EL PAíS › OPINION

Legados, cambios, señales

Un mes inesperado, hipótesis. El Congreso, entre el empate, las “duras derrotas K” y el final desangelado “A”. La sesión en el Senado, reproches entre opositores. El FMI y el informe de las universidades, malos tragos. El Indec y la inflación, reconocidos como problemas. La concertación ¿posible? Y algo sobre la competencia electoral.

 Por Mario Wainfeld

Apenas más de un mes después de la súbita pérdida de Néstor Kirchner, el panorama político cambió mucho y en un sentido inesperado. Las tendencias inmediatamente previas no viraron pero se potenciaron a niveles sorprendentes. La imagen presidencial, la reputación del oficialismo y la intención de voto favorable a Cristina Fernández de Kirchner treparon a niveles sólo comparables con los que tuvo en el remoto 2007.

Sería exceso de soberbia pretender explicar cabalmente tamaños fenómenos, sólo se pueden esbozar indicios o intuiciones. El cronista apunta dos datos. El primero es el balance anticipado sobre los gobiernos kirchneristas. Seguramente, se produjo una condensación abrupta del veredicto colectivo, sin duda plural y hasta antagónico, pero que dejó un saldo muy favorable al oficialismo. Ese balance, de ordinario, sucede en los días previos a las elecciones presidenciales.

El segundo dato es el élan emocional recibido por una fuerza política a la que costó estimular ese tipo de lazos. Emergió una fuerte afectividad popular, en reconocimiento a quien piloteó la salida de la crisis. La Presidenta, a su vez, combinó la decisión de seguir gobernando “a lo K” (gran activismo y una pulsión por el día a día) con el sinceramiento de su dolor personal, extrovertido con entereza.

Cristina Kirchner ganó en la consideración masiva y fue empoderada.

Esos datos coyunturales, ya se dijo, se conjugan con situaciones que ya venían produciéndose.

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Quién ganó con el empate: El Congreso, se suponía, sería el ámbito privilegiado de la ofensiva opositora. Una fascinación exagerada recibió la nueva integración de las Cámaras, preludio (se fabulaba) de un Parlamento rico en debates y elaboración de consensos. El Grupo A, muy pendiente de la aprobación mediática cotidiana, eligió desde una táctica más agonal: llevarse por delante al oficialismo. Fue en pos de titulares que dijeran “Dura derrota K”. Paradoja cruel y sugestiva: cosechó decenas pero terminó vencido.

Era complicado que el Congreso fuera muy productivo. La paridad estrecha en Senadores y la incoherencia de la mayoría opositora en Diputados lo anticipaban. Era más previsible un juego de bloqueo mutuo, “empate bobo” lo apodó este cronista meses ha. Costó sancionar leyes porque ambos sectores maximizaron los recursos obstruccionistas, empezando por retacear el quórum.

Es demasiado despiadado decir que nada se legisló. Hubo al menos tres normas sobre cuestiones muy relevantes, recién llegadas al recinto en la etapa kirchnerista: el matrimonio igualitario, la ley de glaciares y el ochenta y dos por ciento móvil. Antes hubieran sido imposibles, por falta de plafond político, cultural o económico.

La Presidenta vetó el 82 por ciento, con buenas razones. Las otras dos medidas son leyes virtuosas, que amplían la esfera de derechos ciudadanos y la protección del medio ambiente. Ambas fueron votadas por mayorías transversales y pluripartidarias, todo un mensaje. En glaciares, la iniciativa fue opositora, en el matrimonio igualitario fue el oficialismo el que garantizó la aprobación. En ambos casos, se cristalizaron luchas de grupos comunitarios comprometidos con esas banderas.

La contienda permanente dificultó el avance de otras leyes que requerían cooperación entre adversarios. La que regula las prepagas llegó a ser aprobada con modificaciones por el Senado, un paso adelante logrado en tiempo de descuento.

El Presupuesto sin aprobar es un retroceso institucional, con responsabilidades compartidas, las mayores cargan sobre el Grupo A.

