EL PAíS › OPINIóN

Proyecto sin imagen o imagen sin proyecto

 Por Martín Rodríguez y Alejandro Rubio *

Hay una nueva generación de trabajadores gestada al calor del kirchnerismo. De la caída de la tasa de desocupación y de las paritarias libres, para ser más precisos. Son jóvenes que ya no se aguantan cualquier cosa del patrón con tal de no perder sus empleos y que, es de esperar, resistirán a pie firme cualquier intento de hacer retroceder el valor del salario y el estado de las condiciones laborales. Más bien tratarán de hacerlos avanzar. Constituyen la herencia de estos últimos dos gobiernos, mucho más que los variados superávit y la ingente obra pública. Ahora bien: hace siete meses hubo un resultado electoral. Este no debe ser exagerado ni subestimado. Viene a mostrar que, descontado el 20 por ciento que se siente amenazado en sus privilegios y/o es tradicionalmente antiperonista, para cinco de cada diez votantes los logros de estos gobiernos se ven opacados por la corrupción real o supuesta y por las desprolijidades institucionales y por el “estilo” de los Kirchner. Si, como es una probabilidad en danza, se viene en el 2011 a restaurar la disciplina social de los ’90, esta generación puede encontrarse desalentada y desorientada, como se desorientó y desalentó durante la década de Menem la juventud nacida a la política con el retorno de la democracia. El tejido social argentino no puede soportar, no ya diez, sino dos años de demolición intencionada. Debe haber un liderazgo claro que permita sobrellevar una derrota electoral. ¿Y cómo se construye ese liderazgo? No con poder ni con caja, sino con mística. El nombre profano de la mística, en nuestra época, es ética.

Los logros económicos y sociales no consiguieron conformar un movimiento kirchnerista, sí una alianza de clases más sólida que visible, y de la que se podría pronosticar –siguiendo el argumento anterior– que estaría en condiciones de visibilizarse en cuanto se vea amenazada. La historia del peronismo también es una historia en la que la organización resultó mucho más de la resistencia que de la consolidación positiva y constructiva de sus políticas. El reciente documental del director Alejandro Fernández Mouján, Los Resistentes, es una demostración fáctica de este postulado: la amenaza concreta a los derechos concretos es la semilla de la resistencia.

Cabría pensar entonces que hay trabajadores y ciudadanos universalizados, jubilados que percibieron los aumentos, empresarios cuya rama productiva fue protegida de los efectos de la crisis mundial, hasta investigadores, etc., que bien podrían conformar un amplio tejido social que no tendría muchas ganas de dejar pasar políticas de ajuste. ¿Será así? ¿Cuántas cosas se ven amenazadas, y son amenazadas en rigor, detrás de quienes pregonan una “superación” del kirchnerismo? ¿Las insuficiencias y las deudas aún pendientes estructuran las hipótesis de conflicto del desordenado Frente Opositor? ¿No es en nombre de esas “deudas sociales” que se intenta volver atrás con los beneficios populares ya obtenidos? ¿O cómo se articula el discurso social de las patronales agrarias con su programa duro de bajar las retenciones a la exportación de soja? ¿Será una especie de distribución “por mano propia”?

Sobre la corrupción: aun si todo lo que se propala fuera cierto, el sentido común no podría equiparar la fiesta menemista, originada en el remate de la nación, ni el soborno a senadores para imponer una ley antiobrera, con las trapisondas denunciadas en los contratos estatales. Aun así, en el contexto posterior al estallido antipolítico de 2001, éstas resultan intolerables para muchos ciudadanos que, si pudieran abstraerse de su indignación moral, no tendrían mucho empacho en reconocer y apreciar los logros materiales y simbólicos que obtuvieron durante (si no gracias a) el kirchnerismo.

Los Kirchner son objetivistas. Creen en la macroeconomía, en la política exterior, en los números, la gestión y los hechos puros y duros. Se sienten algo desconcertados cuando la autopercepción de la sociedad, que dista de ser espontánea, no concuerda con estos datos objetivos (todos positivos después del 28 de junio). ¿Cómo responden? Actuando sobre los factores objetivos: intentando desarbolar, mediante leyes y medidas de gobierno totalmente legítimas, el complejo político-económico-mediático que digita la Argentina por lo menos desde 1976. Pero esto es insuficiente para estimular la aprobación de su gestión y sus figuras, porque, en este caso, muerto el perro no se acaba la rabia. Los imaginarios sociales, que tanto influyen en los resultados electorales, que a su vez influyen en la objetividad social, tienen una lógica relativamente independiente de los hechos políticos tal como puede verlos un historiador. Para que se entienda, una demostración contrario sensu: si para muchos el significante “peronismo” conserva connotaciones positivas, después del tercer gobierno de Perón, de Isabel y López Rega, de Miguel y Triaca, de Menem y Duhalde, es porque el recuerdo de las primigenias realizaciones y las originarias organizaciones fue incesantemente reactivado por sucesivas promociones de militantes, ideólogos, periodistas, artistas y demás expertos en imaginarios. No porque esas realizaciones y organizaciones hayan pasado incólumes la prueba del tiempo.

En el 2011 vamos a asistir a una pugna democrática entre Kirchner y Cobos, es decir, entre un proyecto sin imagen y una imagen sin proyecto. Frente a esto se puede poner el acento sobre una de estas dos cosas: o destruir la imagen del adversario o construir una imagen propia, más acorde con la realidad que las variadas fantasmagorías mediáticas y sus correlatos de prejuicio, odio y necedad. Por todo lo dicho y porque los jóvenes trabajadores se merecen una representación política que puedan defender ante quien sea, sería ampliamente positiva una opción por la segunda alternativa.

* Rodríguez es periodista (revolución-tinta-limon.blogspot.com); Rubio es escritor y crítico.

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