EL PAíS › OPINIóN

Ni casualidad ni ingenuidad

 Por Washington Uranga

Dijo Rafael Correa sobre la Argentina: “Esto me huele a la restauración conservadora; ya no hay golpes militares, ya no hay golpes legislativos, ahora hay golpes judiciales”. Dijo Evo Morales: “Ya no pueden hacer golpes de Estado, ya no pueden dominarnos militarmente, entonces buscan otras formas de golpe, de escarmiento, de amedrentamiento, especialmente a los presidentes antiimperialistas”. Además de presidentes de dos países hermanos de América del Sur, Correa y Morales son reconocidos analistas políticos de la situación regional y opinan no sólo por solidaridad política, sino sobre todo a partir de una lectura atenta de la realidad internacional. Más de un pretendido defensor doméstico de “la soberanía nacional” habrá considerado que las opiniones de mandatarios sudamericanos en relación con la coyuntura argentina pueden leerse como “intromisión en los asuntos internos”. Desde su punto de vista tienen razón: para ellos no existe la Patria Grande y aun los límites de la Argentina se agotan en el territorio de sus intereses. Son las mismas personas que ofician de bocinas de los “fondos buitre” cuando sus voceros hacen pronósticos apocalípticos sobre la Argentina, amenazan o fabrican denuncias con poco fundamento.

Si de política hablamos no existe la casualidad, sí la causalidad. No hay ingenuidad, sino intencionalidad. Nadie es neutral ni objetivo: todos tienen intereses. La participación nunca es un ejercicio desprevenido, sino una forma de acumulación de poder para sí o para un grupo. No hay golpes duros y otros blandos: hay golpes.

Como en todo análisis político-social no sirven las generalizaciones porque no ayudan a comprender lo complejo. Por ese motivo son riesgosos los señalamientos puntuales, porque hacen foco en un tema y pueden dejar al margen otros múltiples aspectos no menos importantes. Sin embargo, sin la pretensión de generalizar y de absolutizar lo que se dice, en momentos como el que vivimos puede ser importante hacer algunas precisiones que contribuyan también a despejar dudas, que ayuden a ver con más claridad en medio de la confusión generada por el cruce de mentiras y verdades a medias.

No es casualidad que los grupos de poder actúen hoy en toda la región latinoamericana a través de grandes corporaciones mediáticas. Lo que antes se definía en el terreno de la fuerza física y de la represión, hoy transcurre en el campo de la violencia simbólica y de la acción permanente, constante e invasiva a través del sistema de medios. Por eso ya no es necesario usar a los militares para fines políticos. Hoy existen periodistas y comunicadores que actúan como mercenarios del poder y practican “obediencia debida”, respecto de sus patrones y mandatarios. También hay otros actores –llámense dirigentes políticos, jueces, ministros religiosos, entre otros– que juegan el mismo papel funcional en relación con el poder.

No es casualidad que los titulares de los grandes medios coincidan tanto en la selección de la información, de los temas, los enfoques y también de las “víctimas” o los “blancos” a los que se fusila mediáticamente. No es casualidad que sean siempre los mismos voceros los que pasean por los estudios de televisión, aparecen en las radios y son entrevistados por los medios escritos.

Tampoco es casualidad que sea parte del Poder Judicial el encargado de la ofensiva simultánea contra Dilma Rousseff en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Nicolás Maduro en Venezuela y Cristina Fernández en Argentina. Menos aún que al mismo tiempo, por los más diversos temas y en todos los puntos del país, se inicien al unísono causas judiciales “flojas de papeles” para llevar a los tribunales a cuanto funcionario se pueda generando –con la complicidad mediática– la sensación de corrupción generalizada e institucionalidad en quiebra. Significaría que repentinamente la Justicia despertó de su letargo o, lo que es más probable, que hay pactos o acuerdos que se han roto en el seno del poder y que alimentan traiciones y venganzas.

No hay ingenuidad cuando esos mismos representantes de la Justicia dicen actuar en nombre de la legalidad y sin intenciones políticas, mientras aquí, allí y más allá existen pruebas más que contundentes de sus posicionamientos ideológicos en contra de los gobiernos votados democráticamente por el pueblo en el marco de las reglas de la institucionalidad que estas mismas personas dicen defender. No es ingenuo que aquellos que durante décadas estuvieron felices por las alianzas de los gobiernos locales con las potencias occidentales (y hasta con las “relaciones carnales”) hoy se rasguen las vestiduras por los acuerdos con China usando como pretexto la defensa de la soberanía y la protección de los intereses nacionales.

¿Alguien puede creer seriamente en la “objetividad” o la “independencia” de periodistas y funcionarios judiciales que, pretendiéndose líderes carismáticos, arengan a la participación en acciones políticas antigubernamentales? Imposible. Y, por cierto, nadie puede cuestionar su posicionamiento político ideológico. Están en su derecho y la democracia tiene que garantizar su posibilidad de expresión. Sí se puede poner en tela de juicio la falacia de la objetividad y de la independencia. Mucho menos se puede pretender que con acciones políticas –desde la Justicia, desde los medios o desde grupos religiosos– se sostenga con impunidad que sólo se persiguen objetivos altruistas y sublimes, cuando claramente se está respondiendo a intereses que coinciden con el poder concentrado y las corporaciones. Otra vez. Es inobjetable la toma de posición. Es por lo menos cuestionable la falta de transparencia en las acciones y en los objetivos que se declaman.

Lo último (al menos por ahora...). Un golpe de Estado es una ruptura de la institucionalidad (acuerdo básico de la democracia) que contradice la decisión mayoritaria de la ciudadanía. No hay golpes buenos y golpes malos. No hay golpes “inevitables” o “necesarios”. No hay golpes duros y golpes blandos. Menos golpes “institucionales”. Hay golpes de Estado a secas. Y si no es así llamemos a testimoniar a los pueblos de Honduras y Paraguay, víctimas recientes de semejantes hechos. La respuesta ciudadana de repudio, rechazo y resistencia tiene que ser la misma para todos los golpes, sin importar el adjetivo con el que vengan acompañados. El único camino para sortear una crisis en democracia es la democracia misma.

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