En promedio, salió muy favorecido el oficialismo merced a una mística y un presentismo superior al de la oposición. La victoria no se expresa en el score parlamentario sino en la gobernabilidad. El oficialismo pudo sostener su proyecto, mantener el ciclo de crecimiento económico, mejorar los niveles de empleo, jubilaciones y salarios. También pagar sin sobresaltos la deuda externa, aumentar la recaudación y el nivel de reservas.

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Bajones y goles en contra: La sesión de esta semana en el Senado desnudó las carencias opositoras. Naufragaron dos de sus banderas iniciales (republicanas acaso, aunque poco erotizantes): el Consejo de la Magistratura y la eliminación de los decretos de necesidad y urgencia (DNU). Cuesta entender la conducta del conglomerado opositor, que omitió sacar un dictamen imprescindible para los DNU y bajó al recinto en minoría, en pos del gol en contra. El oficialismo tenía más senadores en sus bancas pero no le alcanzaban para acceder al quórum propio. El Grupo A se sentó facilitando la labor del Frente para la Victoria. Algunos suspicaces (oficialistas los más, algunos boinas blancas) deslizan que el radicalismo quería cajonear la restricción a los DNU que podría serle un boomerang si llegaran a la Casa Rosada en 2011. La teoría conspirativa es incorroborable, nadie confesará en voz alta ese designio.

Los dicterios opositores se reparten entre la propia impericia y el faltazo de algunos senadores. Samuel Cabanchik (ex Coalición Cívica, actual monobloque) se fue de viaje, fulminan sus antiguos correligionarios. La diputada Patricia Bullrich sopapeó a los senadores A en su Twitter. “¿Alguien puede explicar por qué llevaron los proyectos a la sesión del Senado? ¿Quién no quería el cambio?” interrogó, sugiriendo la respuesta.

En Diputados, la oposición hizo ley la reforma del Indec, aunque con reformas impuestas por Proyecto Sur para formar mayoría. La norma debe volver, pues, al Senado en las próximas sesiones ordinarias, allá por marzo.

La Presidenta no prorrogará las sesiones ordinarias. Acaso convoque a extraordinarias con una agenda muy acotada. En el Senado, por caso, podrían habilitarse para tratar los acuerdos para ascensos en las Fuerzas Armadas y la prórroga de la ley de impuesto al tabaco, que viene aprobada desde la Cámara baja.

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Señales y reconocimientos: El posible acuerdo con el Club de París, la confección de un nuevo índice de precios al consumidor con “asistencia” del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la resurrección del Consejo para el Diálogo Económico y Social (Cpdes) integran un combo. Conjugan acciones intentadas y desistidas con novedades netas. El desendeudamiento siempre fue una meta de las administraciones kirchneristas. La asunción de que algo debe hacerse respecto de la inflación y del Indec son incorporaciones recientes.

La, innecesaria desde el ángulo técnico, injerencia del FMI es un mal trago para el oficialismo. Seguramente obedece a requerimientos del G-20 y del Club de París. El oficialismo busca embellecerla explicando que un nuevo índice, convalidado por el hostil organismo internacional, será indiscutible.

La jugada se completó con la tardía recepción del crítico informe de las universidades nacionales, realizada por el ministro de Economía. Amado Boudou debió asumir dos trances complicados: contar lo del FMI (que casi no explicó) y revisar el destrato a las universidades nacionales. En general, es mala imagen para un gobierno comprometido con la educación pública combinar una alabanza a la expertise del FMI con un desdén a las universidades nacionales proferida por un ministro educado en el CEMA. La divulgación del lapidario paper de la Universidad de Buenos Aires sobre el Indec recogió el guante y tomó justa revancha.

En cualquier caso, incursionar en la reparación del desaguisado del Indec es un giro que supone pagar los platos rotos. La intención es correcta, amén de un reconocimiento tardío e implícito de los errores. Que la reforma encarada pueda cuajar es un albur, nada sencillo.

