EL PAíS › LA HIJA DEL LIDER FILOFASCISTA FRANCES ASUME EL LIDERAZGO DEL FRENTE NACIONAL

Marine Le Pen heredó la ultraderecha

Marine Le Pen sucedió a su padre al cabo de un reinado absoluto que duró 40 años y durante el cual Jean-Marie Le Pen propulsó a su formación partidaria hasta transformarla en una de las fuerzas políticas más sólidas de Francia.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

La heredera del líder de la extrema derecha más poderosa del Viejo Continente, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, derrotó al ala más dura del partido y se quedó con las riendas de este movimiento, al que Le Pen llevó al umbral de la presidencia en abril de 2002. Marine Le Pen, su hija, sucedió a su padre al cabo de un reinado absoluto que duró 40 años y durante el cual Jean-Marie Le Pen sacó del proverbial 3 por ciento de los votos que el partido concitaba a principios de los años ’80, para propulsarlo como una de las fuerzas políticas más sólidas de Francia con porcentajes que, según las elecciones y las encuestas, rozan el 17 y 18 por ciento de los votos. El congreso del Frente Nacional que se abrió este sábado en Tours (suroeste) dio paso a la sucesión mediante una elección entre dos corrientes adversas dentro de la ultraderecha francesa: la de Marine Le Pen y la del radical Bruno Gollnisch. Según el diario Le Monde, “alrededor de dos tercios votaron por la hija de Jean-Marie Le Pen y un tercio por su adversario”, Bruno Gollnisch.

La proclamación oficial del resultado se hará efectiva hoy, en el segundo día del XIV congreso. La victoria de la eurodiputada estaba ganada de antemano. Su padre, que preside el movimiento desde su creación, en 1972, la apoyó con todo el peso de su autoridad y lo mismo hizo el aparato del Frente Nacional. Marine Le Pen se convirtió en los últimos meses en un fenómeno de los medios de comunicación. Cada vez que asiste a un programa de radio o de televisión alcanza audiencias de partido de fútbol o de telenovela. La ultraderecha francesa dio vuelta una de las páginas más extensas de su historia y se inscribe ahora en la corriente que ha ido modernizando las extremas derechas europeas. Estas apartaron los amagos antisemitas del pasado para forjar sus bastiones electorales sobre el pilar de la islamofobia, la defensa de la identidad nacional y la ofensiva contra los inmigrados.

El cóctel ha sido fructífero para todos. En las elecciones legislativas de 2007 el Frente Nacional obtuvo 4,2 por ciento de los votos, en las elecciones europeas de 2009 el porcentaje subió a 6,3 por ciento para llegar luego a 11,4 por ciento en las elecciones regionales de 2010. Los sondeos le otorgan a la hija de Le Pen un más que confortable tercer lugar en las preferencias del electorado, justo detrás de los socialistas y la derecha de la gobernante UMP. Marine Le Pen es una espada de Damocles sobre las urnas de ambos partidos. Una encuesta reciente publicada por Le Monde mostró que 22 por ciento de los simpatizantes de la conservadora UMP podrían migrar hacia la extrema derecha. Hace un mes, Jean François Copé, dirigente de la UMP, admitió que el repunte del Frente Nacional creaba una situación de “peligro electoral”.

Los tiempos son ideales para los discursos extremistas y excluyentes. Europa se enfrasca con persistencia en tendencias xenófobas que abren un corredor ideal a las ultraderechas del Viejo Continente.

La hija de Le Pen tiene, además, cualidades oratorias potentes y suficiente encanto como para que no se vean demasiado los dientes. A partir de ahora, Marine Le Pen aspira a repetir la hazaña de su padre en las elecciones presidenciales de 2012: dejar en el camino a los socialistas o a la derecha tradicional y disputar una segunda vuelta presidencial tal como lo hizo Jean-Marie Le Pen en 2002.

Marine Le Pen quiere desdiabolizar la imagen del partido y ampliar así las bases del electorado y pesar más en la escena política con una meta declarada: “conquistar el poder”. Esa normalización de la extrema derecha no pasa, sin embargo, por la negación de los fundamentos de la ultraderecha tal y como la concibió su padre. Al contrario, Marine Le Pen reivindica la “preferencia nacional” (derechos y ventajas reservadas a los franceses), la restitución de la pena de muerte, la salida del euro y de la Unión Europea. Pero su discurso y sus principios programáticos se articulan en torno de una agenda mucho más social que los valores promovidos por la guardia vieja del Frente Nacional. Marine Le Pen es el cuarto rostro de la extrema derecha reciclada. Junto al sueco Jimmie Aekesson, el húngaro Gabor Vona y el holandés Geert Wilders, la hija de Le Pen es el emblema de una ultraderecha europea pujante, que supo aprovechar el pánico que suscita un mundo demasiado conectado para replegarse sobre la identidad y el terruño y, de paso, apoyarse en el sólido rechazo al Islam.

Ayer, en su último discurso como presidente del FN, Jean-Marie Le Pen abrió las páginas de su catálogo preferido. Arremetió contra la “decadencia” de Francia, pasó revista a la degradación de la educación, atacó la inmigración, le dio un palazo a la inseguridad y terminó denunciando la “corrupción generalizada” y a los “islamistas”. El cambio en el seno de la ultraderecha francesa es de peso. Por primera vez en su historia el Frente Nacional eligió a su líder por medio de un voto y no por aclamación en los congresos, como había ocurrido con su padre. Nacida en 1968 en Neuilly-sur-Seine, a las puertas de París, Marine Le Pen es la tercera hija de Jean-Marie Le Pen. Es la más combativa, la más sutil e inteligente. Tal vez la hija lleve mucho más lejos el sueño que inició su padre, un sueño que tiene acentos de victoria para ella y de pesadilla para la democracia.

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Marine Le Pen junto a su padre, Jean-Marie, hace dos semanas en un mitin partidario.
Imagen: AFP
 
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