EL PAíS

Una kosa que empieza con “P”

 Por Mario Wainfeld

No peronistas conspicuos y aun gorilas acendrados se entusiasman cuando Hugo Moyano invoca al General o a Evita, para distanciarse de la Presidenta. El camionero, se extasian, es un justicialista auténtico. Lo defenestraron durante añares, lo llenaron de semaforitos rojos, ahora lo ponen por las nubes. El kirchnerismo constituye para unos cuantos la contradicción principal, cerca de ser la única. Contra ella, cualquier bondi (o camión) viene bien.

La algazara se completa con profecías. Dado que el kirchnerismo es en sustancia falaz, un simulacro, la revelación de Moyano producirá una fuga en masa de aliados K. Dirigentes de alto nivel cruzarán el Rubicón porque el ideario está por encima de todo. Asombra una lectura tan distante de la realidad pero ésta es tierra de espejismos y realismo mágico.

El peronismo, visto de cerca, es una cultura política muy abierta a la heterodoxia o a la novedad, dotada de puertas giratorias. Se puede entrar o salir de él con facilidad. Daniel Scioli o Carlos Reutemann, que en el radicalismo serían dos recién llegados, son innegables compañeros, tanto como José María Díaz Bancalari o Hugo Curto, que tienen más permanencia y mayor portación de aspecto. Los hijos pródigos son recibidos con los brazos abiertos... a condición de que vuelvan con algo rotundo para el asado de bienvenida.

De eso se trata, en buena medida. El peronismo es tributario del poder, que es uno de sus ejes ordenadores. La doctrina va y viene. Las veinte verdades pueden traducirse a “n” catecismos. El principio ordenador, la sustancia que da identidad, lo que vertebra a conductores y conducidos es el poder. Nadie se apartará de una fuerza de gobierno exitosa porque su jefa política haya bromeado sobre la Constitución del ’49, que mayormente pocos evocan.

Por añadidura, es muy traído negarle peronismo a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner como lo hubiera sido negárselo a Néstor Kirchner. Lo son por extracción, por trayectoria, por militancia, por el modo de interpretar el mundo y la política, por su capacidad de adaptación. Adecuarse al clima de época (estado benefactor, huracán neoconservador, populismos distributivos del siglo XXI) está en el ADN peronista. Y los Kirchner sí que saben de eso.

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Los intereses comunes tiran más que una yunta de bueyes: los ocho años K han permitido a gobernadores e intendentes mantenerse en la cresta de la ola. Acompañando, en puja permanente, al liderazgo nacional han podido consolidarse en sus territorios. Ahí finca el motivo racional pragmático de la coalición oficialista, que no será puesto en entredicho por apego a dogmas o textos canónicos.

Por añadidura, son varios los intendentes que han tenido conflictos graves con Moyano (la basura viene con esa carga adicional) en estos años y que no desfallecen por cederle un tranco de pollo.

En el movimiento obrero pasa lo mismo. El secretario general de la CGT es un hombre de acción. Maneja con destreza fina y mano firme los encuadramientos sindicales en beneficio de su gremio, sin especiales contemplaciones. Hay quienes se consideran damnificados y tienen memoria larga. Son contados los pares que están dispuestos a reconciliarse con él, temen sufrir una sangría exorbitante de afiliados. Armando Oriente Cavalieri podría dictar un par de seminarios sobre el punto.

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Toda realidad es matizada, conviene resaltar algunos grises. Los linajes políticos existen e influyen en las conductas o evaluaciones de los protagonistas. Las viejas reyertas entre derechas e izquierdas peronistas ya no engendran tragedias ni tiroteos, pero pueden incubar desconfianzas atávicas. Donde hubo fuego cruzado, resquemores quedan. En 2003 Moyano apoyaba la candidatura presidencial de Adolfo Rodríguez Saá por motivos variados, entre otros porque lo veía más “peruca” que a Néstor Kirchner. Con el tiempo, cambió de criterio. “Adolfo le tuvo miedo a Duhalde, Néstor no. Lo enfrentó y le ganó”, reseña, ante oídos atentos. El relato ayuda a entender cómo se construye un imaginario. El que tiene lo que hay que tener y encima gana es un compañero. No todo es poder puro y duro: la comunión en el rumbo estratégico agregó una cuota de afinidad.

En la discusión cotidiana Moyano puede valerse de evocaciones del pasado o arrogarse evitismo de la primera hora. Los símbolos, empero, son amigables: también pueden blandirse por los gobiernos que consiguieron más mejoras para los trabajadores desde 1955, un dato no menudo.

No se niega, atención, que el conflicto entre la Casa Rosada y el líder de la CGT es un grano para el oficialismo. A los ojos del cronista, prematuro y azuzado por malos entendidos, suspicacias y declaraciones imprudentes. No es pura racionalidad instrumental, hay elementos emocionales encendidos, lo que no disminuye los riesgos, quizá los acentúe. Pero no será un análisis de pedigrí, para colmo interesado, lo que decida la porfía. Hay elementos políticos más relevantes y contundentes. La aprobación ciudadana, la legitimidad del Gobierno están entre los centrales. La historia, más vale, continuará.

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El decano de Sociales de Estocolmo le escribe a su ahijado de tesis, el politólogo sueco que hace la tesis de postgrado sobre Argentina. “Me dicen que hay en ciernes una fractura del peronismo. Que miles de camioneros marchan a la Plaza de Mayo llevando ejemplares de La Comunidad Organizada como los Guardias Rojos hacían con el libro de Mao. Que Moyano fractura al Frente para la Victoria...” y sigue en ese tenor.

El politólogo sonríe, agradece a todos los santos la falta de perspicacia de su decano. Eso le permitirá seguir morando acá, pasando informes, recibiendo remesas en euros. Ya le responderá, piensa, mientras se prepara para ir a un asado con militantes cristinistas del conurbano. La pelirroja progre, que ha vuelto mansita y cariñosa al redil, será de la partida. El peronismo, masculla mientras se acicala, es un sentimiento.

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Imagen: Luciana Granovsky
 
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