EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

El candidato

 Por Luis Bruschtein

El voto no tiene un solo dios, una sola explicación. Hay varias y, según el candidato, algunas de ellas gravitan más que las otras. Se puede decir que en el voto porteño confluyen tres universos argumentales: el de los contenidos culturales y simbólicos, el de la gestión y la problemática local y los temas de proyección nacional. Pero además hay tres tipos de elección: las PASO, las distritales o provinciales y las nacionales. Y cada una de ellas combina esos argumentos de modo diferente. Se dice que el voto porteño es ideológico en referencia a que se define fundamentalmente por ese debate nacional. Sería un voto K o anti K. Es real en parte y es real también que amplios sectores de las clases medias porteñas han optado en otras oportunidades por un voto conservador que las terminó perjudicando, pero también es cierto que esa descripción es demasiado absolutista si no tiene en cuenta que en elecciones anteriores hubo mucho voto cruzado del tipo Macri-Cristina, una opción local y otra antagónica en el plano del país.

En las primarias, el programa de gobierno no es el eje de las campañas porque la competencia central es con un aliado que debería llevar adelante un programa parecido. Cada quien busca instalar un perfil. Mauricio Macri priorizó desde el comienzo de su carrera esa línea de acción. Muy guionado y muy asesorado, antes que mostrar gestión en el discurso o meterse en el debate nacional, prefirió construir un sujeto emisor con un perfil que lleva implícito el mensaje. Tiene una gran ventaja porque fue presidente de Boca y porque cuenta a su favor con los poderosos multimedia que son las grandes usinas de contenidos simbólicos.

En estas PASO, los candidatos del PRO no hicieron eje en lo que se podría mostrar como aspectos exitosos de la gestión. No mostraron el metrobus o las bicisendas ni el nuevo edificio del gobierno de la ciudad. Y el mismo Macri que ya está en campaña presidencial no habla de economía más que para moverse en sendas más trilladas por la demagogia como promesas de levantar el cepo al dólar o sacar las retenciones, al mismo tiempo que mantiene paritarias y la Asignación Universal por Hijo.

El gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha triplicado su gasto en publicidad y es el que proporcionalmente le asigna más presupuesto comparado con otros, incluyendo al gobierno nacional. Macri tiene espacio preferencial en la televisión y puede dosificar los momentos en que aparece. Cuando va, no profundiza cuestiones sobre economía o sobre problemáticas sociales, prefiere las generalidades, sus entrevistadores siempre son excesivamente concesivos con él y le aceptan un trato lleno de guiños y complicidades que también está exigido por los asesores: Mauricio es un buen amigo sabio al que hay que prestarle atención y cuando lo critican tienen que victimizarlo. Lleva a su esposa y habla de su hija, juega, intercambia miradas, busca identificación, como una escena teatral donde hay actores frente a un público. Aunque resulta obvia la complicidad genuflexa de los entrevistadores, aunque sea mal actor, aunque sea transparente que es artificial, es el mismo mecanismo de los festejos. Está implícito en la escena planteada por el PRO que un ser humano es lo opuesto a un ser político. Ellos remarcan que no son políticos, que son seres humanos y en público no se tratan entre ellos como personas que integran el mismo partido político, sino como socios domingueros del mismo club de tenis. Sin embargo el hecho más deshonesto de la política en la ciudad lo cometió el PRO cuando le puso el color distintivo partidario al gobierno de la CABA. De la noche a la mañana toda la ciudad estaba pintada de amarillo, que era el color con el que habían hecho campaña electoral. Si lo hubiera hecho otra fuerza habría sido fulminada al día siguiente. Pero el PRO consiguió construir un actor político que resulta creíble para amplios sectores de la sociedad porteña y desde esa credibilidad tiene impunidad para hacer trampa.

