EL MUNDO

Chávez se despide, pero no se va

 Por Alfredo Serrano Mancilla *

Cada vez que todo parecía indicar que Chávez se marchaba, siempre sucedía algo que le permitía sortear los diferentes obstáculos avenidos. Primero fueron los años de cárcel. Después ganó elecciones en el año 1998 a contracorriente en una América latina aún muy neoliberalizada. Luego propuso una asamblea constituyente que desembocó en una nueva Constitución refrendada mayoritariamente por el pueblo. Más tarde superó un golpe de Estado y el paro petrolero del 2002. En el siglo XXI continuó ganando elecciones, y por último, venció en contra de las pretendidas profecías autocumplidas en octubre del 2012 de manera abrumadora en las urnas. La oposición partidaria no pudo con Chávez en la última década ganada en Venezuela. Los poderes económicos tuvieron que aceptar que ya no eran los años de la política subordinada a sus cuentas de beneficios; la única tasa de ganancia que preocupa es la del pueblo. El orden dominante no supo qué hacer con este nuevo jugador clave en el cambio geopolítico regional y mundial. Sólo una enfermedad, despolitizada, como el cáncer, es la que pone en jaque al presidente más Bolívar que ha habido en el continente latinoamericano.

Más allá de lo que suceda con su salud, hay algo muy contundente en lo político que podría resumirse en el lema-canción de la última campaña electoral: “¡Uh ah Chávez no se va!”. Chávez se despide, pero no se va. El chavismo vino para quedarse. Chávez es un político capaz de iniciar y sostener esta transformación de época en América latina que habla de socialismo de siglo XXI, que recupera orgullosamente a la patria emancipada y que representa a las mayorías a costa de ser maltratado por la minoría. Es capaz de rechazar el proyecto del ALCA a favor de los beneficios de las empresas estadounidenses. Revive a Cuba poscaída del Muro. Y muy satisfactoriamente concilia en la práctica la compleja relación entre la soberanía nacional e integración regional. El chavismo es ya un nuevo eje interno en Venezuela, y fue detonante, y aún más, constructor de una nueva hegemonía externa regional posneoliberal. Chávez desplazó el campo político, el económico, el cultural, el social. El campo de las palabras, de los signos, del lenguaje, de lo espontáneo, de los nuevos líderes alejado de las escuelas de marketing político y de los presidentes sin partidocracia; todo esto ha cambiado con Chávez. El chavismo reinventa nuevas formas simbólicas para comunicarse en lo político, proyecta nuevos imaginarios socialistas, encuentra fórmulas democráticas más vivas y transforma la política económica y social en una herramienta cercana, propia y popular.

Los próximos días serán propios de los rumores, disputas interpretativas y vacilaciones forzadas. Todos querrán sacar tajada en este escenario de incertidumbre. La oposición venezolana deseosa de pescar en río revuelto lo que no pudo obtener en la democracia de Chávez; la derecha regional ansiosa de un punto de inflexión que gire la tendencia ganadora de las fuerzas progresistas; el orden dominante mundial con ganas de nuevos e iraquíes contratos petroleros. Lo que no entiende esta minoría hiper mediatizada es que Chávez, recuperado o no, de regreso o no, Chávez no se va, porque el pueblo venezolano no permitirá, como ha demostrado en tantas otras vicisitudes, que se vaya. Aunque Chávez esté ahora afuera, adentro se queda una Venezuela con chavismo, con un proceso de transformación suficientemente Maduro. Que valga el juego de palabras.

* Doctor en Economía; coordinador América latina CEPS.

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