EL MUNDO

Ningún chiste

 Por Horacio Verbitsky

Que el presidente del Uruguay haya imaginado una guerra con la Argentina y gestionado el apoyo de los Estados Unidos es un hecho de extrema gravedad que no puede ser tomado en solfa, por ridículos que puedan resultar sus protagonistas. Lo sucedido no es una anécdota que se agote en Tabaré Vázquez y George W. Bush. El recurso a las grandes potencias está en el ADN del Uruguay, por decirlo en forma amable. Fue el Lord inglés John Ponsonby, quien hace dieciocho décadas propuso zanjar la guerra entre la Argentina y Brasil con la creación del Uruguay, concebido como base de operaciones imperial para mantener la rivalidad entre las dos potencias de la región y la superioridad sobre ambas. Hubo que esperar casi dos siglos para que el presidente José Mujica le contestara desde Buenos Aires. “No somos más la creación del señor Ponsonby, el Estado tapón, queremos ser el Uruguay puente”, dijo Pepe, dirigiéndose a Cristina, como se llaman entre ellos. En la edición de ayer del diario El Observador de Montevideo, el columnista Andrés Alsina escribió que hay un tratado vigente por el cual si el Uruguay es atacado “podemos apelar a la ayuda del Pentágono”. El autor sugiere que ese tratado es secreto pero conocido por todas las fuerzas políticas orientales. Su existencia no fue confirmada por ninguna fuente política oriental, consultadas a mi pedido por el ex embajador argentino Hernán Patiño Mayer. Con o sin tratado, hay antecedentes históricos inquietantes, que fueron evocados por el ex vicepresidente Luis Hierro López, quien además forma parte de la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU), en la que se protocolizaron los acuerdos por la pastera del conflicto. Hierro López recordó que en 1904 el presidente liberal José Batlle y Ordóñez pidió el apoyo del presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, porque detectó que la sublevación nacionalista de Aparicio Saravia recibía armas desde Buenos Aires, ante la condescendencia del presidente argentino Julio A. Roca. El pedido, transmitido por el embajador Eduardo Acevedo Díaz, lo difundió el propio Battle, para intimidar a Roca. El embajador William Ruffus Finch lo desmintió en los exactos términos necesarios para que todos entendieran que era cierto. Al mismo tiempo recomendó a su gobierno que “un buque no muy grande podría hacer gira amistosa de reconocimiento”. No uno sino cuatro, que habían participado en la guerra con España por Cuba, atracaron en Montevideo cuando Saravia ya había muerto, luego de ser herido en combate. Sus 1200 marines bajaron desfilando hasta la plaza Independencia y así comenzó el desplazamiento de la hegemonía británica por la estadounidense. Nueve años después el ya ex presidente Roosevelt visitó el Uruguay, que Batlle y Ordóñez presidía por segunda vez. Durante el brindis en la Casa de Gobierno el hombre que arrancó una parte de su territorio a Colombia para construir el canal bioceánico y la República de Panamá fue llamado por Battle “esforzado paladín de las causas justas”. Roosevelt respondió con su habitual desparpajo: “Nosotros somos del mismo partido. Usted hace lo que yo digo”. Entre mediados de las décadas de 1940 y 1950, Uruguay llegó a tener la fuerza aérea mejor equipada de Sudamérica, con material suministrado por Estados Unidos como forma de control al gobierno argentino de Juan Perón. Esa es la sórdida historia a la que Tabaré Vázquez se afilió ahora, coherente con la batalla que libró desde el gobierno en defensa del Area de Libre Comercio con Estados Unidos, que la presión de Lula y Kirchner frustraron. Sólo queda congratularse de que la Unión Sudamericana sea sostenida por las manos firmes de Dilma, Mujica y Cristina.

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