EL MUNDO › OPINION

Una fábrica de domésticas en Changdu

 Por Denis Merklen *

Llevaba ya varias semanas en China cuando fui a Chengdu. La capital de la provincia de Sichuan es una metrópolis de cuatro millones de almas en las montañas del sudoeste de China. Allí conocí a Gao Guizi. Con un chaleco de jean por encima de una remera blanca percudida, Gao vino a buscarnos para mostrarnos las “obras sociales” de la ciudad. Yo quería conocer más sobre las trabajadoras domésticas. El, sabiendo que yo venía de Francia, comenzó a hablarme de De Gaulle, “el mejor amigo de China” (Francia fue el primer país en reconocer la China de Mao). “¡Zas!”, pensé, “a este lo tengo: es peronista.”

Gao resultó un tipo simpático, desenvuelto, que apenas gana como para mantener un autito minúsculo, pero que vive a gusto de la actividad política. Cincuentón y de mirada viva, tiene ese conocimiento del mundo que da la militancia. Le gusta comer y muchas de las decisiones que busca las obtiene en algunos de los buenos restaurantes de la ciudad. “¿De qué trabaja, Gao?”, le pregunté cuando los embotellamientos ya nos iban dejando entrar en confianza. Me miró con ojitos pícaros, prendió un cigarrillo y empezó a contarme algo incomprensible sobre una ONG que él montó con su mujer (una socióloga de la Universidad de Sichuan).

Así llegamos a la empresa del señor Song, que nos esperaba sonriente dentro de su saco azul y su pantalón gris. Song montó una empresa de “formación y de protección” de empleadas domésticas, la “Sichuan Girls Company”. Chengdu recibe miles de jóvenes campesinas por año, que van hacia las ciudades de la costa en busca de trabajo. Song las ataja en el medio, las forma, les hace un contrato y las manda a casa de alguna familia de clase media. Recién llegadas del campo, las chicas aprenden a planchar y a cambiar pañales, cómo funcionan los lavarropas y otros electrodomésticos que descubren al llegar a la ciudad. La distancia social y cultural es tan pronunciada entre el campo y la ciudad que lo elemental se vuelve cosa de vida o muerte: muchas de las migrantes sufren graves accidentes de tránsito, algunas mueren. Es difícil creerlo porque uno le entra a China por la hipermodernidad de las grandes ciudades.

La Unesco implementó un programa de formación que enseña las señales de tránsito o cómo servirse de los medios de transporte. Eso también les enseña Song, a cruzar la calle. Y les da cursos básicos de derecho para que no se encuentren totalmente desprotegidas frente a sus domésticos patrones. Por esa tarea recibió una placa de la Unesco que conserva, sin atornillar a ninguna pared, dentro de su oficina. Vi también unos posters en los que posaba junto a responsables de la Unesco. Con orgullo, Song me lo mostraba todo. “Qué personaje éste –volví a pensar–, ¿por qué me recibirá con tanta deferencia?” ¿Cuál es el rol del organismo internacional en este mercado local? ¿Quién se interesará en tal marca de prestigio en este arrabal de Chengdu?

Llegamos al final de la visita y Song me mostró las fichas de las chicas que tiene colocadas en distintas ciudades. Tiene contratos por 5000 empleadas que ganan unos 900 yuanes por mes (360 pesos), de los que él retiene el 10 por ciento. Ahí empecé a entender un poco mejor. “Ahora estamos comenzando a mandar algunas chicas a Canadá y el año próximo esperamos enviar a Europa y a Estados Unidos”, dijo. “Estás queriendo exportar mujeres y te viene bien el sello de la Unesco para evitar sospechas de canadienses y otros occidentales”, comprendí. Flor de vivo Song. Miré a Gao, que miraba al piso. Salimos para irnos. En el patio de la entrada nos esperaba un fotógrafo. “No me gustan las fotos”, me atajé. Gao y Song insistieron. No aflojé y encaré para el auto. Gao protestó y me dijo que era descortés.

La difusión del empleo doméstico es una de las tantas heridas que la fractura social impone a las democracias. Es un problema político serio y profundo. Algunos países, como Brasil, tienen larga experiencia y se acomodan sin mayor dificultad a la desigualdad. Otros, como la Argentina, van descubriendo velozmente sus efectos. El empleo doméstico hiere el orden democrático porque instala en la esfera del mundo privado relaciones profundamente jerárquicas y torna invisible la injusticia. Sentimos afecto por esas personas a las que tratamos “como a alguien de la familia”. Y terminamos evitando discutir sobre la verdadera naturaleza de la relación con quienes se ocupan de nuestra limpieza y de nuestros hijos; una relación laboral, de patrones a empleados. Metemos la distancia social dentro de la casa y, haciendo, así dejamos de verla.

De allí nos fuimos hacia el noroeste de la ciudad, a visitar el barrio de Youlian, en el distrito de Jinniu. Youlian se organiza alrededor de una abandonada fábrica metalúrgica del Estado, a la que llegan unas igualmente herrumbradas vías férreas. A partir de allí las calles son de tierra. Sobre ellas, cientos de talleres textiles entre los que se cuelan negocios de venta de comida. En la vereda algunos niños juegan, otros hacen los deberes sobre una silla. Alguna niña los hacía sobre una máquina de coser, en el ruido del taller. Caminamos largo rato con Gao, que no hablaba sino para comentar algún detalle.

Luego del recorrido por Youlian fuimos invitados a visitar un flamante museo de arte contemporáneo cerquita de allí. Alucinaciones de la modernidad tardía. En medio de aquellos suburbios miserables, un joven artista, Xly Moma, consiguió instalar un museo destinado exclusivamente a su propia obra. Muebles, botellas, retratos y esculturas en acero y madera. Quedé pasmado ante tanto refinamiento y tanta belleza. Tomando té verde cenamos unos deliciosos ravioles de camarones. Mientras tanto yo intentaba adivinar de dónde había salido la fortuna con la que construyó tamaño parque y semejante edificio. Antes de despedirnos y pedirle a su chofer que nos llevara de regreso, nuestro artista nos mostró la parte privada de las instalaciones. Entramos por una puerta pequeña y subimos a una sala de conferencias dominada por una gigantesca y lujosa mesa laqueada de negro. En las paredes de la sala estaba el origen de su dinero. Xly tenía allí expuestos los modelos de teléfonos celulares que él mismo diseñó para la Sony. Me fui meditando en aquel auto con chofer. Pensé en las chicas del señor Song en Vancouver o en Shanghai. Pensé en Youlian y recordé algunas de las obras que venía de ver. “Faquir del bocho”, pensé. La distancia social puede coincidir con la proximidad física. Gao Guizi ya no estaba conmigo para comentar. A él no le gusta el arte contemporáneo.

* Sociólogo. Se formó en la UBA. Es miembro del Centro de estudio de los movimientos sociales de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Ultimo libro: Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática, Gorla, 2005.

Compartir: 

Twitter

 
EL MUNDO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.