EL PAíS › NO A LA GUERRA

El silencio de los inocentes

OPINION
Por Tomás Abraham

Un modo de comenzar esta nota puede parecer un modo de concluir: los medios de comunicación de masas frivolizan. No digo manipulan –que también lo hacen– sino frivolizan, en el sentido de que vacían nuestra mente de sustancia real y la llenan de espejismos deportivos. Pero esta afirmación no puede ser un cierre editorial sino un urgente comien zo. ¿De qué escribir en estos tiempos en el que la preparación de un asesinato de multitudes de inocentes se interpreta como un juego?
El deporte es el icono darwinista que traduce las guerras, y la vida social competitiva. Bush hace meses que se prepara para la guerra, no digo los EE.UU., el ejército, la ciudadanía norteamericana, sino el señor Bush hijo que cada semana se convierte en un personaje orwelliano que nos habla por la pantalla y amenaza.
Hay mucha gente que está contra la guerra, menos de lo que creen y dicen órganos periodísticos del progresismo con la imagen que construyen de un mundo victimizado que ellos beatifican con su bondad; hay mucha gente que está a favor de la guerra, pero lo que más hay es gente a la que le importa un comino. El mismo comino que nos nutre la vida de todos los días y que permite que la rutina nos salve de la locura y de la culpa persecutoria.
Esta rutina llamada cotidianidad es la que ocultan los medios de comunicación, me refiero a la cotidianeidad del pueblo de Irak. Para el megadispositivo mediático el pueblo de Irak, los iraquíes, no existe. Existe Saddam Hussein, los militares que lo rodean, científicos sin rostro interpelados por expertos internacionales, existe el personal de las Naciones Unidas, por supuesto que existe el petróleo, el terrorismo, el rostro de Bush y de Powell, existen las marchas contra la guerra, Susan Sarandon, Sean Penn, Larry King...
Al menos gracias a Sean Penn nos enteramos de que en Irak hay gente, y que esta gente es como toda la gente, con su rutina, con su comino, su cotidianidad. Penn nos cuenta que la gente de la calle en Bagdad lo saludaba, le hablaba del bloqueo, lo miraba con simpatía, en los hospitales los chicos enfermos le sonreían.
Esta no es mercadería sensiblera. En todo caso no es lo suficientemente sensiblera. La basura mediática y la basura estratégica –enseguida hablaré de esta última– no dejan el paso a la catarata de imágenes tiernas y piadosas que deberían inundar nuestras pantallas y nuestros ojos y oídos.
La basura mediática hace de la masacre de los inocentes una gesta deportiva con un campeón y un derrotado. La doble entelequia es victoria o derrota. La basura estratégica por medio de sus sabihondos nos presenta las posibles vías de acción militar y política: si guerra relámpago, si guerra prolongada, si ocupación, si fragmentación de Irak, si todo es cuestión de petróleo, si tienen armas nucleares, o si no las tienen. ¡Qué agradables que son los ejercicios de la inteligencia! Nuestro coeficiente henchido de orgullo nos hace argumentar que la guerra contra Saddam es efectivamente una guerra civilizatoria, es decir a favor de la democracia, que el miedo al dolor trae más dolor sino basta pensar –basura esta vez política– en que el dolor de Hiroshima y Nagasaki es hoy partidocracia y bienestar nipón, que la masacre de Dresden es gran economía y libertad alemana. ¿ Por qué entonces no soñar con que una nueva masacre contra pueblos del Medio Oriente no sea bendición de los hijos de los hijos que vivirán bajo el paraguas protector del imperio de los derechos humanos?
¿O acaso Churchill no fue un sabio? Y Blair, un galán aguerrido.
Agrego la basura moral, la de quienes traducen en una escatología de bolsillo y siempre a la mano los conflictos internacionales en el lenguaje del Holocausto. Tienen un testaferro mítico que se llama Hitler, y nos vienen a decir que Saddam es Hitler –o puede serlo–, que cualquier contemporización es no haber aprendido la lección de Munich, que Saddam es un genocida, que los que están contra la guerra son pseudoángeles o idiotas útiles.
¿Quién falta en esta trilogía pestífera?
