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En estado interesante

La solvencia estatal, una novedad poco observada. Cambios cualitativos en este siglo. Potencia y debilidades del Estado. La violencia, una contracara cotidiana. Territorios en disputa, en lo público y lo político. La prepotencia uniformada, una anécdota real. Un pantallazo sobre lo que hay y lo que falta.

 Por Mario Wainfeld

Agregamos la bomba atómica a nuestro arsenal sin integrar sus implicaciones a nuestro pensamiento (...) Nuestra doctrina estratégica (...) hace difícil pensar en la posibilidad de transformaciones intermedias entre las posibilidades extremas de una victoria incondicional y una vuelta al statu quo.
Henry Kissinger, “Armas nucleares y política internacional”.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció el jueves parte de la ayuda estatal a los damnificados por las

inundaciones de abril. Reseñó la cantidad de ciudadanos que recibieron aumentos temporarios de jubilaciones, de Asignaciones Universales por Hijo, de seguros de desempleo. También el otorgamiento de préstamos, subsidios y adjudicaciones preferenciales del programa de vivienda Pro.Cre.Ar. La crónica de los medios mainstream se entretuvo con sus comentarios críticos sobre las cifras oficiales de muertos en La Plata. La mandataria introdujo ese bocadillo adrede, la repercusión es lógica. Menos rutinario, e igualmente interesante, es reparar en la celeridad y eficiencia con que el Estado cumplió con las prestaciones.

El cronista no se adentrará acá en pensar si son las adecuadas o necesarias o si pudieron ser mayores. Se centra, a los efectos de esta nota, en marcar algo para nada obvio. Cuando la presidenta Cristina prometió que se harían esos pagos y se otorgarían esas prestaciones, ni el más enconado de sus adversarios pensó que sería imposible cumplir. Nadie pensó que la plata no llegaría en tiempo y forma, que la Anses no gerenciaría los trámites, que faltarían fondos. Esas contingencias, insolvencias de todo tipo, fueron menú diario de los argentinos durante años o décadas.

El potencial del Estado, en especial de agencias de recaudación y pago, ha variado sideralmente en años del kirchnerismo. La reforma del Estado (esta nota coqueteará con ese tema sin agotarlo para nada) es una necesidad acuciante, muy lejana a su concreción. Pero la magnitud y gravitación del Estado, comparadas sobre todo con desempeños previos, han pegado un salto cualitativo.

Sin ir tan lejos, retrocediendo en el tiempo, el cronista recuerda cuando funcionarios de primer nivel de la Alianza le confesaron que no sabían si podrían realizar el Censo del año 2000. No tenían plata para pagar los insumos, los docentes de la mayoría de las provincias que debían realizar el censo estaban de paro. No reclamando, como hoy día, por la insuficiencia de los aumentos sino por la falta de pago de haberes congelados y recortados. No fue hace tanto, aunque dé la impresión.

La Argentina es una sociedad diferente, muy otros su PBI, su nivel de ingresos y de ocupación, la estructura productiva, inédita la composición de la clase trabajadora... El Estado tiene incumbencias más amplias y más complejas. Seguramente no se ha desarrollado en concordancia a las mutaciones.

En etapas de crisis y cambios, las condiciones materiales pueden moverse más rápido que las mentalidades. A eso alude la frase de Kissinger del epígrafe, que (con las grandes diferencias del caso) podría importarse a la Argentina para aludir a tiempos que son diferentes sin que muchos protagonistas se percaten de cuánto y cómo. De ahí una cierta dificultad colectiva para pensar cómo adecuarse, cómo conservar lo adquirido, como planificar el futuro sin imaginar solo escenarios extremos. Que propenden a ser los menos factibles en sistemas democráticos, reformistas (como mucho) y de tranco lento.

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Contradicciones y paradojas. Un crecimiento desmedido, desde el fondo del pozo, genera un escenario complejo y disperso. La urbanización acelerada es más veloz que la construcción de infraestructura. Las microdecisiones de una población acostumbrada a pelearla contra las crisis y a resistirse son más certeras que las respuestas de muchos gobernantes y Estados. A la urgencia y la novedad, se unen la incompetencia, la imprevisión y, eventualmente, la corrupción. Las tragedias de Once y el pavoroso saldo de las inundaciones de Santa Fe (años atrás), la Ciudad Autónoma y la provincia de Buenos Aires (días atrás) traducen cruelmente el combo. Y claman por respuestas que no pueden confinarse en las fronteras federales o municipales. Ni tampoco en las recetas o criterios del siglo pasado.

El Estado puede ser partícipe en muertes y pérdidas tremendas por omisión o mala praxis. También es el mayor productor de violencia directa contra los ciudadanos, ensañándose (como casi todas las plagas sociales) con los más pobres, máxime si son jóvenes.

