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Las condiciones de la historia

El sociólogo pide que la Presidenta ponga en el centro de la agenda la “cuestión democrática”. Señala que se requiere la voluntad para sancionar leyes que favorezcan la creación y el funcionamiento de los partidos.

 Por Ricardo Sidicaro *

Los constituyentes de 1853 no se equivocaron cuando establecieron que los mandatos presidenciales serían de seis años sin reelección. Debieron suponer que en un sexenio se cumplía un ciclo en el que los gobernantes estaban fatigados, los aspirantes a la sucesión ansiosos y la opinión pública a la espera de una renovación indispensable para fortalecer la legitimidad de las instituciones. A lo largo del siglo XX, los síndromes del quinto año afectaron negativamente a todos los elencos presidenciales, fuesen civiles o militares, más allá de sus rasgos específicos. Los mandatos de cuatro años de la reforma de 1994 quizás hubiesen sido una solución, pero el problema se agravó al incorporar la reelección. Hubo, es cierto, gobiernos de diez años, Perón y Menem, que superaron el umbral de las crisis del año cinco, pero ninguno terminó bien. Lejos de tratarse de una superstición cabalística, en los quintos años se produjeron, casi siempre, lo que cabe denominar “las crisis de los apoyos” un tanto confusos que se habían reunido en el momento inicial de la experiencia, cuando se pregonaba el comienzo de una nueva era.

Cristina Fernández no tuvo el mítico año uno ya que el suyo fue el año cinco y medio del kirchnerismo. Se quedó sin las ventajas de las ilusiones fundadoras y se encontró directamente con “las crisis de los apoyos”. A lo que podía esperarse como los síntomas del desgaste del quinto aniversario, se sumaron los efectos no esperados del conflicto con el campo. Al igual que todo modo de gobierno voluntarista, el kirchnerista funcionaba como una bicicleta: cuando se para pierde el equilibrio. Más que de retenciones, en el segundo trimestre de 2008, se habló de poder y Kirchner (Néstor) reveló saber, más por sentido práctico que por teoría, que si la bicicleta se paraba, los apoyos heterogéneos utilizarían la pausa para reflexionar sobre qué dirección tomar y algunos desistirían de continuar en la caravana. Justo en el momento en que el pejotismo parecía dispuesto a aceptar la dirección del Gobierno, estalló la protesta de muchos de los buenos vecinos que lo votaban. El Gobierno logró adhesiones circunstanciales de caudillos pejotistas, sabiendo que era poca la gente que podía poner en la calle, pero que tenían legisladores. Para la movilización popular, el poder presidencial contó con las llamadas organizaciones sociales, cuyos dirigentes debieron pensarse como los más auténticos kirchneristas, lo que los llevó luego a retacear sus presencias y a criticar después al Gobierno. Los radicales K con base electoral se dieron cuenta de que los costos del kirchnerismo podían resultarles mayores que los beneficios. Algo no muy distinto pensaron quienes en las filas oficialistas avizoraron un futuro no positivo a la hora del cuarto oscuro. A esa altura, los empresarios beneficiados con el crecimiento económico optaban por mirar para otro lado cuando el Gobierno les pedía apoyo. De allí en más, duhaldistas y neoduhaldistas, percibieron que se les abrían posibilidades promisorias. La fuerza y la debilidad es en política una realidad de las relaciones de fuerza y una percepción de los actores que no necesariamente concuerda con las situaciones reales, y en el transcurso del quinto año la idea del poskirchnerismo se instaló en los cálculos políticos. Para entonces, los sectores de la opinión pública más propensos a hacerse escuchar, que recordando la quietud de De la Rúa se habían fascinado con la bicicleta en movimiento, se preguntaban por la renovación.

Cristina Fernández citó alguna vez a Marx sobre las repeticiones de la historia. Para reflexionar sobre su año de gobierno podría, modificándola un poco, recordar otra de frase de Marx: “Los hombres (y las mujeres) hacen la historia en condiciones que no escogen”. Es obvio que Marx se refería a los condicionamientos sociohistóricos y no de los consejeros que todo presidente es libre de elegir. El kirchnerismo no escapó a los límites impuestos por la acumulación de factores precedentes y mostró el suficiente voluntarismo como para correr límites de lo posible. Fue, justamente, en virtud de que en los cuatro años y medio de Néstor Kirchner se rompió con los “no se puede” que imperaban sobre la “cuestión militar” que completó la tarea democrática de exclusión simbólica del actor castrense del juego político. Ese fue el punto cero para fundar la igualdad de todos ante la ley. Nada le impide a su sucesora saldar otra deuda importante y poner en el centro de la agenda gubernamental de los próximos mil y pico de días la “cuestión democrática”. El mayor déficit de estos 25 años de democracia es la falta de partidos en los que la deliberación ciudadana aporte a la construcción del interés general. Frente a este gran vacío se requiere la voluntad política para la sancionar leyes que favorezcan la creación y funcionamiento de los partidos, condición necesaria aunque no suficiente para el fortalecimiento del régimen democrático. Es aún más simple restituir al poder legislativo la plenitud de sus facultades. Nada impide poner a disposición del pluralismo político y cultural la administración y dirección de los medios estatales de comunicación. La democratización de otras esferas de la práctica social abrirían espacios de participación para un gran número de ciudadanos preocupados por lo público que no se interesan por los partidos.

Lo peor que podría pasar frente a las elecciones más inmediatas y a las de 2011 es que se vuelva a plantear la dicotomía de 1946 entre la justicia social como bandera del gobierno y la democracia como reclamo de la oposición. En ese facilismo pueden coincidir oficialistas y opositores preocupados en polarizar votos mediante frentes ideológicamente inconsistentes, licuables rápidamente e incapaces de proveer de apoyos políticos para gobernar. Si eso sucede, la mayor parte de la ciudadanía saldrá perjudicada y los grandes actores socioeconómicos lo celebrarán.

* Sociólogo.

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