La gente, los hombres, mujeres, ancianos, niños, de Irak. Porque en Irak, mañana hay parciales de matemática en la facultad de ciencias, y los jóvenes este fin semana se quedan en casa estudiando; hay hombres que tienen el martes hora con el dentista para cumplir una visita demasiado postergada, una novia que se casa el miércoles, dos hermanitos que recitarán su poesía en el acto del jardín de infantes el jueves, una discusión sobre aumentos salariales que tienen unos trabajadores el viernes, el partido de ajedrez el sábado, y el paseo del domingo. En Irak la enorme mayoría de la gente es inocente, tan inocente y culpable como el hombre común de cada uno de los países del planeta.
En Irak no hay gente que lo único que dice es: que venga Bush que lo esperamos con ganas. No hay librito de Mao en la mano, librito verde de Kaddafi, multitudes fanatizadas que quieren comer cristianos y judíos, protectores de terroristas suicidas, ni tampoco hay robotizados de CNN, estrategas caseros, intelectuales oportunistas, comunicadores embrutecidos...etc.
Hay de todo, como en la Argentina, los EE.UU., Francia, el planeta. Hay gente a la que le importa un comino, que no han renunciado a sus sueños particulares, que sí tienen opinión y posición sobre las cosas, el mundo o lo que sea, pero que no quieren morir, ni quieren ver morir a sus familiares aterrorizados por el ruido infernal del ataque, atravesados por esquirlas, aplastados por techos derrumbados, disueltos en el aire hirviente de una onda expansiva.
No se trata de petróleo ni de armamento nuclear. Hay quienes aún se creen astutos porque aplican el manual de instrucciones del buen antiimperialista y descubren que ésta es una guerra de intereses y que lo único que importa es el petróleo. ¡Eureka! ¡Qué vivos que son! Descubren que una gran potencia quiere poder y más poder. ¿Y entonces? ¿Y qué quiere Francia? ¿China? ¿Alemania? ¿Rusia? ¿No quieren ser grandes potencias? ¿No todos quieren petróleo, oro, dólares, dominio de los mares y de los cielos?
Probablemente que sí, el que no lo quiere es porque no lo puede, y cuando no lo puede dice que no lo desea. ¡Justicia! Claro, existe la justicia, gran palabra en boca del gran hermano, palabra terminante, sentencia firme. Pero desde mi punto de vista se trata de algo menor, casi animal. Digo casi porque es más que animal, es simplemente humano, mínimamente humano: sentir dolor por el dolor de otro y darse cuenta de ese dolor. No frivolizar.
Cada cual ve el mundo según el batido de sus razonamientos, intereses y fantasmas inconscientes. Desde mi batidora mental no tengo inconveniente en que se ejerza toda la presión posible para que el gobierno y los sectores del poder de Irak sean desarmados y confiscados sus armamentos nucleares. No tengo inconveniente en que el mundo sea supuestamente inequitativo y que los EE.UU. sí tengan misiles e Irak no. Aunque usted no lo crea, y yo sí por ahora lo creo, el mayor frente de resistencia a la guerra asesina que puede llevar a cabo el armado corporativo yanqui es la misma sociedad civil yanqui. Porque es una democracia bastante abierta, porque es una sociedad de mercado con la fragmentación de intereses correspondiente, porque hay tradición constitucional, pluralismo, etcétera. Mejor que los gases venenosos residan en un territorio así que en otro comandado por un energúmeno megalómano con su guardia pretoriana.
Los energúmenos que presiden una sociedad abierta al menos pueden perder su silloncito en cuatro años –como lo perdió Bush padre a quien su buen hijo quiere retaliar–, pueden perder todo su prestigio porque en millones de hogares norteamericanos no se cambió de modelo de auto o bajaron el precio de las acciones, o pueden perder porque millones de Sean Penn, Sarandon, Mailers, estudiantes, gente a la que también le importa un comino los juegos del Teg o del Go, no soportan la complicidad con el terrorismo de Estado Imperial ni soportan estar en silencio ante el silencio de los muertos civiles de Irak.
La lucha internacional de nuestros días frente a la escalada militar no se reduce a descubrir los intereses materiales ocultos por las palabras morales, ni, recíprocamente, interpretar las luchas religiosas en términos de liberación nacional. Sino en condenar sin atenuantes la masacre de civiles, por supuesto que la masacre del terrorismo suicida con sus hombres bomba, y por supuesto que la masacre de poblaciones con los aparentemente higiénicos misiles.

Compartir: 

Twitter

 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.