EL PAíS › OPINION

Los yuyos de la amargura

 Por Mario Wainfeld

Los Pumas perdieron con holgura ante un estadio colmado, con entradas nada baratas. El fenómeno se repetirá esta tarde en el Monumental de Núñez y cabe ansiar (con buena base fáctica) que la selección de fútbol doblegue a la ecuatoriana. Los grandes diarios del sábado afectan la mitad de sus páginas a anuncios publicitarios. No hay que ser un augur para vaticinar que el Día del Padre será, en las grandes ciudades cuanto menos, una jornada de encuentro familiar con el tono gastronómico que solemos darle los argentinos.

Ayer mismo, en paralelo, la información política hacía crepitar los canales de noticias y seguramente le restó audiencia a la Eurocopa. Fue un día de vértigo, y van muchos. Una jornada despuntó, como ya es de rigor, en la ruta 14 y eslabonó varios trances espectaculares. Aunque a usted le cueste creerlo, nadie escribe el guión de esta sitcom pero los protagonistas se conjuran para que cada episodio tenga algo parecido a un cierre, bien entrada la noche. El sábado inesperado tuvo su alfa en la detención de Alfredo De Angeli, que duró pocas horas pero que le vino como anillo al dedo al referente piquetero. La seguidilla de declaraciones, reuniones convocadas de arrebato tuvo otro punto cúlmine en la convocatoria a Plaza de Mayo, que llegó al clímax con la llegada de Néstor Kirchner. También hubo espacio para las consabidas conferencias de prensa. Alberto Fernández se explayó a su guisa y dejó poco micrófono a Aníbal Fernández. La Mesa de Enlace, al cierre de esta nota (frisando la medianoche) respondía con su clásica conferencia de prensa XXL de volea. Anunció pero se comprometió a no bloquear el tránsito, una promesa que “los dueños de la ruta” suelen deshonrar.

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Palabras y voluntades: Con los ojos puestos en las omnipresentes cámaras de TV, todos proclaman su vocación por el diálogo. De Angeli prepea de lo lindo, promete luchar contra el “modelo” pero siempre se arregla para dar cuenta de su ánimo coloquial. Eduardo Buzzi venía promoviendo desde anteayer (antes de que entrara en acción la Gendarmería) la reiniciación del lockout más largo y lesivo de la historia argentina, pero siempre remata con una santurrona alusión al diálogo.

El jefe de Gabinete defendió con sensatez las medidas tomadas por el Gobierno y también se ufanó de la vocación dialoguista. Pero en la semana que pasó, muy soterrada por el brío de la crónica del sábado, la Casa Rosada les hizo sendas verónicas a dos oportunidades para emitir un gesto de distensión. El lunes, tras el anuncio del programa de redistribución social, tratado con aquiescencia por la Mesa de Enlace, parecía un momento bueno para citar (si no al ampuloso “diálogo”) a dos o tres reuniones sectoriales para discurrir y encauzar la agenda agropecuaria. Desde la Casa Rosada, tras avanzar dos casilleros, se optó por congelar la situación en las nuevas posiciones.

El viernes, tras desmontarse parcialmente el indescifrable paro de los transportistas de granos, pintaba como un momento para bajar la conflictividad de modo homeopático. Habría menos cortes, la dirigencia rural estaba dividida sin acertar a reunirse ni a emitir mensajes conjuntos. El fin de semana largo, con clima piadoso y Día del Padre incluido, podía catalizar un clima más respirable. Ese fue el exótico momento elegido para ordenar liberar las rutas, empezando por la de mayor potencial simbólico.

Cuesta entender la racionalidad de esa medida. ¿Fantaseó el Gobierno que una detención efímera torcería el brazo de la rebelión del campo, como especularon los propios detenidos y algunos dirigentes políticos afines? Es inverosímil a fuerza de ingenuo.

Por el contrario, suponer que el Gobierno quería escalar el conflicto, justo cuando amenguaba, suena a disparate. Como fuera, eso fue lo que se logró. Victimizar a De Angeli cuyo breve trayecto ida y vuelta al juzgado fue tratado como un crimen de lesa humanidad, hipérbole absurda pero presumible. Algún movilero de un multimedio lo ensalzó a niveles que hubieran ruborizado a Stalin en sus buenos tiempos (“un dirigente honesto, carismático, con rostro curtido por el trabajo, un tipo sencillo que habla con sinceridad, querido por la gente porque siempre dice verdades”).

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“Si éste no es el pueblo...”: El tradicional estribillo resonó en variadas latitudes. Mujeres y hombres rubiones lo coreaban en triunfo en Gualeguaychú, dejando la duda de si no hay algún componente popular morocho o así fuera de pelo castaño oscuro.