Los distintos estamentos del Estado son, en ese como en otros tantos aspectos, territorio de disputa. El gobierno de la Provincia de Buenos Aires prohíja el autogobierno de su policía, una de las fuentes más recurrentes de delitos y abusos de poder. La Comisión de la Memoria es una repartición del mismo Estado que batalla contra las violaciones de derecho, que denuncia, que propone reformas imprescindibles.

El Congreso nacional estableció por ley el Día Contra la Violencia Institucional. La norma incluye una jornada que se realiza en todas las escuelas del país, el 8 de mayo. En territorio porteño, el principal acto se realizó en la escuela de Educación Media Carlos Geniso, sita en el llamado Bajo Flores. Participaron, entre otros, el ministro de Educación, Alberto Sileoni, y Dolores Ingamba, madre de Ezequiel Demonty. Ezequiel es una víctima de la violencia policial: fue torturado y asesinado en 2002 por miembros de la Federal que lo obligaron a tirarse al Riachuelo.

Ingamba, una luchadora popular forjada en el dolor, habló y reclamó en el acto oficial.

Horas después se realizó en la misma escuela una transmisión de radio, en la que participó el cronista. El director, Carlos Rico, contó que asisten a ese colegio pibes de humilde cuna. Que la mayoría de los egresados son primera generación de sus familias que llegan a ese rango educativo. Las reformas a la secundaria (cuyo malestar e indefinición son un problema de época) se trasuntan en un cuadro que engarza con grandes tradiciones argentinas. El profe Rico contó con emoción que en el cierre de los años lectivos los familiares se empilchan de primera para celebrar el tránsito de los hijos.

Los jóvenes que van a la escuela pintan murales, se introducen en la producción de audiovisuales. Una de sus temáticas es la violencia cotidiana. La Gendarmería se asienta a pocas cuadras: llegó ahí para relevar a la Federal y sus desquicios. El saldo, según el relato calificado de padres y alumnos, es ambiguo por lo menos. “Hay menos choreos”, promedian, pero el destrato a los chicos es cotidiano. Sin motivos reales los detienen, los palpan, los requisan, les hacen sacar las zapatillas y a menudo buena parte de la ropa. Los pibes plasman sus vivencias en un video que presentan en la ESMA.

Mientras cuentan esto al micrófono, se produce un episodio que parecería inventado para la ficción. Los gendarmes detienen en la calle a un hermano de Demonty, presumiblemente por portación de aspecto. El diputado Leonardo Grosso acude con la mamá para exigir la liberación.

Grosso tiene 30 años, viste de modo informal: no representa esa edad ni menos parece un diputado. Exhibe la credencial, discute: el pibe es liberado. El tironeo es con un oficial de Gendarmería, a sus espaldas un agente bardea a los ciudadanos. Grosso le comenta al oficial: “Imagínese qué pasará con los pibes cuando andan solos, si estando nosotros se comportan así”.

Grosso pertenece al Frente para la Victoria, es un militante del Movimiento Evita que se hizo conocido luchando por el esclarecimiento de la matanza de José León Suárez. Un luchador por las mejores causas, que integra un bloque en el que también revistan legisladores de provincias que prohíjan la barbarie y el autogobierno policial.

Datos que se tornan desaconsejables para miradas simplistas: la política no es monocolor, el oficialismo tampoco. Algo semejante ocurre con los estamentos estatales.

El programa referido se transmitió por la AM 870, Radio Nacional, una emisora pública.

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Pantallazo. El episodio real precedente puede leerse como una parábola, con varias ramificaciones. El cronista teme y desea a la vez que junto a la paráfrasis de la cita de Kissinger, cifre el mensaje de esta columna.

El kirchnerismo sacó al país de un pozo con decisiones básicas y bien rumbeadas. Su concepción sobre el Estado seguramente mutó con el conflicto de las retenciones móviles. Es sugestivo preguntarse por qué, visto en perspectiva, una derrota táctica formidable se transformó en una victoria ulterior. Acaso parte de la explicación es que se puso sobre el tapete el rol del Estado y que las consecuencias impactaron en el imaginario colectivo y en el del propio oficialismo. Un intervencionismo mayor, más preciso ideológicamente e innovador fue una de las derivaciones. La construcción, empero, es imperfecta, un poco a la que te criaste. Y contiene dialécticamente a lo viejo y a lo antagónico.

El sesgo estatista vino a conjugar con el contexto mundial en el que es imposible creer en el poder benéfico del “mercado” o de los organismos internacionales.

El país está en un estadio superior al pasado, con un piso más alto, afrontando problemas de nuevo cuño y consecuencias de sus avances o retrocesos. La cuestión del Estado es un reto para todos los que entiendan que mucho debe mejorarse, corregirse o cambiarse. Pero que hay, predominantemente, mucho para conservar, pensando más de modo evolutivo que catastrofista.

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Imagen: Télam
 
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