EL MUNDO › COMO FUE Y ES LA GUERRA DEL KREMLIN EN CHECHENIA

La sangría de nunca acabar

Por Pilar Bonet *
Desde Moscú

Desde que empezó, hace tres años, la segunda guerra de Chechenia se ha cobrado cerca de 4.500 muertos y casi 13.000 heridos en bajas militares, según los datos oficiales. Las cifras de la Unión de Comités de Madres de Soldados sitúan el número de muertos militares en 11.500. Eso, sin contar las bajas civiles ni las bajas de la primera guerra (desde el otoño del año 1994 hasta el verano de 1996).
El enfrentamiento entre la república secesionista y Moscú se gestó a la sombra del golpe de Estado de 1991 y de la lucha de Borís Yeltsin por hacerse con el control de Rusia. Huérfanos de un Estado al que defender, los militares soviéticos se fueron de la república caucásica en desbande, dejando abandonados sus arsenales e incluso sus aviones. Yeltsin estaba demasiado concentrado en su lucha con el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, para dedicarle la debida atención al general Dzhojar Dudáiev, quien, precisamente por no aceptar la desintegración de la Unión Soviética, impulsó el proyecto independentista antirruso hasta que un misil lo abatió en 1995.
Yeltsin sólo se pudo ocupar de la región caucásica secesionista en 1994, tras consolidar su poder, primero contra Gorbachov, y después contra el Sóviet Supremo. El resultado de la atención del presidente fue la “primera guerra de Chechenia”, en total dos años de combates, que tal vez se hubieran podido evitar si el líder ruso hubiera tratado a Dudáiev con más habilidad y hubiera logrado que el orgulloso militar del Cáucaso se sintiera parte de un proyecto común.
En diferentes momentos, la degradación progresiva en Chechenia se hubiera podido atajar. De hecho, se cortó brevemente en 1996, después de que los independentistas, al echar a los militares rusos de Grozni, pusieran en evidencia a las tropas federales como un ejemplo de ineptitud y desmoralización. El general ruso Alexandr Lébed evitó que se siguiera derramando sangre al firmar los acuerdos de Jasavyurt en agosto de 1996. Aquellos acuerdos desembocaron en las elecciones presidenciales y parlamentarias del 27 de enero de 1997. Fueron comicios democráticos, reconocidos y legitimados por Rusia y por numerosos observadores internacionales.
Tras ser elegido presidente de Chechenia, Aslán Masjádov tuvo su gran oportunidad. En el verano de aquel año, firmó junto a Yeltsin en el Kremlin un acuerdo de paz entre la “República de Chechenia-Ichkeria” (la denominación independentista de aquel territorio) y Rusia. En el documento, Masjádov y Yeltsin se comprometieron a “renunciar para siempre a la amenaza de uso de la fuerza en la resolución de los conflictos” y a desarrollar sus relaciones de acuerdo con los principios “del derecho internacional”. Pero, al enredarse en luchas intestinas, permitiendo que floreciera la delincuencia y haciéndose cómplices de ella, Masjádov y los chechenos perdieron, su gran oportunidad de moldear su propio proyecto de Estado, para el que realmente existían posibilidades en los últimos años de la presidencia de Yeltsin.
Putin, en cambio, encontró en Chechenia su propia oportunidad cuando, en el otoño de 1999, inició la segunda guerra y se hizo popular gracias a ella. Hoy, el presidente ruso sigue apostando por la vía militar y no ha querido o no ha sabido desarrollar la línea de diálogo que insinuó tras el 11 de septiembre. El Kremlin deja que los militares acampen a sus anchas y violen los derechos humanos con operaciones de limpieza entre la población civil en Chechenia.
Los resultados están a la vista: continua sangría de vidas humanas, derribos de helicópteros militares rusos (con misiles SAM soviéticos, porcierto), atentados contra los funcionarios chechenos que colaboran con Moscú, especialmente los policías.
Para los dirigentes rusos, los acuerdos de Jasavyurt se han convertido en un sinónimo de traición. El Kremlin no reconoce ninguna legitimidad heredada del pasado y reinterpreta el conflicto checheno como un caso más de terrorismo internacional, igual que los que sufren los norteamericanos. Hasta ahora los chechenos no habían tenido terroristas suicidas. A partir de ahora, habrá que verlo. Mientras, el Kremlin rechaza una salida del conflicto basada incluso parcialmente en el acuerdo de 1996 y las elecciones de 1997.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

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