EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

Ecos de Santa Fe

 Por Luis Bruschtein

Entre un PJ reutemista y un progresismo socialdemócrata, Santa Fe no ha sido territorio fácil para el kirchnerismo. Si a esa geografía política se le agrega la económica en una de las provincias donde más pesan los productores agropecuarios, sería fácil deducir que el Gobierno que perdió por la 125 no debería tener allí casi ninguna chance.

Santa Fe fue uno de los distritos donde más repercutió el conflicto con la Mesa de Enlace, una confrontación a la que la dirigencia ruralista le asignó un tono de guerra final para combatir contra el que presentaban como su peor enemigo. El nivel de crispación puesto en ese momento por la dirigencia rural dio la impresión de que se asentaba en un odio generalizado contra el Gobierno entre todos los productores rurales. De otra forma hubiera sido impresentable un nivel tan alto de beligerancia. Ese tono de confrontación también estaba respaldado por la cobertura de los grandes medios de comunicación. Los dirigentes decían incluso, para justificarse, que las bases los desbordaban si no actuaban de esa manera, abiertamente rupturista, y sin dejar resquicio a la negociación.

Fue uno de esos conflictos donde los dirigentes jugaron más al desgaste del Gobierno que a la negociación en función de un pliego de reivindicaciones. Cada vez que el Gobierno aflojó, la dirigencia rural le corrió el arco haciendo imposible cualquier marco de negociación razonable. La Mesa de Enlace parecía actuar con la idea de que la cuestión ya no estaba en la negociación sino en cambiar el Gobierno. Por suerte ha pasado mucho tiempo desde el último golpe de Estado, pero esa forma de pensar fue siempre el condimento más importante de una mentalidad “destituyente” típicamente corporativa y golpista, aunque en este caso no hubiera militares. Antes de cada golpe, los golpistas se preocupaban por inducir esa forma de pensar.

Es incongruente que muchos de los intelectuales que reclaman mayor institucionalidad en los procesos políticos hayan respaldado esa forma tan abierta de conspirar contra las instituciones. Pero, en este país, los golpes se han dado siempre en nombre de la democracia y fueron respaldados casi siempre por los que más se llenaban la boca con esa palabra.

Resulta incongruente también que estos mismos sectores que respaldaron un conflicto tan salvaje, que rompió todas las reglas de juego, sean los principales críticos del conflicto gremial o la movilización social. Cualquier conflicto que haya protagonizado el camionero Hugo Moyano, incluyendo el más duro, el que más haya trascendido en los grandes medios, ha sido un juego de monaguillos en comparación con el maximalismo de la Mesa de Enlace.

Más allá de estas confusiones históricas de algunos intelectuales en relación con la democracia y las instituciones, la estrategia de la Mesa de Enlace fue eficiente para desgastar a un gobierno que hacía dos años había ganado las elecciones en primera vuelta. Y, sobre todo en provincias como Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, parecía que el Gobierno ya no tenía nada que hacer.

Las elecciones en Catamarca y Chubut pusieron de manifiesto la recuperación de la imagen oficial después de aquel conflicto y de las elecciones de 2009 donde, pese a todo, el oficialismo siguió siendo la primera minoría, algo que la oposición, encandilada por el tono de los grandes medios, no pudo reconocer, lo que la llevó a actitudes poco democráticas.

Estas elecciones internas en Santa Fe, que ni son presidenciales y en las que ni siquiera se va a elegir gobernador, quizá no sean las más ajustadas para medir el verdadero estado de la relación de los sectores rurales con el Gobierno. Seguramente, la mejor medida de esa relación la den las presidenciales de octubre, en las que incluso es probable que se presente como candidato el político más popular de Santa Fe, el actual gobernador Hermes Binner. Ya sea que lo haga solo o acompañando al radicalismo como vice de la fórmula, el dirigente del socialismo santafesino competirá contra el candidato del oficialismo. En ese momento la oposición a la Casa Rosada jugará su carta más fuerte. Según la lógica que puso en juego la Mesa de Enlace, el kirchnerismo no debería pasar del 10 por ciento en esa provincia y la oposición tendría que arrasar en Santa Fe.

