EL PAíS › MARISTELLA SVAMPA, EXPERTA EN PIQUETEROS

“Tener un palo no es lucha armada”

La socióloga que antes escribió sobre los barrios privados acaba de publicar un libro sobre los piqueteros. Svampa explicó a Página/12 la relación de cada uno con el Estado y el origen de las puebladas, y dijo que es muy bajo el nivel de violencia política.

 Por Laura Vales

“Los cortes de ruta consolidaron la idea de que otra identidad –y otro destino– era posible para quienes habían perdido su trabajo y habían visto interrumpida su carrera laboral. El nombre ‘piquetero’ representaba una alternativa para aquellos para los cuales una definición, como la de desocupados, les resultaba intolerable. Especialmente para quienes habían sido –y aún se consideraban– trabajadores, la posibilidad de nombrarse ‘piqueteros’ tuvo un poder desestigmatizador (...) Así, un nuevo motivo de dignidad –que entonces reemplazara la perdida dignidad del trabajo–podía comenzar a buscarse explorando y explotando la categoría ‘piquetero’, enterrando finalmente aquella de desocupado.” Con estas palabras define Maristella Svampa la importancia que tuvieron los primeros cortes de ruta en Mosconi y Tartagal, tras la privatización de YPF.
Socióloga y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento, acaba de presentar su libro Entre la ruta y el barrio, realizado junto a Sebastián Pereyra, en el que analiza la experiencia de las organizaciones desde su nacimiento.
–Ustedes señalan que los primeros piqueteros surgieron entre los trabajadores mejores pagos del Estado de bienestar.
–Sí, efectivamente. Es que el origen del movimiento piquetero estuvo ligado a la desaparición de un modelo, ilustrado por la desarticulación de una empresa como YPF, que afectó a pueblos enteros. En esos comienzos hubo levantamientos comunitarios en los que se constituyeron multisectoriales. Los desocupados eran un componente más.
–Eran protestas fuertes porque salía a la calle toda la comunidad.
–Sin duda, hay una matriz comunitaria que explica el carácter masivo de las puebladas que se produjeron tras las represiones, aunque luego hubo un rápido desgranamiento. Muchos dirigentes ligados a los partidos políticos o a los sindicatos fueron cooptados.
–¿Qué significa en este caso “cooptados”?
–Lo que cuentan en Cutral-Có es que muchos de los piqueteros que habían tenido protagonismo recibieron dádivas del Estado o cargos políticos. En Salta pasó lo mismo.
–Cuando alguien se queda sin trabajo, tiende a deprimirse o a quedar aislado. Hacerse piquetero supone dar un paso más.
–En eso es importante ver, en los orígenes del movimiento piquetero, el rol que tuvieron sus dirigentes, que tenían una historia previa de militancia política o gremial. Como cosa distintiva, hay que señalar que la mayoría de ellos son referentes que no provienen del peronismo sino de una tradición de izquierda.
–Aunque no de la izquierda partidaria, tradicional.
–Es que sobre todo en la provincia de Buenos Aires hubo un debate y no todos los partidos de izquierda concibían posible organizar a los desocupados. De hecho la izquierda trotskista no lo hizo y el PC tampoco, ellos durante años opinaron que las organizaciones de desocupados iban a caer en la trampa asistencialista del Estado. Y se volcaron al campo piquetero cuando ya evidentemente los piqueteros tenían una presencia importante. Me parece que el desarrollo piquetero en la provincia de Buenos Aires tuvo que ver con las líneas sindicales, como la CTA (que vio que la nueva fábrica era el barrio), la Corriente Clasista y Combativa, ligada al Partido Comunista Revolucionario, y los grupos autónomos, como el Teresa Rodríguez y lo que después fue la Aníbal Verón. Me gustaría subrayar con fuerza, además, que las primeras que salieron a la ruta y expusieron sus cuerpos fueron las mujeres. Ellas sostuvieron la protesta.
–Tantas mujeres en la ruta y sin embargo tan pocas arriba de los palcos. ¿Por qué será?
–Yo también me lo pregunto (risas).
–¿Solamente porque la sociedad argentina es machista?
–Para mí hay dos motivos. Efectivamente las estructuras patriarcales están fuertemente arraigadas. A medida que las mujeres empezaron a hacer trabajos comunitarios tuvieron un mayor protagonismo social, pero a las mujeres se las asocia “naturalmente” al trabajo de la contención social y no al trabajo de la representación. En muchas organizaciones está el esfuerzo de dotar a las mujeres de mayor peso político.
–¿Le parece?
–Sí, sí. Lo veo en la CCC y también en los grupos autónomos. De todas maneras hay una ambivalencia instalada: las mujeres tienen protagonismo social pero poca función de representación. El segundo elemento a tener en cuenta es que el movimiento piquetero es muy reciente. Están los dirigentes con experiencia en el trabajo sindical y político y las mujeres, que no la tienen. Porque ellas tienen experiencia como manzaneras o en el trabajo comunitario, pero recién ahora están adquiriendo experiencia política.
–Hay un tema con los piqueteros y los intentos reiterados de mostrarlos como violentos. En el 2000, cuando los desocupados de La Matanza empezaron a tener peso, el Gobierno los acusó de que se estaban armando. Algo parecido pasó en Salta.
