EL PAíS › LA MOVILIZACION DE LOS DESOCUPADOS FUE MASIVA Y APOYADA POR LOS VECINOS

“Piquete y cacerola, la lucha es una sola”

La marcha duró más de 17 horas y terminó en triunfo, en la Plaza, bajo un sol abrasador. La multitud no produjo ningún incidente. La nota del día fue la solidaria recepción que le dieron los vecinos de la Capital.

 Por Laura Vales

“¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola!” El grito salió de un costado de la Pirámide de Mayo, avanzó con algún titubeo y finalmente creció hasta hacerse único de un lado a otro de la plaza. Se escuchó ayer, a las cinco de la tarde, cuando la larga marcha de los desocupados de La Matanza llegaba a su fin frente a la Casa Rosada, más fuerte que en su inicio, engrosada por decenas de asambleas barriales y por vecinos que dejaron su balcón para acompañar a los desocupados. La gran apuesta de los piqueteros había sido obtener el respaldo de los sectores medios y protestar sin ningún tipo de incidentes. Consiguieron las dos cosas. Antes de que la movilización terminara, Luis D’Elía y Juan Carlos Alderete se subieron a un palco improvisado en el acoplado de un camión y resumieron el espíritu del día: “Las asambleas de la Capital Federal y los desocupados tenemos un enemigo en común. Los banqueros que les robaron a ustedes sus ahorros son los mismos que nos dejaron a nosotros sin trabajo. Luchamos para que este modelo de acumulación obsceno se termine”.
Fue el punto máximo de una marcha de 17 horas que atravesó toda La Matanza, entró a la Capital Federal y avanzó hasta la Plaza de Mayo hasta cubrir cuarenta kilómetros a pie. No fue fácil: a D’Elía le bajó la presión y casi lo internan, a Alderete le subió y hubo que sentarlo en un auto hasta que pasara el susto. Muchos otros, menos conocidos, soportaron una tarde infernal que derretía el asfalto. Con todo, el día terminó en festejo.
El reclamo que los piqueteros llevaron a la Plaza de Mayo consiste en tres puntos: que se cumpla con el millón de puestos de trabajo prometidos por Adolfo Rodríguez Saá (y ratificado luego por Eduardo Duhalde), que el poder político respete a las organizaciones de desocupados y que se libere a los presos sociales. A eso, el camino le agregó otro punto: la renuncia de la Corte Suprema de Justicia.
El presidente los recibirá mañana a las nueve y seguramente escuchará largos reclamos. Ocurre que las dos grandes organizaciones que se movilizaron (la Federación de Tierra y Vivienda de la CTA y los desocupados de la Corriente Clasista y Combativa) plantean que el peronismo en el poder ha tomado la decisión política de debilitar a los desocupados que han conseguido organizarse de manera autónoma a los dos grandes partidos.
D’Elía y Alderete están convencidos de que el gobierno busca hacer política social a través de las redes de punteros del PJ y la UCR; la movilización de ayer buscó, entre otras cosas, llamar la atención sobre este tema.
En la marcha hubo dirigentes sindicales, sociales y políticos: el secretario general de la CTA Víctor De Gennaro, la titular de Ctera Marta Maffei y el de Suteba Hugo Yasky, los dirigentes de ATE Juan González y Pablo Michelli, el coordinador de la CCC Amancay Ardura, los diputados Ariel Basteiro, Marcela Bordenave, Eduardo Macaluse, Alicia Castro y Alfredo Villalba, entre otros. Pero el centro de la atención no fueron las caras conocidas sino las autoconvocadas. Y de esas hubo muchas.
Las asambleas de la Capital apoyaron la marcha a lo largo de todo su recorrido, saludando (golpeando cacerolas) sobre los bordes de la avenida Rivadavia, desde la General Paz hasta el bajo.
Lo de Liniers, en el arranque, recibieron a los piqueteros con un megadesayuno de pan y mate cocido. “Para nosotros, vecinos y comerciantes, es un honor poder unir piqueteros y desocupados con caceroleros, pesificados o no, los que están en el corralito y los que quedaron fuera, para marchar juntos a construir una nueva Argentina”, dijo Eduardo Lusky, titular del Centro de Comerciantes de Liniers y vecino autoconvocado.
