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El voto bronca cumple dos años y parece que no crece

La combinación de ausentismo e impugnación del sufragio fue el dato dominante en las legislativas de 2001. Ahora, en elecciones presidenciales los encuestadores predicen que mermará. Sus razones.

 Por Santiago Rodríguez

El voto en blanco y el ausentismo como forma de oposición a la oferta electoral, siempre existieron, pero en las elecciones legislativas de octubre del 2001 el fenómeno –al que se sumó anulación del sufragio mediante la colocación de cualquier cosa menos una boleta dentro del sobre– alcanzó tal magnitud que llevó a acuñar el término voto bronca. Los encuestadores anticipan que mañana serán muchos los que elijan esa forma de expresar su desencanto, aunque no tantos como hace dos años. La merma del voto bronca se atribuye a varios motivos, entre ellos que no tuvo el resultado que la gente esperaba en términos de renovación de la política y que al no ser contabilizado en el escrutinio mejora la performance porcentual de los candidatos.
El voto bronca hizo furor en las últimas elecciones legislativas. Entonces, más de 10 millones de argentinos –o sea cerca de la mitad del padrón– optó por no elegir a ningún candidato sino votar en blanco, anular su sufragio o directamente no participar del comicio. Hubo provincias como Santa Fe, donde los votos en blanco y nulos superaron el 40 por ciento. En Buenos Aires totalizaron poco más de un millón y medio y en la Ciudad de Buenos Aires estuvieron en el orden del 30 por ciento.
En las elecciones 2001 el voto bronca se dio de manera espontánea, como consecuencia del desencanto de la sociedad con la política. La utilización del voto en blanco como herramienta política es histórica en la Argentina: el peronismo echó mano a ese recurso en sus años de proscripción.
Sin embargo, a partir de la reforma constitucional de 1994 las cosas cambiaron. Desde entonces, el voto en blanco es considerado como negativo –del mismo modo en que históricamente se consideró a las ausencias y a los sufragios impugnados– y, por lo tanto, no es tenido en cuenta para el escrutinio. Así, por ejemplo, si el 50 por ciento de los votos en una elección son negativos y el resto los obtiene un único candidato, a ese candidato se le atribuye automáticamente haber obtenido el 100 por ciento de los sufragios, cuando en verdad sólo consiguió la mitad.
Esa distorsión quedó en evidencia en el 2001, cuando Eduardo Duhalde ganó las elecciones como senador por la provincia de Buenos Aires. El porcentaje de votos que obtuvo entonces y que a la postre le permitió convertirse en Presidente fue poco más del 40 por ciento, pero si se hubiera contabilizado el voto negativo apenas habría superado el 20 por ciento. Lo mismo ocurrió con el porteño Rodolfo Terragno, quien consiguió casi duplicar el 11 por ciento que en verdad obtuvo en las urnas.
Si bien para estas elecciones hay movimientos sociales y asambleas que promueven el voto bronca –incluso con variantes como el voto programático, que consiste por ejemplo en depositar en las urnas una misma boleta en reclamo de trabajo–, los últimos sondeos indican que será menor que hace dos años. Los encuestadores sostienen que el voto negativo (en la suma de todas las variantes) no llegará al 30 por ciento y atribuyen la merma a varios motivos.
Entre las razones para la baja del voto bronca figuran que las elecciones presidenciales siempre promueven una mayor participación, pero también que la experiencia del 2001 no tuvo el efecto que se buscaba de renovar la política y que encima, permitió a los candidatos exhibir mejores desempeños de los que realmente tuvieron. Los consultores sostienen también que el clima de voto bronca bajó a partir del segundo semestre del año pasado, una vez que Duhalde logró encarrilar su gestión.

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El voto blanco nació en tiempos de proscripción del peronismo. Resucitó en el gobierno aliancista.
Pero no era respuesta a la falta de posibilidad de elegir sino como crítica al sistema político.
 
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