EL PAíS › EL “FILÓSOFO” GASTRONÓMICO LOGRÓ
FORZAR LA SUSPENSIÓN DE LOS COMICIOS EN CATAMARCA

Un día de violencia, al mejor estilo Barrionuevo

Como había anunciado, Barrionuevo puso en la calle a sus patotas, que tomaron por asalto los lugares de votación, robaron las urnas y asustaron a votantes y fiscales. El gobierno radical entró en pánico, anunció la suspensión y desapareció de escena.

 Por Felipe Yapur

Ingresó a la vieja casona que el PJ tiene en el lado norte de la capital catamarqueña como si hubiera triunfado en las elecciones. Luis Barrionuevo, que no obtuvo ni un voto, festejaba la caída de los comicios que él había prometido el viernes por la noche, al no conseguir la habilitación para ser candidato a gobernador de Catamarca. El operativo boicot que comandaron sus hombres más cercanos logró su objetivo en apenas dos horas. En la Casa de Gobierno, Oscar Castillo y sus ministros balbuceaban argumentos sobre las causas por las que no pudieron superar la estrategia justicialista y que los dejó sin comicios, sin triunfo y envueltos en una crisis política de impensadas consecuencias.
Catamarca es lo más parecido a un pueblo chico. Todos se conocen y saben las historias rosas y negras de cada uno de sus habitantes. Tanto es así que la estrategia del barrionuevismo para frustrar las elecciones no era el secreto mejor guardado de la provincia, sino que lo sabía hasta el último catamarqueño. Incluso Castillo. Sin embargo, el oficialismo no supo cómo prevenir y frenar la organizada movilización que realizó el PJ local para conseguir que apenas el 4 por ciento del padrón pudiera sufragar.
Antes de las ocho de la mañana, el justicialismo ya tenía los piquetes listos para evitar que la gente ingresara a las escuelas. Había algunas que eran consideradas estratégicas y hasta allí partieron. Una de ellas era la escuela Fray Mamerto Esquiú, donde tenía previsto votar el candidato del Frente Cívico y Social (FCyS), Eduardo Brizuela del Moral. El aspirante oficialista anunció que estaría cinco minutos después de las ocho. Nunca pudo acercarse. Desde antes de la apertura de los comicios unas cincuenta personas quemaban cubiertas sobre la avenida Belgrano frente a la escuela. Media docena de policías seguía los acontecimientos con pasmosa quietud.
La indiferencia policial llegó a su clímax cuando un camión de bomberos llegó a apagar las cubiertas. Dos bomberos mojaron las que estaban en la avenida pero no pudieron acercarse a las que ardían en la puerta de la escuela. “Nadie pasa por acá”, les gritó en la cara a los efectivos uno de los activistas con la cara tiznada. Sin darle tiempo a reaccionar algunos le hicieron un nudo a la manguera. Los bomberos no tuvieron más remedio que retirarse cuando se estrellaron sobre el camión algunas piedras y los militantes gritaban: “Se va acabar, se va acabar, la dictadura radical”. Los policías observaban como si se tratara de una festiva despedida.
A unas 30 cuadras, en la zona oeste de la capital, la escuela Apollo era otro escenario de la batalla política entre los partidos que quieren quedarse con Catamarca. Un grupo de mujeres justicialistas ingresó al lugar y entonces hubo forcejeos, golpes y una bomba de estruendo que estalló dejando a una de las militantes del PJ tirada en el suelo. La ambulancia tardó 30 minutos en llegar, por lo que los gritos y los insultos se multiplicaron hasta el infinito. Hubo corridas cuando llegó la policía, piedrazos contra las ventanas y la destrucción de varias urnas. El cartón de que están hechas y la intensa lluvia que cayó hasta las 10.30 facilitaban su destrucción. Para darse ánimo, las mujeres entonaban la marcha peronista al tiempo que vivaban a Barrionuevo. Nadie votó.
En la escuela Clara J. Amstrong, a dos cuadras de la Casa de Gobierno, una militante justicialista ingresó al cuarto oscuro y cuando salió se arrojó cual kamikaze sobre la urna para destruirla. Los policías llegaron cuando los restos de la caja yacían esparcidos y mojados en el piso de uno de los patios.