Habría que esperar los resultados de las internas y, más aún, de las presidenciales. Pero ya las encuestas señalan que la realidad está lejos de esa especulación y que la presidenta Cristina Fernández tiene en toda la provincia, incluyendo los sectores rurales, más del 50 por ciento de imagen positiva. Muestran también que en por lo menos nueve o diez intendencias del noroeste provincial ganará el kirchnerismo. Esa tendencia disminuye cuanto más se aproxima la medición a la zona sojera que rodea Rosario.

Varios factores pueden relativizar esas cifras, pero no las desmienten. Es cierto que Binner tiene casi 70 por ciento de imagen positiva en la provincia, aunque a nivel nacional no llegaría a más del 7 u 8 por ciento en intención de voto. Y también es cierto que en las zonas rurales los dirigentes que se presentan con las listas kirchneristas provienen del reutemismo. No confrontaron abiertamente con el Gobierno durante el conflicto, pero estuvieron más cerca de las entidades rurales. Sin embargo, y como síntoma fuerte del cambio de clima, en esta campaña han usado la figura presidencial como su principal argumento.

Gane o pierda el oficialismo, estas realidades que presenta la provincia de Santa Fe deslucen la figura de las entidades que integran la Mesa de Enlace. Desde el punto de vista democrático el rol de los dirigentes es ponerse a la cabeza de un conflicto en defensa de los intereses de sus representados. Pero al mismo tiempo, esa responsabilidad consiste en darle una forma racional a lo que pueda surgir en forma emotiva desde sus bases. En primer lugar está ahora en discusión si esa bronca realmente estaba tan extendida o si simplemente fue una maniobra mediática sobre la que se montaron los intereses más concentrados del campo. Pero aun si hubiera sido tan extendida, lo que sí está demostrado es que fue efímera, que mucha gente se callaba la boca y muchos no estaban de acuerdo con esa furia.

La dirigencia rural exageró una realidad, ya fuera en cuanto a su verdadera extensión o en cuanto a su profundidad y sobre esa exageración diseñó una estrategia de confrontación total, que ni siquiera podría justificarse aun cuando no hubiera exagerado nada. Pero además exageró. Las entidades que representan a los productores más grandes se justifican por sus intereses. Pero los dirigentes de la Federación Agraria no expresaron la realidad de quienes supuestamente dicen representar.

El Gobierno aprendió la lección de ese conflicto y fue aplicando, en forma unilateral, porque la Federación rechazó todo, las reivindicaciones que reclamaban los pequeños productores. Pero lo que está en cuestión no es el reclamo de esas reivindicaciones sino el carácter destituyente que le dieron los dirigentes al conflicto. Muchos de sus representados votan ahora al Gobierno que se quería desplazar. Hay allí un desfasaje muy grande.

Los conocedores de la provincia afirman que los más nostálgicos de la guerra contra la 125 se inclinarían por Miguel Del Sel que, sin la candidatura presidencial de Mauricio Macri, podría llegar al nueve o diez por ciento del total. Serían reutemistas antikirchneristas que ven en el Del Sel de Macri al Reutemann de Menem. Es decir que el grueso de los votos del Frente Progresista, aun siendo oposición, tampoco responde al espíritu que le puso la Mesa de Enlace al conflicto.

Sobre la base de algo que no era tan extendido como se decía o que, en el mejor de los casos, no era tan profundo como se pretendía, se impulsó una estrategia para decapitar a un gobierno democrático, lo cual implicó también que un vicepresidente se enrolara en el bando contrario al de su gobierno. Se simuló un estado de ánimo social para presentar como democrático lo antidemocrático.

Estas elecciones en Santa Fe permiten una mirada retrospectiva que da miedo por la forma en que se pudo manipular el clima de una sociedad al punto de que una parte de ella estuviera dispuesta a aceptar la ruptura del juego democrático, siempre en nombre de la democracia. Es verdaderamente intimidante ese mecanismo por el cual la manipulación supera la racionalidad y puede llevar a un país al borde del abismo.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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