EL PAíS › OPINIóN

¿El infierno es poco?

 Por Ernesto Jauretche *

Celebro ese título de Página/12 sobre la muerte de Emilio Massera. Condena sin atenuantes al ser humano, vivo y muerto: condena al alma de Massera. Que nunca vuelva de la descomposición de sus restos, que jamás pueda reproducirse, que si Dios existe, no lo albergue ni en el retrete del cielo y ni el demonio lo acepte ni en el tercer infierno. Que no haya para él ni la prometida resurrección bíblica.

Vale reflexionar. En su momento, Emilio Eduardo fue un niño, un adolescente, un hombre/mujer como vos y como yo. No nació hijo de puta. ¿Cuándo, cómo, por qué terminó siendo el abyecto sujeto de la maldad, de la degradación, de la perversidad, del crimen, del horror? ¿Cuándo dejó de ser una persona y pasó a ser el progenitor de la muerte?

Veamos, ¿cómo fue que aquella sociedad de los ’70, de la épica revolucionaria y el ápice de la ética de la igualdad y la solidaridad, pudo producir un sujeto tan execrable? Eran tiempos extremos. Y la vida del pueblo estaba regalada y desguarnecida ante la ilusión y la alegría, embarcada en la emoción y la utopía. Era el imperio del amor.

Pero también, en el otro extremo, se afincaba y cultivaban el rencor, el odio de clase y, peor, la codicia. Un lugar ignoto, inabordable, incomprensible para los compañeros: sentimientos que no alcanzarán jamás a seducir a las masas populares, generosas por naturaleza.

No sé si el que ideó el título que comento puede sospechar el imaginario prevaleciente en aquella sociedad, y por consiguiente, en la militancia de aquella época. ¿Condenar a muerte, asesinar arbitrariamente al opositor político? Era tan demencial, tan ilógico e insensato como en el presente. ¿Quién puede hoy concebir que al que piensa diferente hay que matarlo? Decimos “No”, igual que entonces, con toda convicción: vivimos en una sociedad civilizada. Porque los pueblos no conocen el odio ni la venganza.

También entonces creíamos habitar una sociedad occidental y cristiana. Aparentemente, la Argentina era, en América y el mundo, una sociedad avanzada, progresista, culta. Claro, nada de Latinoamérica. Nada de barbarie. Pura civilización. En fin, los que venían de los barcos.

Habían ocurrido asesinatos y masacres, como la de Juan José Valle y los fusilados del 9 de junio de 1956. Pero parecían responder a fanatismos y odios políticos circunstanciales: un visceral antiperonismo. No era un método. Habíamos sufrido un asesinato masivo como el de Trelew, pero no alcanzamos a entenderlo cuando vino el Golpe. ¿Cómo imaginar que ese asesinato se volvería costumbre con apoyo institucional? ¿Qué mente afiebrada era capaz de imaginar que esos crímenes políticos podrían derivar en asesinatos genocidas?

Creo que los argentinos mirábamos, ojo, miramos, a otra parte. Nos cuesta reconocernos.

¡Cuidado! Por irracional que parezca, fue posible.

* Periodista y escritor.

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