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Una mesa trabajosa: La propuesta de integrar un ámbito tripartito entre el Estado y las corporaciones sindicales y empresarias forma parte del menú de la Presidenta desde hace un par de años. Es consistente con otros ámbitos de negociación institucionalizados: las convenciones colectivas recuperadas y el Consejo del Empleo y del Salario. La reposición del Cpdes anhela encauzar la puja distributiva y el conflicto social. Asimismo, controlar la inflación. Nadie espera que ésta baje drásticamente pero muchos especialistas (no todos afines al oficialismo) creen que la miniconcertación podría tranquilizar las aguas y asegurar mermas progresivas.

Las culturas política y corporativa dominantes inducen a calcular que el cometido es muy peliagudo. Las “señales” de la Casa Rosada sedaron algo a las cúpulas patronales, más transigentes en su verbo, en general. En la Unión Industrial Argentina hay un clima mejor, que podría redondearse cuando cambien sus autoridades. La excepción, tremenda, son los multimedios.

La virtual disolución de la Mesa de Enlace es otro factor propicio, multicausado. Por un lado, los productores tienen actividades mucho más lucrativas y gratas que cortar las rutas. Las agorerías sobre la quiebra del sector fueron tapadas bajo el manto verde de los dólares. Por otro, el ministro de Agricultura Julián Domínguez supo trabajar con las corporaciones, en especial con la Federación Agraria (FA). Trabajar equivale a dialogar, reconocer razones y derechos, mover ayuda económica, tanto como poner límites. Hacer política, entonces. Un ejemplo interesante de cómo mejorar la situación general y la posición del Gobierno sin alharaca. Una diferencia con otros ministros, más proclives al debate público sobre temas exóticos a su competencia y menos eficientes.

Nuevamente, difícil será parir al Consejo y, aún más, lograr que sea funcional a los fines anhelados. Pero “la señal” convoca, muestra un grado de apertura del Gobierno y un ansia de enriquecer su agenda.

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Posiciones relativas: Kirchner dejó un vacío cuyas implicancias se desentrañarán con el paso del tiempo. La Presidenta quedó con un capital simbólico y político envidiables.

Habrá que ver cómo se trajina el lugar vacante. La Presidenta repitió una consigna a ministros, legisladores, gobernadores y dirigentes: “Hacé lo que hacías siempre. Y llamame a mí, en los casos en que lo llamabas a él”. “El”, en la oratoria pública y privada de la mandataria es Néstor Kirchner. El oficialismo se asienta en la Casa de Gobierno, al fin y al cabo su domicilio existencial. La hibernación del Partido Justicialista es, seguramente, el menor de los baches que surgirán. El PJ, explican avezados dirigentes “del palo”, nunca fue relevante para los peronistas, se rehabilitó para que el ex presidente tuviera una base de operaciones.

A menos de un año para las elecciones, Cristina Kirchner puntea la competencia, a buena distancia de un pelotón opositor que acentúa sus pugnas internas. Una pregunta simplista, acaso, es si debe mirar hacia atrás (a sus adversarios) o hacia la meta. Tal vez, con mantener el paso y el rumbo, sin cometer errores evitables, pueda llegar primera.

Por lo pronto, ya no es un apotegma que el oficialismo perderá inexorablemente en segunda vuelta. Los sondeos, siempre diagnósticos temporarios, indican todo lo contrario. Ningún gobierno, desde 1983, repechó tanto una derrota en las parlamentarias de medio mandato. Parte de la explicación serán sus logros. Otra parte, que ninguno tenía por delante una oposición tan invertebrada.

En el devenir, Cristina Kirchner alterna giros novedosos con acciones tradicionales, como lo fue el aumento de fin de año a los jubilados. Pronto, buscará escenificar y ratificar su liderazgo en un acto masivo en la Plaza de Mayo, el 10 de diciembre, día universal de los derechos humanos.

El porvenir siempre está abierto, aunque asentado sobre los datos duros e impresionistas ya comentados.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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