–En determinados momentos todos los gobiernos lanzaron versiones de que los piqueteros se estaban armando para deslegitimar la protesta. La constitución de un relato, de una identidad piquetera está muy atravesada por estos intentos de descalificación del Gobierno. El ejemplo más claro fue el de Mosconi, cuando se habló de las FARC.
–Dijeron que los piqueteros estaban financiados por la guerrilla.
–Y que tenían francotiradores. Tanto Menem como De la Rúa y Duhalde intentaron movilizar esa versión para deslegitimarlos. Hubo otro intento en el mismo sentido el 26 de junio, cuando la represión en Avellaneda.
–¿En las protestas del sur del país también pasó?
–Trataron de mostrar a los piqueteros como violentos, aunque no como guerrilleros. Porque una cosa es acusarlos de que se están armando, decir que son una organización armada, y otra distinta es acusarlos de violentos. Al mismo tiempo los medios insisten, más que en la imagen del gendarme armado, en mostrar al piquetero con el palo. Eso revela el hecho de que en la Argentina el tema de la violencia en los ‘70 está muy mal procesado. Tengo la impresión de que la gente asocia rápidamente la violencia con la lucha armada y ve en un palo a la lucha armada. Y eso es un error, porque la realidad es que la violencia política en este país no es alta, sobre todo si tenemos en cuenta el grado de descomposición que hubo. Hay violencia estatal, pero no violencia “desde abajo”. Aquí hay violencia social ligada a la ola delictiva, pero no hay violencia política si uno toma en cuenta lo que sucedió en el país. Nuestra sociedad debería repensar, poner en debate su grado de tolerancia frente a los movimientos sociales. El hecho de que alguien tenga un palo y una capucha no evoca necesariamente a la lucha armada.
–El principal reclamo piquetero es el del trabajo genuino. ¿Ustedes vieron al hacer su investigación que ese discurso es acompañado por prácticas concretas para generarlo?
–Hay varios ejes que hacen a la cuestión. Todas las organizaciones se preguntaron qué es el trabajo genuino y tienen respuestas distintas. En el caso de Mosconi el trabajo genuino es el trabajo industrial. Pepino Fernández, por ejemplo, está todo el tiempo pensando en un sistema de rotación para que todos los integrantes de la UTD pasen por una empresa, para mantener viva la cultura del trabajo.
–Cortan la ruta para volver a la fábrica.
–Claro, es algo que aparece de manera muy fuerte también dentro de la CCC. El trabajo es el trabajo industrial. Mientras que los grupos autónomos consideran que es necesario acentuar las experiencias deautonomía para crear una economía solidaria paralela. Esto aparece en la Aníbal Verón y en el Teresa Rodríguez. Es muy interesante todo el debate que se ha generado sobre lo que significa el trabajo.
–Sin embargo, cuando uno recorre los barrios, no hay diferencias tan grandes como las enunciadas.
–Es cierto, uno podría decir que una cosa es el debate y otra es cómo ese debate se refleja en la práctica de los actores. En el nivel de la práctica aflora muy rápidamente el tipo de vínculo que uno ha tenido con el mercado: no es lo mismo haber interiorizado la disciplina del trabajo industrial durante años que no haberla desarrollado nunca. Esto es importante a tener en cuenta porque el grueso de la base piquetera son jóvenes que nunca tuvieron experiencia de trabajo, que tienen escasos vínculos con el mundo de las instituciones políticas, culturales, educativas. Y mujeres que también han tenido una escasa experiencia en el trabajo formal. Esa disciplina obrera, que fue resignificada positivamente en el movimiento obrero, es muy difícil de generar en estas condiciones.
–¿Qué cree que va a pasar con las organizaciones? ¿Se van a convertir en los sindicatos de desocupados?
–Es muy difícil saberlo. Algunas corrientes marcan esa tendencia mientras que otras están más orientadas a la recreación de la experiencia de autogestión. Es un escenario abierto, sobre todo tomando en cuenta que el escenario político en los últimos dos meses cambió. Hay un gobierno que ha generado grandes expectativas en vastos sectores de la sociedad y este cambio del escenario político provocó la necesidad de analizar sus alcances. En los próximos meses se verá cuál es el alcance de las transformaciones que ha encarado el nuevo gobierno y seguramente se van a perfilar las tendencias en el movimiento piquetero. Este gobierno en su objetivo de crear una nueva institucionalidad tomó ciertas consignas de los movimientos sociales, como lo de la Corte Suprema, y del movimiento piquetero, como enfatizar el discurso en torno de la producción. Habló con todos los movimientos y está inyectando subsidios para los proyectos productivos. En todo caso, el riesgo ahora será el de la cooptación. En un momento en el cual la resonancia de las clases medias con los piqueteros se angosta y la visibilidad de la protesta será menor, el peligro de la cooptación existe, pero está muy ligado al futuro de este gobierno, es decir a la posibilidad de que se consolide una nueva hegemonía peronista. Algo que todavía está por verse.

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