega y Murillo. Como señalaba el jefe de bancada del opositor Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), Victor Hugo Tinoco: “En el FSLN actual o danielismo, como nosotros lo llamamos, hay una concepción instrumental de la democracia; no hay un compromiso con la libertad de prensa como categoría política positiva, de democracia interna del partido. Además de que ha desaparecido la ética por el enriquecimiento personal de sus dirigentes y las alianzas con la derecha más corrupta.”

Tinoco se refiere al voto del Frente en octubre de 2006 a favor de la penalización del aborto terapéutico a cambio del apoyo de la cúpula clerical y a la elección de Jaime Morales Carazo, uno de los negociadores de la contra, como vicepresidente y al pacto con el ex presidente Arnoldo Alemán, quien fue condenado a prisión por corrupción en su gobierno. En términos concretos, este famoso pacto de 1999 implicó el reparto entre el FSLN y el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de varios espacios institucionales y una reforma a la Constitución que permite el triunfo en primera vuelta con el 35 por ciento de los votos y no con el antiguo requisito del 45 por ciento. Así fue cómo Ortega con su voto duro del 38 por ciento se alzó con la victoria, después de haber perdido en las últimas tres contiendas electorales.

Pero, sobre todo, este pacto significó la ruptura del Partido Liberal, lo que para muchos es el primer elemento a destacar como explicación de la victoria. Hoy, el renacer político de Alemán impulsado desde el Ejecutivo es un obstáculo en la unificación, ya que el líder de la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN), Eduardo Montealegre, apoyado según el vocero del PLC Leonel Teler por EE.UU., se niega rotundamente a cualquier tipo de acercamiento (ver recuadro).

Para la mayoría de las bases sandinistas, sin embargo, estas alianzas son sólo la manera que se encontró para acceder al poder y retomar el programa político de los ochenta. “Todo eso de las alianzas y el pacto es la estrategia. Nosotros, como sandinistas, nunca te vamos a decir lo que pensamos realmente. Este es nuestro voto de confianza”, señalaba César Urbina o Julio, su nombre de guerra, ex combatiente de la ciudad de Granada.

Pero no todos opinan lo mismo. “El sandinismo no puede dar lo que dio en esa época y parece que las tres derrotas lo obligaron a cambiar. Pero el FSLN es la mejor opción comparado con la derecha, porque son más conscientes de la necesidad del pueblo pobre”, dice Pablo Centeno, presidente de la Asociación La Garnacha, una comunidad fundada sobre los restos de una cooperativa en los ’80.

Esta expectativa se explica por los resultados del abandono de 16 años de gobierno neoliberal (que tiene como consecuencia un 79,9 por ciento de la población que vive con menos de dos dólares diarios, un 45 por ciento en condición de pobreza extrema y un promedio de desigualdad que, según los índices de Gini, está por encima del promedio latinoamericano, cuando este continente es el más desigual del mundo) en comparación con el recuerdo del gobierno sandinista de las campañas de alfabetización (que se calcula que bajó del 50 al 12 por ciento el analfabetismo) y de la gratuidad en salud y medicamentos. “Probablemente va a haber un cambio en la agenda social, sobre todo en las áreas de educación y salud y en la redistribución de la riqueza. Eso y honestidad ya garantiza una buena gestión en este país”, señala el periodista William Grisby.

Esa expectativa genera en muchos, como Grisby, un halo de optimismo. “El Frente no es un paraíso, pero todo el movimiento popular está ahí, en el resto no hay nada. Por afuera fracasamos. Estamos ante una oportunidad histórica, si no la aprovechamos ¿Qué nos queda?”

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Entre los pactos con la derecha y la deuda social asumida, Ortega señala un camino posible.
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