El caos en el interior de la provincia fue aún mayor. Las radios daban detalles sobre cortes de rutas para evitar que la gente pudiera votar y ladestrucción de decenas de urnas. Las que estaban ubicadas en municipios que controla el PJ fueron presa fácil para los boicoteadores que, según relataban los periodistas, eran conducidos por los propios intendentes.
A media mañana, los 15 intendentes del PJ decidieron suspender los comicios municipales. Tal vez sobrepasado por los acontecimientos, el titular de la junta electoral y presidente de la Corte local, Ricardo Cáceres, ordenó la detención de los intendentes, sin percatarse de que estos funcionarios tienen potestad suficiente para ordenar la suspensión. Ni esta amenaza ni los mensajes que surgían de la Casa de Gobierno que decían que los comicios no se suspenderían lograron mermar el operativo boicot. Las calles de la capital norteña estaban prácticamente vacías. Cerca del mediodía nadie hacía cola en las escuelas, a lo sumo la gente se acercaba para ver cómo protestaba el justicialismo. “Hay que aguantar, no se descuiden, estamos cerca de que suspendan las elecciones”, arengaban a los militantes en las puertas de las escuelas los colaboradores más cercanos de Barrionuevo, que recorrían los lugares de votación en camionetas identificadas con el apellido del candidato inhabilitado. Uno de ellos, confiado en la impunidad que generaba la multitud, daba órdenes por su celular: “Quemen todas, quemen todas las urnas que puedan. No dejen ninguna”, gritaba.
El gobierno de Castillo permaneció reunido desde primera hora de la mañana. Mientras los ministros intentaban encontrar una respuesta a la movilización justicialista, el gobernador se comunicaba con el presidente Duhalde. Castillo le rogó que detuviera a su aliado: “Yo no controlo a ese personaje”, respondió el Presidente. La suerte de los comicios estaba echada. A las 10.20 llegaron a la conclusión de que habían sido superados. Demoraron dos horas para anunciar la suspensión. En ese lapso el ARI y el Frente Federal retiraban sus fiscales por entender que no había garantías y exigían la suspensión de la votación.
Al mediodía, Castillo sentó a su lado al diputado Horacio Pernasetti, al candidato a vicegobernador, Hernán Colombo, y a un distraído Brizuela del Moral. El gobernador, con rostro apesadumbrado, dijo que “ganó la violencia” y que hubo “patotas armadas”. Reconoció la detención de personas que provenían de la provincia de Buenos Aires pero se negó a dar la nómina. Se quejó de la supuesta inacción del gobierno nacional y, si bien anunció que llamará nuevamente a elecciones, dijo que no sabía cuándo. El primero en retirarse de la Casa de Gobierno fue el gobernador.
Por las ventanas llegaban los bocinazos de los justicialistas. Apenas 12 cuadras al norte de la gobernación, el PJ festejaba en su sede. Los militantes esperaron con ansiedad la llegada de Barrionuevo, y saludaron con vítores, gritos y cohetes la llegada del autodenominado candidato “proscripto”. Tras entonar la marcha peronista y algunas estrofas de “Color esperanza”, la canción de Diego Torres, Barrionuevo respondió primero a Castillo: “A mí no me maneja nadie, ni Duhalde ni (Carlos) Menem”. Y luego advirtió al gobernador que en caso de triunfar “te voy a llevar a la cárcel, porque sos uno de los que robaron a Catamarca”. Para delirio de los presentes dijo que “Catamarca es un ejemplo de los pueblos sometidos que se liberan” y anunció que el dos de marzo “se convirtió en el día de la lealtad del PJ catamarqueño”.
Eran las tres de la tarde cuando finalizó el discurso de Barrionuevo. Había dejado de llover. El sol nuevamente caía a plomo sobre la capital. Sobre la avenida Güemes los militantes pugnaban por ingresar a la sede del PJ. Se abrazaban, gritaban y se apretujaban. Uno de ellos, de unos 60 años, miraba al cielo despejado. “Es un día peronista”, dijo, sin que los que lo acompañaban lo escucharan. En el resto de la ciudad todo volvía ala normalidad y los catamarqueños retornaban a su vida tranquila, como si nada hubiera pasado. La Casa de Gobierno estaba vacía.

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Los justicialistas queman gomas frente a un lugar de votación. La policía ni apareció.
 
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