La experiencia de las PASO indica que en esta elección tiene peso la línea argumental en el plano simbólico cultural, de instalación de candidatos a partir de sus perfiles, identificaciones, afinidades, personalidad, familia, antecedentes, experiencia, vida cotidiana, gustos. Esa zona siempre es la preferida para el PRO y coincide en que las PASO también le asignan un protagonismo importante. Para el PRO es así en todas las elecciones y casi como argumento excluyente. En contrapartida, los candidatos del Frente para la Victoria asumieron estas PASO como si fuera solamente una competencia con el PRO y que de esa competencia surgiría naturalmente la instalación de los candidatos, pero subestimaron el otro plano del mensaje. Los funcionarios y dirigentes del PRO provienen de una élite de gerentes empresarios, miembros del Opus o señores tecnócratas y aunque sea evidente que no lo hacen en sus vidas privadas, el asesor de campaña los obliga a dar saltitos en el escenario para festejar y proyectar una imagen opuesta a lo que son, pero que electoralmente es más taquillera.

A los candidatos del Frente para la Victoria les faltó más de ese aspecto. Chacho Alvarez era imbatible en la CABA. No sobreactuaba, pero todo el mundo sabía que vivía en un departamento ascético de Palermo y que su restaurante preferido era una parrilla del barrio. Martín Lousteau no fue elegido candidato por haber sido el autor de la Resolución 125 como ministro kirchnerista, sino porque su figura estaba instalada públicamente a través de la red mediática del chimento y el espectáculo –la más popular después de la deportiva– por sus noviazgos con bellas actrices y jóvenes estrellitas. Es mucho más conocido como joven galán inteligente, que Mariano Recalde como militante y presidente de Aerolíneas.

Proyectar más o menos empatía no gana las elecciones, pero seguramente suma algunos puntos que pueden hacer diferencia. Cuando se instala un medio de comunicación, el esfuerzo principal inicial es hacerlo creíble. En muchos casos, se trata nada más que de técnicas de construcción de la información o la construcción de determinados prestigios y empatías publicitarias como sucede con las construcciones artificiales que hace el PRO. En otros casos, es un esfuerzo sobre bases reales. Pero siempre hay una estrategia para construir credibilidad. Cuando se trata de candidatos, que son una especie de medio para comunicar un proyecto político, también hay que hacerlo creíble, tiene que generar identificación y empatía y el ciudadano tiene derecho a conocer a quién va a votar, no solamente a qué. En ese aspecto, la campaña de los candidatos del FpV se quedó corta en subjetividad, cocina, calle, fútbol, tablas, intimidad.

Son enfoques complementarios. No se pueden poner en el centro de la escena, aunque de por sí la ocupen a veces en el imaginario de la sociedad. Todo se convierte en una gran mentira cuando ese constructo tiene el suficiente poder como para promover que un grupo social actúe en contra de sus propios intereses. Pero resaltar los aspectos personales más simpáticos o destacables de la vida cotidiana de los candidatos es una forma de mensaje políticamente legítima.

Por el contrario, la idea de los publicitarios es construir al candidato como un sujeto que no formula sino que insinúa el mensaje a partir de sus perfiles, de sus actitudes, sus guiños y complicidades con la platea. Y es el público –que en esa técnica dejó de ser ciudadano—, el que va llenando esos vacíos con sus propias expectativas. La figurita que se arma es una ilusión del público, un producto publicitario con una mínima base de realidad.

La idea de un activador político, en cambio, tendría que ser la de promover al candidato más coherente con el mensaje que se quiere proponer. Pero no para después ocultarlo detrás del mensaje, sino también para mostrarlo y destacar esa coherencia. Y como fuerza política sucede lo mismo. En el viejo peronismo, los candidatos iban en camisa arremangada y había más camperas que trajes y corbatas porque la idea que se proponía a la sociedad era la del hombre de trabajo. Los tiempos y los paradigmas han cambiado pero lo que sigue igual es que la política no es solamente el programa y las propuestas.

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Imagen: Télam | Leandro Teysseire
 
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