EL PAíS › OPINIóN

Conurbano y derechos humanos: el humus kirchnerista

 Por Martín Rodríguez *

“¿Cómo tener patria?”

(J. B. Alberdi, Cartas Quillotanas)

Es coherente la posibilidad de que Kirchner viva un desenlace electoral en tierras bonaerenses. Kirchner es un bonaerense por intuición: gobierna el país el que gobierna el conurbano, pensó. Sin embargo, esta posibilidad también ofrece de Kirchner la ambigüedad de sus condiciones: su audacia y su cerrazón, su voluntad y su voluntarismo. A Kirchner le gustan los descensos a zonas difíciles, cenagosas. Soplar para avivar el fuego. Kirchner fue el presidente del conflicto, el que devolvió el conflicto a la sociedad, como lo hizo estructuralmente con las discusiones colectivas del salario. Kirchner, se podría pensar, obligó a las empresas a abandonar a sus gerentes de recursos humanos y reemplazarlos por quien conozca la muñeca de los gordos, de los clasistas o de los que vengan a discutir aumentos.

Y sin embargo, preguntarse hoy por si había condiciones para que el kirchnerismo sea mejor, es decir, una superación de su propia estructura de origen, puede ser una pregunta pertinente en un clima dominado por la sensación de “fin de ciclo”. Pero esa pregunta es capaz de admitir otras formulaciones pensando en el ayer: ¿había un Estado articulado al que arribó el kirchnerismo? ¿Existían cuadros técnicos preparados para el país devaluado? ¿Se visualizaba una acumulación de masa crítica para reorganizar un modelo nacional post convertibilidad? ¿Existían los partidos políticos? ¿Cuántas cosas a la vez tenía que hacer Kirchner?

Una fe juvenil me dicta que éste es el peor momento para ser kirchnerista y éste es el mejor momento para ser kirchnerista, éste es el peor momento del Gobierno porque es el mejor momento del Gobierno.

El kirchnerismo, ese doble comando, esa “mesa de luz”, nace en el Gobierno, con la banda puesta. Las primeras expectativas no podían desprenderse de sus promesas electorales, porque nadie las conocía. Podía traccionar, en su vacío, al antimenemismo y al silencioso voto de continuidad duhaldista, en ese porcentaje modesto del 2003, que hizo decir al propio Kirchner: llegué al poder con más desocupados que votos. Su mirada estaba puesta en esa otra mayoría desocupada.

El kirchnerismo hace más de lo esperado, y mucha gente comenzó a preguntarse qué va a hacer Kirchner, hasta dónde va a ir Kirchner. Alfonsín solía pregonar una suerte de máxima: “no hay que seguir hombres, hay que seguir ideas”. Si, como estima el sociólogo Ricardo Sidicaro, después del “que se vayan todos” sólo se fueron los partidos... y quedaron los hombres, la política quedó definida en un sistema de lealtades personales, en un espacio municipal donde se votan personas conocidas y garantías individuales. O sea: seguimos personas, se fueron las ideas. A pesar de sí mismo, en esa escena residual de la política, el kirchnerismo se sintió incómodo. La “transversalidad”, los intentos “renovadores”, no actuaron como fronteras del proyecto al que finalmente entraron todos los dueños de poder territorial, sino con la presencia de un capital simbólico decisivo. Orden y progresismo. De esta manera, la densidad del armado kirchnerista comprende dos grandes territorios: el conurbano y los derechos humanos. El kirchnerismo es eso: planes y memoria, obras y memoria. Municipalidad y mundo. Mario Ishii y Estela de Carlotto como caras de la moneda kirchnerista. El kirchnerismo puso las patas en la fuente de la historia. El gobierno de Alfonsín, visto en retrospectiva, es un gobierno en espejo con el ciclo iniciado en el 2003. Kirchner imaginó que lo que quedó suelto (derechos humanos, democracia social) podía reactualizarse bajo una impronta. Pero no porque había que catequizar a los movimientos sociales, sino por la capacidad peronista de “absorber novedades”, y articularlas.

Pero hoy, mientras muchos escriben el réquiem, esta experiencia aparece reducida en la palabra caja. Caja es una palabra del Conurbano. Néstor y Cristina construyeron la bisagra histórica de que ahora gana el que gobierna. Y sin embargo, basta observar el “código político” de los medios y la oposición para dar cuenta de lo que se dice: el Gobierno es la caja. Caja estatal que se “llena” con las retenciones. ¡Y guay con hablar del IVA! Detrás del uso denunciante de la palabra caja también desvisten su secreta vocación antidistributiva: ¿qué van a hacer con la plata? ¿Repartirla? Detrás de cada obra se “percibe” un negocio. Detrás de cada intendencia gritan ¡clientelismo! Detrás de un proyecto regional... ¡petrodólares! Así, la caja que tapa el bosque: y el bosque es la fortísima reubicación del Estado durante la gestión kirchnerista como actor central después de años de fantasías neoliberales, de globalifóbicos y maestrías del CEMA, como buitres. Y eso tiene que llamarse de alguna manera horrible: ya no es Estado, es Caja. Si la caja es el Estado... ¡hay que eliminar la caja! La caja como teoría tosca y agónica del neoliberalismo. (Y este nuevo Estado no se hizo fuerte por una “gestión exitosa”, sino por la centralidad política del “doble comando”: el presidente o la presidenta debían ser las personas más poderosas del país.)

Lo cierto es que hoy el kirchnerismo se enfrenta a una sociedad desconocida. Terreno de ganadores sociales con los que no se identifica. El kirchnerismo debe mirar esa sociedad que le pertenece. A los ganadores y perdedores, a los que dejó ganar, a los que no hizo nada para que dejen de perder. Quizá porque sabía qué tipo de sociedad enfrentaba, hoy debe saber qué tipo de sociedad concibió. Si es cierto (como tantos dicen) que se acaba un ciclo, se acaba el mejor ciclo político de la democracia. Y el campo opositor se halla frente a su dilema existencial: ¿alrededor de qué se excita a la sociedad? El peligro opositor es su receta anti-política, de mano dura y “apariencias republicanas”, en cuyo vacío caeremos irremediablemente empujados por la crisis mundial... De ser así, seremos muchos los que nos preguntaremos qué hicimos para que el kirchnerismo se fuera sin pena ni gloria.

Este es el mejor momento kirchnerista, porque está parado sobre su fractura con la sociedad. Cómo coser esa herida es lo que tiene que pensar el kirchnerismo, a riesgo del peor de sus pecados: el de retroceder, el de ceder frente a los otros, el de volver a empezar.

* Periodista, militante político, administra el blog revolucion-tintalimon.blogspot.com

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