EL PAíS › OPINIóN

Frente a las trampas del olvido, educar para la memoria

 Por Mara Brawer *

¿Qué sucedería si un maestro, el primer día de clase, les dijera a sus alumnos que se olviden de todo lo que aprendieron hasta ahora, que todo lo que se les ha enseñado no sirve de nada y hay que empezar desde cero? La respuesta es sencilla, no habría educación. Es muy evidente que sin memoria no hay conocimiento posible. Y esto es válido tanto para los individuos como para las sociedades.

Todo esto parece una verdad de Perogrullo, pero es bueno tenerlo en cuenta hoy, cuando han vuelto a la carga las voces a favor del olvido. Esas voces no son las que solíamos oír. Ya no niegan la existencia del genocidio. Dicen que los crímenes de la dictadura fueron aberrantes. Creen que es correcto que se juzgue a quienes los cometieron. Pero piensan que no es necesario insistir sobre esas cuestiones porque ya todos saben lo que pasó.

Les parece, entonces, que volver a hablar de esos temas es como remachar un clavo que ya está suficientemente firme. Por eso quieren que se dé vuelta esa página de la historia para pasar a temas que consideran más relevantes. La novedad de estos discursos es que ya no rechazan la existencia y el significado del pasado. Lo que ahora intentan sostener es que ese pasado no tiene ninguna incidencia en nuestro presente. Y no es casual que se digan estas cosas justo ahora, cuando empiezan a salir a la luz las estrechas relaciones entre el Estado dictatorial y algunos grupos empresarios que siguen siendo poderosos en la actualidad.

La historia demuestra que no se puede forzar al olvido. Hace 2400 años, luego de derrotar al régimen de los treinta tiranos, los demócratas griegos juraron “no recordar los males del pasado”, creyendo que esto facilitaría la reconciliación de la sociedad. Ese juramento no podía ser más paradójico. Cada vez que juraban olvidar estaban, en realidad, recordando. Tanto es así que, después de casi veinticinco siglos, gracias a ese juramento esos crímenes siguen presentes en la memoria histórica.

Pero que el olvido sea imposible no significa que debamos dejar los recuerdos librados al azar. Necesitamos ejercitar la memoria para saber mejor quiénes somos. Porque, a diferencia de lo que sostienen los nuevos voceros del olvido, el pasado no es algo muerto. No está congelado como una foto sepia en la memoria, sino que en parte sigue vivo en nuestro presente. Y muchas veces estamos en presencia de palabras o actitudes que se remontan a épocas que desearíamos haber superado definitivamente. En algunas oportunidades es fácil darse cuenta. No es complicado advertir las huellas del pasado en la frase “a la escuela sólo se va a estudiar”. Suponer que el compromiso político no forma parte de algo que puede suceder en la escuela, afirmar que la participación de los chicos en la vida de la escuela no es algo educativo, tiene una clara reminiscencia dictatorial.

Pero no siempre las cosas son tan nítidas.

En la última semana ha circulado en los medios la imagen de un ministro de la última dictadura que declaraba que la drogadicción era culpa del “exceso de pensamiento”. A casi todos esa idea, y el hecho de que pudiera ser dicha como si se tratara de una gran reflexión, nos causa un poco de gracia. Por miedo al ridículo, ya nadie diría abiertamente que pensar mucho es perjudicial y convierte a los jóvenes en drogadictos. Sin embargo, ese rechazo por el pensamiento juvenil es dicho hoy de otra manera.

Todos somos testigos del modo en que desde los medios se valora con más énfasis aquello que tiene ver con la estética. En la televisión, a los jóvenes se los muestra siempre espontáneos y afectuosos, pero muy poco reflexivos. ¿Acaso alguna vez alguien vio que en una telenovela aparezca un joven leyendo un libro? En la publicidad las cosas son peor aún, lo único que les importa a los chicos es tener el peinado ideal, agregar amigos al Facebook o comprarse la versión más moderna de celular.

Tenemos en claro, entonces, que entre el pasado y el presente hay permanencias, pero que también hay rupturas. Por eso, debemos ser capaces de identificar que no todo es igual. No podemos acusar livianamente a alguien que no nos cae bien de “nazi”. Porque, si hacemos esto, devaluamos las palabras. No cualquiera es un nazi, por más autoritario que sea. El nazismo o la dictadura son palabras que señalan a los responsables de miles de muertos y desaparecidos. No podemos usarlas para despotricar contra las opiniones de un taxista o un político, por más desagradables que ellas nos parezcan.

Asumimos el deber cívico de recordar para poder distinguir en qué se parecen y en qué se diferencian el pasado y el presente. Desde el Ministerio de Educación de la Nación hemos tomado ese deber como un compromiso que llevamos adelante mediante diferentes políticas. Días atrás, se presentó la colección Educación y Memoria, editada por el Ministerio. La colección tiene tres títulos, uno dedicado al Holocausto, otro a Malvinas, y el último al terrorismo de Estado de la más reciente dictadura. En todos ellos partimos de una base que consideramos incuestionable: esos acontecimientos traumáticos no pueden ser negados o relativizados. El debate y la reflexión que impulsan los libros de la colección sólo tienen sentido si creemos que esos hechos existieron y merecen ser repudiados. Con quienes niegan la existencia del genocidio, no hay ninguna discusión posible.

Durante la presentación de los textos ocurrió algo que nos señala que todavía hay un largo camino para recorrer en los temas de educación y memoria. Como ese día estaba programada una protesta de estudiantes frente al Ministerio, los responsables de un par de escuelas dijeron que les parecía peligrosa una visita en ese contexto. Que se siga pensando que un grupo de jóvenes que se manifiesta por sus derechos es algo “peligroso” demuestra que el pasado sigue operando en la realidad.

Es por esta razón que buscamos que los chicos reflexionen junto a los docentes sobre estos temas tan complejos. En la jornada de presentación de los textos, 130 jóvenes participaron de los talleres en los que nos preguntamos sobre las causas de la dictadura, sobre las responsabilidades de la sociedad y sobre el modo en que se relacionan el pasado y el presente. Fue gratificante ver el entusiasmo con que estudiantes secundarios y futuros profesores participaron de las actividades. Queremos que ese mismo entusiasmo por la reflexión crítica y el conocimiento del pasado reciente se reproduzca en cada aula. Es por eso que los libros de la colección serán distribuidos entre los docentes de todo el país para que enseñen estos temas.

Hemos dicho una y mil veces Nunca más. Y para cumplir con ese compromiso tenemos que ejercitar el recuerdo. Es indispensable la memoria para saber a qué se refiere ese Nunca, para conocer qué es aquello que no queremos que se repita y para poder asumir la plena responsabilidad por nuestro presente. Es necesaria la memoria también para poder distinguir lo nuevo de lo viejo y para darnos cuenta cuando lo viejo se nos presenta bajo nuevos disfraces. La colección que acabamos de lanzar, que se enmarca en la búsqueda de memoria, verdad y justicia que impulsa el gobierno nacional, es una batalla más ganada al olvido y a sus voceros actuales.

* Subsecretaria de Equidad y Calidad Educativa, Ministerio de Educación de la Nación.

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