La réplica resonó en la Plaza de Mayo, cuando el oficialismo la fue tomando. Muchos dirigentes, legisladores y funcionarios (algunos considerados del “riñón” kirchnerista) estaban a cientos de kilómetros de distancia, aprovechando “el puente”, lo que a los ojos del cronista es un indicio (no una certeza absoluta, más vale) de que el oficialismo no había preparado su contragolpe.

Kirchner le puso el cuerpo al acto, sabedor de que su presencia levantará polvaredas polémicas pero también de que transmite mística a sus partidarios.

El contrapunto, pues, se trasladó al espacio público. Plaza contra piquete, calles contra rutas, acto contra acto. Cada cual se declarará ganador, aun valiéndose de los tópicos de los otros. Reporteado por la TV, un asistente a Plaza de Mayo daba vuelta como un guante un discurso despectivo de los ruralistas: “Estamos acá, somos de clase media, vinimos en subte, lo pagamos. Somos del Conicet, él es abogado...” El cronista creía que la discriminación entre “los que son llevados” y los que van porque quieren era una exclusividad gorila, esa intervención le hace tomar nota de un nuevo rumbo de una añeja controversia. No es para extrañarse, los otros días un líder empresario agropecuario hizo suya la consigna “la lucha continúa”.

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Derivas: Las trágicas experiencias de la masacre en Plaza de Mayo y en Puente Pueyrredón aleccionaron al entonces presidente Kirchner a autorrestringir la represión de las movilizaciones y cortes callejeros. Fue una medida sagaz, si se miden los riesgos potenciales que se obviaron. Le jugó a favor la autocontención de los grupos sociales movilizados que fueron más que razonables antes de herir intereses de terceros. El método, a fuer de eficaz, cundió y fue apropiado por organizaciones de clases medias y altas muchos menos respetuosos de los derechos de los demás. El actual conflicto supera límites jamás rozados. Se ha formado una suerte de “cadena de la infelicidad” en virtud de la cual cualquiera que se sienta damnificado apela al corte perpetuo de rutas, atracando el tránsito y desabasteciendo sin el menor empacho. La Mesa de Enlace se engolosinó con ese abuso, convalidado por la mayoría de los medios y los formadores de opinión. La oposición recién ahora muestra alguna fisura en tránsito a la sensatez. Federico Pinedo y Esteban Bullrich (de PRO) y Francisco de Narváez se opusieron ayer a los bloqueos. El SI los viene criticando con consistencia. Elisa Carrió los reivindicó sin cortapisas con imprudencia que le cuadra mal a la dirigente opositora más votada en 2008. Hermes Binner emitió un comunicado en el que (con lógica y espíritu constructivo) reclama la citación al Consejo Federal agropecuario ampliado. Pero, quizá excesivamente enconado por la mala acogida que le propinó la Presidenta días atrás, eludió toda crítica al lockout o a las acciones violentas o desabastecedoras, incurriendo en un desliz discordante con su tesitura, habitualmente atinada.

La permisividad laxa al piquete fue puesta en crisis por la intemperancia “del campo” a cuyas huestes se sumaron con entusiasmo los transportistas de granos. Algo debe cambiar en el estatuto de facto fijado durante la emergencia que ha devenido fuente de abusos crueles. Pero revisar una costumbre de años no es algo sencillo y el modo que implementó el Gobierno fue ruinoso.

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Un sábado más: El Gobierno invoca la representación de todos los argentinos, con derecho. Pero en su acción parece soslayar que la zozobra en la gobernabilidad no es neutral sino que damnifica especialmente a las gentes de a pie. La paz social, la tranquilidad cotidiana, son una necesidad de los humildes, que viven, trabajan y se proveen día tras día.

El ambiente excitado entusiasma a dirigentes oficialistas y opositores, a quienes se ve en su salsa. Es más que dudoso, para la modesta mirada impresionista de quien esto escribe, que eso conjugue con la sensación expandida entre otras personas, ansiosas por saber que vendrán jornadas sosegadas, que habrá suministros, que no faltarán certezas.

El oficialismo porfió ayer en cargar todas las incertezas en la mochila “del campo”. Es improbable que haya tenido éxito, en una jornada que simbólicamente enalteció a un De Angeli que venía cuesta abajo.

El saldo provisorio, a los ojos del cronista, es acre y contradictorio. Su percepción es que el encarnizamiento de la brega política es disonante con los anhelos cotidianos mayoritarios, más allá de la disputa sobre las razones en juego. Que los vaivenes fácticos agobian a la mayoría de los argentinos, más ávidos por un cierre de la miniserie que por el capítulo que ya vendrá.

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