De allí en adelante, bajando por Rivadavia, siguieron decenas de adhesiones similares. En muchas esquinas los porteños esperaron a los piqueteros con jarras de agua fresca, frutas, pan y hasta sandwiches. Sevio acercarse a jubiladas para dar un paquete de galletitas de agua y los porteros de los edificios sacar una manguera a la vereda para refrescar a los que marchaban.
Los vecinos de Parque Avellaneda, San Cristóbal, San Telmo, Flores, Caballito, Núñez, Villa Luro, Plaza Irlanda, Rivadavia y Medrano, Almagro, Balvanera y Saavedra estuvieron con pequeñas delegaciones para marchar junto a los desocupados.
Cada grupo se mezcló sin demasiado orden en la movilización piquetera. Cuantos más caceroleros se iban sumando, más indócil y difícil de organizar se volvía la columna: de golpe la gente caminaba por las veredas aunque se les pidiera que lo hicieran sólo por el asfalto, se acomodaban adelante de la línea inicial formada por las organizaciones y desplegaban sus carteles ajenos a si tapaban o no a los de atrás. Por supuesto, no hubo quejas.
“Hace mucho tiempo que esperaba que esto ocurriera”, relató Norma López, 50 años y tres hijos, vecina autoconvocada. “Mi marido y yo teníamos una Pyme de electrónica; nos fundimos. Detrás perdimos la casa, que estaba hipotecada. Ahora todos estamos viviendo de un sueldo de 400 pesos que gana uno de los chicos, pero los otros se quieren ir del país. Hace cuatro meses empecé un tratamiento porque ya no quería vivir, y como podrá imaginar tengo problemas para acceder a los medicamentos. Vine a la marcha porque decidí que voy a pelear; si no me mataron en el ‘76, como a tantos de mi generación, tampoco lo van a hacer ahora.”
Unos metros más adelante, también entremezclado con los piqueteros, caminaba Norberto Pascual, psicólogo de Parque Avellaneda. “A esta altura del año tenía planeado estar en Brasil, pero me agarró el corralito”, contó a Página/12. “Así que mirá dónde terminé tomando sol”.
A un costado Guillermo Brizuela cargaba una enorme cruz blanca y celeste con consignas contra la corrupción política. La terminó de pintar el fin de semana, cuando supo que su barrio iba a adherir a la marcha. Alberto Ortega, 49 años, ex empleado de una compañía aérea y actual desocupado, esperó el paso de los piqueteros en una esquina y para levantar su cartel pintado a mano: “Trabajo, dignidad y futuro”.
La movilización, que había salido de Liniers con cinco cuadras de extensión, llegó a la Plaza de Mayo con el doble de manifestantes. Desde el Sur y el Norte del conurbano dos columnas de la Corriente Clasista y Combativa desembocaron frente a la Rosada.
Los desocupados del Polo Obrero, el Movimiento Tierra y Liberación y el Teresa Rodríguez también estuvieron en la plaza. Decidieron concurrir de manera un poco imprevista y sin combinarlo con los matanceros y como entre unos y otros existen desacuerdos y tensiones, algunos temieron que se produjeran incidentes. Nada de eso ocurrió.
La tarde terminó como se había previsto: con una desconcentración muy tranquila y cantos sobre la unidad de los piquetes y cacerolas.
“En todas las casas del país se está discutiendo el futuro”, consideró Víctor De Gennaro mientras los manifestantes dejaban el lugar. “De lo único que se habla es de política, con un planteo de que a esto lo solucionamos por nosotros mismos o no lo soluciona nadie. Ese es el verdadero salto cualitativo y lo que todos creemos que se está acumulando en este proceso”.
Temprano en la mañana, un vecino de Liniers había dejado caer su propia definición. “Esta es la unidad de los reventados, de los que reventó el sistema”, había dicho Sergio, dueño de un comercio, viendo pasar la columna de desocupados, vecinos y comerciantes. Cuando el día terminó nadie lo había desmentido.

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